Aunque es evidente que Ezra goza de una posición de privilegio como hombre blanco cisgénero y heterosexual, con una situación social y económica envidiable, una relación sentimental en principio feliz con la actriz y escritora Rashida Jones (hija de Quincy Jones, por cierto) que hace varios meses daba como fruto un niño, no todo es siempre tan apacible. Precisamente la conciencia de su propio privilegio le hace empatizar con el mundo exterior, la desigualdad socio-económica, la geopolítica y la permanente confrontación de distintas fes religiosas, poniendo el foco a esas cuestiones en un disco que, como una medicina oculta en la comida de un bebé, desliza esas preocupaciones en un envoltorio que casi siempre transmite celebración y festejo. Tampoco se puede decir que una lectura esmerada vaya a cambiar la vida de nadie, pero sí es de agradecer que, al menos, no hable de chorradas, sino del amor entre los hombres y sus civilizaciones.
Koenig despliega ese tejido de referencias cruzadas con la coartada de una boda truncada en el mismo altar (escenificada en el precioso inicio ’Hold Me Now’, donde Danielle da el palo a Ezra y se introduce ese “padre de la novia” que, tontamente tomado de aquella comedia de Steve Martin, hay quien interpreta como una alegoría de Dios). Un trauma que le empuja a la madurez y dispone también el trasfondo principal de este álbum: el paso del tiempo (aludido en la preciosa ‘2021’) nos enseña que los sinsabores y las alegrías van casi siempre de la mano. Así que parece una buena idea asumirlo con las mejores disposición y humor –algo de lo que Koenig hace gala incluso en los momentos más insospechados–. Es decir, por más que duela, la vida es como es. Así que disfrutémosla. “I don’t wanna live like this / but I don’t wanna die”, se canta en el primer y político single “screamadelico”, ’Harmony Hall’ –una poderosa frase que ya incluía ‘Finger Back’ de ‘Modern Vampires of the City‘, ejemplificando una de esas conexiones múltiples que mencionaba antes–.
Esa dualidad se trasluce también de manera muy potente en lo musical. Por una parte, alternando canciones muy uptempo con otras muy melancólicas –que a su vez juegan a contraponer letras más amargas en los temas de apariencia más divertida, y viceversa–. Y, por otra, haciendo complejo lo sencillo –como en una ‘We Belong Together’ que, repleta de arreglos imaginativos y cambiantes, se soporta sobre una melodía fácil, casi infantil– y sencillo lo complejo –en ‘Sunflower’, la combinación de complejas escalas de jazz que ejecuta entre risas Steve Lacy, entre ricos arreglos de guitarras y prog-rock vocal mientras suenan sirenas de policía parece un juego de niños–.
Como sabíamos, ’Father of the Bride’ no es en realidad tan extenso en duración como sugerían sus 18 cortes. Pero sus 58 minutos sí que son bien sustanciosos, en tanto que ninguno de ellos se acerca a ser un interludio o una anécdota (como podía parecer). Demostrando que, vicisitudes personales aparte, los 6 años transcurridos desde el último álbum de Vampire Weekend han sido de arduo trabajo. Bien es cierto que no todo en él suena igual de refrescante, y que canciones como ‘Rich Man’, ‘Spring Snow’ o ‘Flower Moon’ –con jocosa referencia al kalimotxo– parecen un escaloncito por debajo del resto en cuanto a inspiración y capacidad de emocionar. Pero ni mucho menos resultan vulgares o prescindibles, aunque sólo sea por el tratamiento sonoro –en el que con frecuencia ruidos de la vida real sirven de background, haciéndolo aún más humano–, la delicadeza de sus arreglos o alguna referencia de justicia: el sample del guitarrista de Sierra Leona S.E. Rogie que contiene la primera de las citadas, por ejemplo, parece aludir al africanismo post-‘Graceland’ que tanto nutrió al grupo en sus inicios.
Un africanismo que no desaparece del todo, aunque sea en espíritu: los Vampire Weekend de su ya decano debut subyacen de manera más serena y pulcra en ’This Life’, ‘Bambina’ o ‘Stranger’. Pero, en una evolución directa del camino emprendido en su anterior trabajo, ‘Father of the Bride’ es un tapiz tan diverso y rico como la nómina de colaboraciones de lujo que esconden sus créditos: Mark Ronson, Jenny Lewis, Dave Longstreth (Dirty Projectors), BloodPop®, Dave1 (Chromeo), Lüdwig Goransson, DJ Dahi, Buddy Ross (Frank Ocean) o Hans Zimmer (a través del sampler del coro malasio de la BSO de ‘La delgada línea roja’ que suena en ‘Hold You Now’) pululan por ahí como si nada. Unas colaboraciones que no aportan el relumbrón de sus nombres sino que reman junto a Koenig en aras de una idea musical ecléctica, en la que tradición y futuro van de la mano en el presente. Sirvan como ejemplos más claros el bajo house que subyace en la preciosa balada de cierre ‘Jerusalem, New York, Berlin’ –y que hace pensar que, en cualquier momento, podría convertirse en un banger bailable– o el audaz tratamiento del clásico dueto de country melódico (a lo Dolly Parton & Kenny Rogers) que Haim y Koenig ejecutan en la divertida ‘Married in a Gold Rush’. Pero en realidad la constante de ‘Father of the Bride’ es la permanente sorpresa que esconde en cada requiebro estilístico del disco, del arreglo sampleado en esa balada swing a lo Bing Crosby que es ‘My Mistake’ a los coros humano-sintéticos estilo ‘OK Computer’ de la maravillosa balada estilo George Harrison, ‘Big Blue’, pasando por la ya célebre post-rumba de ‘Sympathy’ o la sencillez desarmante de ‘Unbearably White‘. Ezra Koenig… Perdón. Vampire Weekend enarbolan la bandera de la libertad y el amor con este disco que, en su efervescencia disparada en múltiples direcciones, esconde una riqueza duradera que va más allá de lo meramente estético.
Vampire Weekend presentarán ‘Father of the Bride’ en España dentro del cartel del festival Mad Cool 2019, en IFEMA Madrid del 11 al 13 de julio.
Calificación: 8,3/10
Lo mejor: ‘Harmony Hall’, ‘Big Blue’, ‘Married in a Gold Rush’, ‘Sympathy’, ‘Bambina’, ‘Sunflower’, ‘Jerusalem, New York, Berlin’, ‘2021’
Te gustará si te gusta: la música que toma de lo clásico pero suena fresca y libre.
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