Hoy se cumplen 25 años de la edición de ‘Dummy’, el mejor disco de 1994, uno de los mejores de la década de los 90 y de la historia en general. El debut de Portishead puede presumir de haber sobrevivido al empeño del mercado publicitario de introducirnos sus ideas y melodías hasta en la sopa, y al de otros por convertirlo en música de fondo para oír en grupo y sin prestar atención entre una sospechosa nube de humo. No hay álbum de ventas millonarias que no haya tratado de ser vulgarizado o menospreciado, pero escuchar el largo a día de hoy es darse cuenta de que su hechizo permanece intacto.
Comulgabas con el mundo ‘Dummy’ desde que se abría con la tenue línea de guitarra de ‘Mysterons’, sus scratches, su Rhodes, su theremin cuando no sabíamos lo que era uno y su redoble de batería. Aparte de presentarnos la maravillosa voz de Beth Gibbons, que este año ha publicado un interesantísimo concierto con la Orquesta Sinfónica de la Radio Nacional polaca, dirigida por Krysztof Penderecki, también nos introducía a Adrian Utley, un músico ocho y quince años mayor que sus dos compañeros que después ha tocado en obras fundamentales de Goldfrapp, Sparklehorse, Bat for Lashes o Marianne Faithful; y por supuesto a Geoff Barrow, un personaje para dar de comer aparte, popular por sus viscerales críticas en las entrevistas primero, y en la red después, hacia todo aquello que odiaba. Conocidos han sido su alergia por la etiqueta trip-hop, su desprecio por chorradas del mundo del pop como aquel libro de fotos de viaje de Diplo, por el sonido Danger Mouse («prefiero cagar en el asado de los domingos de mi madre que dejar que produzca a Portishead») o por el de Haim. «Parecen Shania Twain, ¿cuándo ha sido eso algo bueno?», escribía en 2013, ciertamente, arrancándonos una sonrisa. Este mismo año se jactaba de no haber escuchado “nada de Boards of Canada, Black Flag, The Jesus & Mary Chain, Modest Mouse, Wilco ni The 1975”, nada menos.
Sin generar tantos titulares, también Geoff Barrow ha sido conocido por su meticulosidad y su sagacidad, y esta misma semana me inquietaba un post en Instagram en el que criticaba que los productores e ingenieros de sonido actuales comprimieran un sonido percusivo de una única forma. «Abrid vuestras mentes un poquito, por el jodido amor de Dios». Y no es ninguna sorpresa verle quejándose de que todo el mundo suene exactamente igual: Portishead pueden tener tan sólo tres discos, e incluso pueden sonar homogéneos a oídos poco atentos, pero nadie puede echarles en cara que hayan utilizando siempre el mismo grado de nitidez, reverb, sensación de directo o de lata o sonido grabado deliberadamente como desde el fondo de un pozo.
Todos los ingredientes, aplicados en el momento y grado justo para su perfecto cocinado, funcionaban en ‘Dummy’. Las bandas sonoras del cine negro de los 50 y de ‘James Bond’ en los 60 son una influencia en el álbum hasta el punto de que Lalo Schifrin aparece sampleado en ‘Sour Times’, en concreto uno de los temas de ‘Misión Imposible’ (1969). De hecho, el disco se presentó con un corto de 10 minutos llamado ‘To Kill A Dead Man’. Pero también el modus operandi del hip-hop o la cadencia del jazz aparecen de manera natural y poco pedante. ‘It Could Be Sweet’ tiene la esencia de los medios tiempos de R&B de mediados de los 90, pero con un acabado muy distinto tanto en cuanto a beats como al tipo de teclado elegido, de nuevo un Rhodes. Su dulzura (al menos posible, en el título) contrasta a continuación con el carácter decadente de ‘Wandering Star’ que, desesperada, se arrastra con la penosidad de un caracol en una inabarcable explanada. «Por favor, ¿podrías quedarte un momento para compartir mi dolor?», empieza preguntando Gibbons; mientras el estribillo, con una referencia a la Biblia, se pregunta «para quién estarán reservadas las estrellas errantes». Solo una ligerísima armónica sampleada del ‘Magic Mountain’ de Eric Burdon and War atenúa su «tristeza, oscuridad eternas».
