Arturo Valls ha visitado recientemente una tribu Masái en Tanzania (se desconoce con qué objetivo), con la que se ha hecho una foto que podría ponérsela de perfil en Tinder. El presentador y cómico ha cocinado paella con los miembros de la tribu y, como puede verse en un vídeo, se ha despedido de ellos brincando -como es costumbre en las danzas Masái- y… cantando ‘La Macarena’. En otro vídeo, Valls bromea que “2 “Masái” hacen 8” en Murcia delante de dos personas de la tribu, que parecen no entender una palabra de lo que dice.
Los vídeos han gustado a algunos seguidores de Valls, pero los comentarios que tachan al presentador de “racista”, “colonialista” o “salvador blanco” o le acusan de hacer “racismo maquillado de humor” o de “fetichizar” y “exotizar” a la tribu se cuentan por decenas. Valls nunca ha sido la persona más graciosa de España, de hecho su humor tira a lo tontuno, pero el cómico parece haber llegado a un límite de humor malo desconocido hasta ahora, y la gente no se ha quedado callada (aunque de momento ningún medio parece haberse hecho eco de los vídeos, por lo que están pasando bastante desapercibidos).
Parece que el “humor” está en peligro de extinción en España (esa palabra), al menos según algunos de sus representantes, que de manera desesperada lo defienden a toda costa en los medios. Hace unos días, Andreu Buenafuente se despedía de los Goya haciendo una defensa del humor, precisamente tras una gala que no fue especialmente divertida: “¿Por qué no dejamos al humor tranquilo? Es una de las cosas que une a este país, como el cine”. Y hace unos meses, Campofrío publicaba un anuncio en el que imaginaba un futuro en el que las bromas serán tan caras como las joyas de alta gama. Entre los personajes que aparecen en el anuncio, personas susceptibles de ofenderse por estas bromas (según el argumento) como las gitanas Azúcar Moreno o el cantante y actor El Langui, que sufre una discapacidad. En un punto del vídeo, un grupo de “ofendiditos” se manifiestan en la calle a gritos y el mensaje del anuncio es claro: las nuevas generaciones se ofenden por todo y no tienen sentido del humor.
Cabe preguntarse si estas defensas a ultranza del humor hacen más mal que bien a este arte tan necesario en la sociedad (esa otra palabra). Al margen de que Buenafuente hable de “país” como si fuera un ente homogéneo y no un territorio integrado por millones de individuos diferentes, entre ellos personas que sufren racismo, machismo u homofobia (tres problemas que no “unen” a las personas precisamente, más bien las separa), su observación sobre el humor me escama profundamente. Buenafuente aboga por “dejar el humor tranquilo”, pero en mi opinión eso es una forma de secuestrarlo, de no dejarlo crecer, en definitiva, de dejarlo tal y como está. ¿Acaso el humor es un ente sagrado que no puede ser cuestionado y revisado por profesionales del humor y gente de a pie por igual, especialmente si resulta ofensivo a ciertas personas? ¿Qué es más sano, hacer como si la sociedad no avanzara o reconocer que el humor puede ofender por motivos legítimos?
Por otro lado, la palabra “ofendidito” se ha puesto tan de moda que pronto debería aparecer en la RAE, con el adjetivo de “término despectivo”, pues evidentemente se refiere de esta manera a personas que por motivos muy diversos encuentran ciertas bromas profundamente ofensivas. Pese a tratarse de un diminutivo, la palabra no podría estar más falta de humor, de hecho es realmente condescendiente e implica cosas muy feas. En concreto, la palabra infantiliza a las personas ofendidas y ridiculiza sus denuncias, a la vez que mantiene en la normalidad actitudes dañinas hacia personas minoritarias o desprotegidas que, precisamente porque se han normalizado, apenas son visibles. Cuando Campofrío retrata a las personas ofendidas como si estuvieran chifladas, está dando la espalda a sus denuncias con la excusa de “defender” el humor. ¿Pero qué humor se está defendiendo si llega a ofender a tanta gente como los vídeos de Arturo Valls? ¿El de Silvia Abril haciendo de persona china estereotipada… para imitar a Marie Kondo? ¿El de La Vida Moderna haciendo chistes sobre tetas y pajas? ¿Este es el nivel?
Se puede hacer humor sobre todo, por supuesto, pero con matices. El problema es que ciertos chistes se han quedado muy anticuados, casi tanto como Carmen Maura cuando habla de feminismo. “Es que si seguimos así, ya no se va a poder hacer humor de nada”, parecen decir algunos. Quizá lo que necesita el humor es modernizarse, adaptarse a los nuevos tiempos, ser un poquito más Sornosa y un poquito menos Ignatius. ¿Es que no puede haber un “humor español” que no dé grima? Que dejemos de hacer humor ofensivo no significa que ya no vaya a haber humor, significa que el humor ha progresado y que por fin nos podemos reír todos, no solo “la mayoría”. No hay que dejar el humor tranquilo, al contrario, hay que sacudirlo y quitarle el polvo. A ver si así, por ejemplo, nos sale una gala de los Goya un poco más divertida.