Música

Rosalía / El mal querer

Los que admiramos a Rosalía desde aquella primera vez que escuchamos ‘Catalina’, con el runrún desatado al saberse que había grabado su álbum debut con Refree, teníamos cierta cautela ante el exacerbado hype –justificado, sí, pero con un boom internacional nunca antes vivido con un artista español con tan poco recorrido público– vivido con ‘El mal querer’. Este viernes, 2 de noviembre, llegaba al fin a nosotros el segundo álbum de la artista catalana y, en buena medida, sentimos alivio porque el ruido no sólo está justificado sino respaldado por un álbum sobresaliente.

Cierto es que quien espere nueve émulos del carácter efusivamente pop de ‘Malamente’ y ‘Pienso en tu mirá’, su capacidad para cautivar de forma inmediata, quizá se sentirá decepcionado, encontrando apenas en la también soberbia ‘Bagdad’ –como decía mi compañero Jordi Bardají, en su compleja elaboración hay mucho más que un simple guiño autorizado a ‘Cry Me a River’– otra colisión clara con la música popular anglosajona capaz de traspasar fronteras. Porque ‘El mal querer’ es un álbum mucho más tradicional de lo que aquellos temas auguraban –y, por tanto, más arriesgado y esquivo–, con una artista entregada de lleno a ofrecer una obra compleja y fascinante, que no se consuma con ligereza. En ese sentido, la mayor parte del disco (en realidad es más que eso, habida cuenta de que lo escénico y lo visual son partes cruciales de un todo) indaga en la equidistancia entre lo contemporáneo y la visión orgánica y personal del flamenco que ya mostró en ‘Los ángeles’. El flamenco, con tangos (‘Di mi nombre’), bulerías (‘Que no salga la luna’), pregones (‘Reniego’) y fandangos (‘De aquí no sales’), sigue nutriendo el universo de Rosalía Vila, fiel a su esencia.

Sin embargo, ella, implicada al máximo en la producción dirigida por El Guincho, se esmera por “traducir” esos palos a una visión formalmente moderna y nada ortodoxa –la palma se la lleva el empleo frecuente de sonidos reales, desde armas blancas a tintineos de joyas, que inciden en el carácter narrativo de la obra. Así, aunque ‘Que no salga la luna’ parta de un sample de ‘Mi canto por bulerías’ de La Paquera de Jerez, la estructura huye de lo evidente –ocultando y haciendo brillar alternativamente la guitarra de Manuel Moreno–, usando de una manera muy potente los fantásticos coros y jaleos de Los Mellis, Las Negris más Lin y Nani Cortés y combinándolos con toques de AutoTune estilo trap. Otro ejemplo claro de esa vena basada en la tradición es ‘Reniego’, inspirada en un pregón de Gabriel Macandé (una oscura figura histórica del flamenco a la que Camarón reivindicó en su día) engalanado por unos increíbles arreglos orquestales de Jesús “Bola” Carmona, que evoca muy cinematográficamente las grabaciones de cantaores de copla de los años 40 y 50. También alude a la copla ‘Maldición’, aunque de una manera más insólita, con ese sintetizador que parece emular a un clavicordio medieval, combinándolo con pitos y teclados a lo James Blake, para terminar sobre un sample de una canción de Arthur Russell tan poco evidente como ‘Answers Me’.

Se podría decir que, tras sus dos potentes primeros singles, los cortes más impresionantes de ‘El mal querer’ son los que llevan esa mixtura a un punto más extremo. Si la muy growerDi mi nombre’ es bastante respetuosa en cuanto a estructura con los tangos malagueños en los que se inspira, la sorpresa está en el vestir: en los yali-yalis autotuneados, los jaleos empleados al modo en que se usan ad-libs en el hip hop, o el minimalismo de sus teclados. Más radical aún es ‘De aquí no sales’, en la que el compás de los tientos seguiriya está marcado con el sonido de motores de motocicletas de gran cilindrada, frenazos y sirenas, antes de que una tormenta de autocoros sampleados y distorsionados se desate en su enérgica recta final. Y es que, más allá de que Vila emplee su maravillosa voz como el eje de todo el disco, la cantaora sabe sacar partido al aprendizaje y experiencia de Pablo Diaz-Reixa junto a Björk en la era de ‘Biophilia’

–una influencia palpable– para usar los coros como otro instrumento más, llevándose la palma esas capas angelicales que se suceden y superponen magistralmente en la citada ‘Bagdad’. Un recurso transgresor que de nuevo hace pensar en James Blake y que, como él, la sitúa en un limbo en el que clasicismo y modernidad son uno. La preciosa ‘Nana’, es el perfecto ejemplo de ese singular espacio fantasmal/espiritual.

