De las diez películas con más nominaciones a los Goya 2019, ‘Viaje al cuarto de una madre’, que tiene cuatro (mejor actriz principal, de reparto, dirección novel y montaje), es la que menos gente ha visto: 17.208 espectadores y 94.207 euros de recaudación (según datos del Ministerio de Cultura). La única excepción podría ser ‘Yuli’, de Icíar Bollaín, que se acaba de estrenar (el 14 de diciembre). Sin embargo, a juzgar por el número de salas donde la exhiben, 130, no parece que vaya a tener muchos problemas en superar esa cifra.
El caso de ‘Viaje al cuarto de una madre’ es parecido al de ‘No sé decir adiós’ del año pasado: un extraordinario debut que ha pasado de puntillas por los cines donde se ha estrenado (muy pocos) a pesar de estar protagonizado por dos actrices muy (re)conocidas (Lola Dueñas y Anna Castillo, en este caso), y a acumular premios y nominaciones. La ópera prima de Celia Rico, quien llamó la atención en 2012 con su corto ‘Luisa no está en casa’, se presentó con muy buena acogida en el festival de San Sebastián (Premio de la Juventud) y ha recibido nominaciones en los premios Gaudí (nueve, la más nominada), Feroz (incluyendo Mejor película) y Goya.
Como ocurrió con Nathalie Poza hace un año, Lola Dueñas, que casualmente también actuaba en ‘No sé decir adiós’ (y también estuvo nominada a los Goya, aunque no lo ganó), es la favorita en la categoría de Mejor actriz principal. Y Anna Castillo, que encadena nominaciones cada año (‘El olivo’, ‘La llamada’), también es la mejor posicionada para llevarse el premio a la Mejor actriz de reparto junto a Ana Wagener por ‘El reino’.
‘Viaje al cuarto de una madre’ narra un hecho muy sencillo y cotidiano pero que, en según qué casos, puede tener la trascendencia, la complejidad y el peso emocional del mayor de los dramas: el abandono de la casa familiar de una hija. La hija es Leonor (Anna Castillo), una joven aprendiz de costurera en un pueblo andaluz, que quiere marcharse de casa pero no se atreve a decírselo a su madre. La madre es Estrella (Lola Dueñas), una costurera retirada, que no quiere que su hija se marche pero no se atreve a retenerla. Alrededor de este conflicto, cosido a través de silencios, miradas y pequeños gestos cotidianos que sustituyen a las palabras que no se quieren o no se pueden decir, se articula este emotivo drama maternofilial contado en voz baja y al calor de un brasero de mesa camilla.
La fotografía mortecina de Santiago Racaj (el mismo de ‘No sé decir adiós’), que subraya la tristeza que se ha instalado en ese “cuarto”; el montaje del también director Fernando Franco (‘La herida’, ‘Morir’), que imprime un ritmo sosegado a la narración pero nada moroso (la película dura unos muy ajustados noventa minutos); y el guión de la propia directora, muy atento a los detalles, la significación de los objetos, la precisión de los diálogos y con un arco dramático fabuloso, que oscila de un personaje a otro y de un estado emocional a otro (de una soledad a otra), conforman una película sustentada por uno de los duelos interpretativos más sutiles, sinceros y emocionantes (y también divertidos, aunque en principio no lo parezca) vistos en una pantalla este año. 8’5.