‘Dolor y gloria’: el ajuste de cuentas definitivo de Pedro Almodóvar

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‘Dolor y gloria’: el ajuste de cuentas definitivo de Pedro Almodóvar

Nada más empezar ‘Dolor y gloria’, Salvador Mallo, el álter ego que Pedro Almodóvar ha construido a través de Antonio Banderas, reconoce que le ha costado 32 años reconciliarse con ‘Sabor’, uno de los filmes que rodó en los 80. Afirma que después de verlo por primera vez desde que se estrenara hace tres décadas, le parecía bueno. “La película sigue siendo la misma, Salvador”, le responde su secretaria. “Eres tú el que ha cambiado”.

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Esto, que parece solo una anécdota, explica mucho sobre la última y bastante cuestionada etapa artística del manchego. Esa en la que muchos se han empeñado en repetir una y otra vez que aquella frescura de la que hacía gala hasta principios de los 90 había desaparecido para ser sustituida por la afectación y el artificio. Como si aquel director que retrató como nadie la España de entonces hubiera perdido el pulso encerrándose en una burbuja donde ya solo tienen cabida su círculo más cercano, referencias snob y, por qué no, también cierto clasismo.

Es bastante posible que después de ‘Dolor y gloria’ más de uno de esos descreídos que se han ido quedando por el camino todo este tiempo vean también con otros ojos el cine más reciente de Pedro. Aunque eso, en el fondo, es lo de menos. Porque no, esta película no va de Almodóvar cerrando cuentas pendientes con su público, sino consigo mismo. Otra cosa es que a la vez que aprende a perdonar sus errores del pasado también lo hagamos nosotros con los nuestros. Y claro, eso duele mucho. Casi tanto como la retahíla de enfermedades que el propio Mallo admite padecer. Claro que esas se alivian con receta. Lo otro, no se supera ni con toda la heroína del mundo.

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De ahí que haya especialmente tres secuencias en esta película que resulta imposible visionar sin sentir que vas a colapsar y que, por cierto, tiran por tierra el mito de que Almodóvar solo es bueno dirigiendo a mujeres: el monólogo teatral de Asier Etxeandia, el reencuentro de Banderas con Leonardo Sbaraglia, y sobre todo, la conversación en la terraza de casa con Julieta Serrano. Tres escenas en las que, además, todos los intérpretes siguen a rajatabla algo que Almodóvar cuela en otro diálogo de la película: “Cuando hacéis drama a los actores os encanta llorar, pero los mejores son los que contienen el llanto”. Afortunadamente, eso no va por nosotros.

Pero que nadie se piense que ‘Dolor y gloria’ es un continuo sufrimiento. Al contrario, para aquellos que llevamos toda la vida creciendo con su cine, esta cinta es un verdadero regalo. Primero porque durante todo el metraje aparecen temas, personajes y frases que conectan con su filmografía sin que sientas que ya te lo han contado. Es verdad que en cierto modo se cierra una trilogía que comenzó con ‘La ley del deseo’ y que continuó con ‘La mala educación’. Pero aquí también están los fantasmas de ‘Volver’, las angustias creativas y vitales de ‘La flor de mi secreto’ y, sobre todo, la complejidad formal de ‘Hable con ella’.

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De hecho, esta es junto a la película que le valió el Oscar al mejor guion la historia más complicada que jamás ha contado Pedro. Una donde conviven sin necesidad de sus clásicos carteles explicativos distintos espacios temporales y distintos planos de realidad y ficción. Que todos estos capítulos parezcan el mismo demuestra un dominio de la narración cinematográfica al alcance de muy pocos. Que lo consiga desde la sinceridad total, con Almodóvar atreviéndose incluso a mostrar la dirección real en la que vive actualmente en Madrid, ya es un verdadero milagro. 9.

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