Otro de los factores que eleva ‘El mal querer’ como una obra de gran calado es su línea argumental. Como sabemos, se trata de un álbum-concepto sobre el amor más pernicioso y dañino, estructurado en capítulos a modo de representación teatral –a ello ha contribuido el dramaturgo, amigo personal de Rosalía, Ferran Echegaray– inspirada en una novela francesa del Siglo XIII llamada, nada casualmente, ‘Flamenca’. Partiendo de aquella obra atribuida a Arnaud de Carcassés, que narraba la historia de la hija de una aristócrata que es encerrada por su celoso marido en una torre, Rosalía y Echegaray hacen una simbólica transposición a una tóxica relación de pareja contemporánea, naciendo con el (mal) augurio de ‘Malamente’ –que, aunque abre el álbum, podría ser también su final, apuntando a una estructura circular repetida inmisericorde, tristemente–. Fantástico desde un punto de vista narrativo (buena parte de las letras han sido escritas por Rosalía junto con Antón Álvarez, C. Tangana, tomando elementos del cancionero popular), ya en la misma boda (‘Que no salga la luna’) emerge entre el cortejo y el agasajo un ente oscuro: los celos (‘Pienso en tu mirá’) y la posesión de los que, estremecedoramente, sitúa como cómplice a toda la sociedad cuando se canta que “si hay alguien que aquí se oponga / que no levante la voz / que no lo escuche la novia”, mientras esta anda ensimismada escogiendo abalorios (aunque chirríe de primeras, así cobra todo el sentido ese interludio cinematográfico).

A ese punto de partida, le suceden la violencia (‘De aquí no sales’, en la que casi duelen los golpes de acelerador mientras Vila sobrecoge cantando “con el revés de la mano yo te lo dejo bien claro”, situándose como la voz del maltratador), el sufrimiento (dramática ‘Reniego’) y la ocultación, el enclaustramiento (aunque hay que reconocer que el recurso de emplear en ‘Preso’ a alguien conocido como Rossy de Palma es inteligente, su intervención tiene un punto cuasi-cómico que mengua el poder del mensaje) propios de la violencia machista. La recta final, más litúrgica en lo musical, representa la liberación de ese círculo de terror por la vía espiritual y el amor propio (preciosa esa imagen de la conexión con Dios a través de las palmas –“junta las manos y las separa”–, del arte, para superar el dolor en ’Bagdad’), para encontrar una nueva pasión y una expresión del amor puro (la maternidad, en ‘Nana’) que llevan a recuperar la confianza para sobrevivir (‘Maldición’) y apuntar al poder femenino –individual y colectivo– (‘A ningún hombre‘) para romper con la terrible dinámica homicida de la violencia machista.

Indudablemente, la potente carga inspiradora que ‘El mal querer’ puede suponer para un público potencial femenino muy joven –en su sonada presentación en la Plaza de Colón de Madrid congregó a numerosas chicas adolescentes enfervorecidas– tiene un enorme valor social, que ejemplifica hasta qué punto la cultura puede y debe influir en la vida diaria de todas y todos. Pero ese carácter está inducido en esta obra con sutileza, siempre con la música y el arte como vehículo y fin, respectivamente. Siendo ‘Los ángeles’ un gran debut, ’El mal querer’ muestra a una Rosalía cada vez más consciente de sus capacidades y de su figura poderosa: con vocación popular pero inconformista, complaciente pero desafiante, es una obra irrefutable en lo artístico, destinada a marcar una época en el pop, sin ninguna otra etiqueta que lo reprima.

Los comentarios de Disqus están cargando....
Share
Publicado por
Raúl Guillén
Tags: rosalía