Si uno se para a pensar en los últimos trabajos de Hidrogenesse, todos coinciden en que se apoyan en algún tipo de coartada que impulse su ingenio. En lo que llevamos de década, ‘Un dígito binario dudoso’ estaba dedicado e inspirado por la figura de Alan Turing y su vida personal; ‘Roma’ pretendía trasladar, con cierto caos, su pasión por las ruinas arquitectónicas (y humanas), gestado a partir de unas sesiones al piano en la capital italiana; y ahora ‘Joterías bobas’ vuelve a estar movido por circunstancias varias que confluyen en este nuevo trabajo. Sus largas estancias en México, sus clases de bailes de salón (con ritmos latinos como danzón, chachachá, mambo), la grabación programada (algo que no solían hacer, pues registraban sus trabajos en su estudio doméstico, sin prisa ni horario) en casa de su amigo Jérémie Orsel con instrumentos totalmente infrecuentes (principalmente dos: el Emulator II, un sampler de 1984 que funciona con muestras almacenadas en disquetes; y el Variophon, “un sintetizador de 1975 que funciona con cartuchos de circuitos que imitan las dinámicas de los instrumentos de viento gracias a un curioso sistema: hay que soplar para que suene”) y la idea de dejar de circunscribirse al universo de dos que habían creado y abrir la puerta del mismo a algunos amigos han inspirado este disco y lo marcan drásticamente en lo estético.
‘Joterías bobas’ asienta, por medio de esa combinación de exotismos electrónicos y rítmicos, un nuevo estándar… dentro de un proyecto artístico en el que la marca es, precisamente, lo no-estándar. Un canon que se establece claramente en los primeros compases del disco, con las ya conocidas ‘Claro que sí’ –ese mambo cargado de misterio y cierta rabia, que plasma su manera de dar la vuelta al odio en Internet y en la sociedad, en general– y el precioso neo-danzón ‘Se malogró’, con su bonita melodía circular. Una línea marcada por el hallazgo de emplear las voces humanas –la de Orsel, muy a menudo– a modo de sintes, y que expanden con buen tino en ‘La cita’ y ’La carta exagerada’, siendo esta la primera de las numerosas ocasiones en las que el dúo Single, fieles amigos y estetas de sensibilidad cercana a la suya, aportan llamativos coros.
Ambos temas, además, coinciden en una singular manera de hacer de Hidrogenesse, ese feliz tocomocho que ya habían empleado en ‘El árbol’ o ‘El hombre de barro’. Me refiero a cuando la canción aparenta tener una estructura constante para, en su recta final, dar un volantazo milagroso que da nuevo sentido a lo anterior. Ocurre en ‘La carta exagerada’, cuando la prodigiosa voz de Teresa Iturrioz abre una nueva veta en la canción para instar a “mover el culo” y “no ser bruto” al obstinado y orgulloso autor de esa misiva donde está “todo explicado pésimo y con grandes palabras” (inspirado a la vez por un personaje de Bryce Echenique y por Marc Almond, y con los que en este instante me planteo identificarme). Y, de nuevo, sucede cuando Elsa de Alfonso acude, ya tarde, a su exasperada cita, regalándonos una joya de final. De corrido, la más reposada y contemplativa ‘Xochimilco’ (una suerte de ritual chamánico curativo, extraído de una antigua película mexicana, ‘María Candelaria’) logra la misma magia, hermanando lo orgánico y lo sintético hasta que llega esa coda sanadora a ritmo de cumbia.
Pero, en cierto modo, esa unidad estilística también traiciona al conjunto, que resulta algo reiterativo en su segunda mitad. Y cuando uno se mueve, como ellos, en la fina línea entre lo excelso y lo absurdo, no puede fallar la inspiración. Así, la versión de ‘Maracas’ de Paolo Conte parece algo gratuita (aunque según ellos contiene gran parte del sentido de este trabajo), y los aparentemente aleatorios vaivenes rítmicos de ‘Nombre de flor’ no justifican que redunden en ella hasta dos veces más en dos interludios prescindibles (salvo, de nuevo, por las maravillosas aportaciones de Teresa). Pero lo más cuestionable del disco es ’Llorreír’, donde para mí no aciertan ni con el simplón leitmotiv de la canción ni con La Terremoto de Alcorcón, una elección alejada de su sutileza habitual para ni siquiera divertir como se suponía. ¿O quizá era ese, precisamente, el objetivo? Lo cierto es, sí, que uno no sabe si reír o llorar. Da la sensación de que en esta ocasión al Pierrot y el Arlequín que nos reciben en la icónica portada del álbum se les ha ido un poco la mano del desconcierto.
En todo caso, lo bueno mostrado al inicio del disco no se pierde, y este recupera pulso, interés y magnetismo al borde del final. Una ‘Teclas que no suenan’ con algo de Kraftwerk homenajea a las viejas cajas de ritmos y teclados antiquísimos con los que construyen sus obras, no sólo tocándolos sino hablándonos de ellos. Y ‘Brujerías jotas’ –transgresión del título del álbum– contiene en sus ambientes sinuosos ese espíritu optimista que subyace en todo el disco, al cantar a hallazgos felices e inesperados que, entre sinsabores, también trae la vida. Un “hulahop que no deja de girar en la cintura de Grace Jones” es la inspirada imagen con la que se cierra el álbum y que nos hace reparar en el gran peso que tienen los textos en la simpatía que es capaz de despertar (o no) una canción de Hidrogenesse. Pese a cierta dispersión de resultados, en ‘Joterías bobas’ Genis Segarra y Carlos Ballesteros vuelven a dar muestras de tamaña personalidad artística, renovándose a sí mismos sin traicionarse. Acierten más (en su mayoría) o menos (quizá puntualmente, pero de forma algo incómoda). Hidrogenesse presentan ‘Joterías bobas’ hoy, 24 de mayo, en la Sala Luz de Gas de Barcelona.
Calificación: 7,1/10
Lo mejor: ‘Se malogró’, ‘La cita’, ‘La carta exagerada’, ‘Brujerías jotas’, ‘Xochimilco’
Te gustará si te gusta: The Magnetic Fields, Soft Cell, John Maus, los últimos Single.
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