‘Dummy’ es un álbum que sobre una base de sonido elegante y variada, y coherente al mismo tiempo, habla sobre la búsqueda de una identidad propia y un lugar en el mundo. ‘Strangers’ lucha por esa búsqueda de la realidad en la que poder situarnos, concluyendo finalmente: «¿No te has dado cuenta de que nadie puede ver dentro de ti? ¿No te has dado cuenta de que esa vista te pertenece solo a ti?». Es uno de los momentos más optimistas de un disco que tampoco prescinde de los estribillos claros, y ahí está el de ‘Sour Times’ para demostrarlo (aunque, ojo, hicieron autoversión rockera en contrapartida); pero en el que se evita a conciencia lo almibarado. Quizá por eso ‘It’s a Fire’ no aparece en la edición vinilo, pese a que sus teclados también empiezan tremebundos. ¿Demasiado optimista por melodía? ¿Incluso demasiado pegadiza por mucho que sostenga que «la vida es una farsa»? ¿Demasiado edificante y aliviadora en su estribillo de consuelo, «respira, hermana, respira»?).
Porque luego está lo de ‘Roads’, una composición que muestra a Beth Gibbons librando una batalla «paralizada», «sin nadie a su alrededor» y «sin nada que decir». La canción tiene su estribillo, pero es la repetición de la primera estrofa con el añadido de una sección de cuerda la que anuncia que se viene encima el dolor de una guerra de años perdida. Después, el solo de cuerdas es directamente un mar de lágrimas recién salido de una tragedia griega. O italiana: Ennio Morricone había sido una inspiración para el disco y en ‘Roads’ cabe menos esperanza para su narradora que para el personaje de Accattone en la cinta de Pier Paolo Pasolini. Al final, Beth Gibbons vuelve a atacar con la primera estrofa, empezando la canción como acababa, aprovechando la fuerza dramática de la estructura circular. Lo siento, Thom Yorke, pero esta puede ser la grabación más hermosa de todos los años 90.
En una breve entrevista que pude hacer a Geoff Barrow antes de su concierto en el FIB de 2011, charla que nos dejaba el ilustrativo titular «no queremos sacar un mal disco solo por sacar algo»; preguntábamos a Barrow por el apego del público hacia ‘Roads’ pese a no haber sido nunca uno de los sencillos del disco. Jamás ha faltado en su repertorio, en general en penúltimo lugar. «Me encanta esa canción, pero no tengo una canción favorita. Entiendo por qué la gente tiene una conexión especial con ‘Roads’, simplemente les llega», decía. Por el contrario, el grupo afirmaba haber perdido contacto con el single ‘Numb’, que ciertamente desaparecía del setlist de Portishead en 2011 para no volver en las giras de 2012, 2013, 2014 ni en la última de 2015. «No me gusta tocar ‘Numb’. No podemos tocarla ahora mismo, la hemos sacado del setlist (…) Simplemente no queda bien».
Tras ‘Pedestal’ y ‘Biscuit’, mínimamente menores, aunque el modo de ralentizar la voz de Johnnie Ray de la última es cautivador (contiene un sample de su tema de 1959 ‘I’ll Never Fall in Love Again’); el disco se cierra con ‘Glory Box’, con el célebre sample en «fade in» y «fade out» de Isaac Heyes, obviamente reconocido como co-autor del tema. Beth Gibbons muestra en ella sus múltiples personalidades como vocalista, como interpretando personajes, desde el más frágil y necesitado como una gata en celo y que le valía comparaciones con Billie Holiday («estoy harta de jugar con arcos y flechas»), hasta el que irrumpe mucho más autoafirmativo en el estribillo («dame una razón para quererte, para ser una mujer, solo quiero ser una mujer») y termina sentenciando en el momento más turbio de la composición «es hora de pasar página»… si bien parece que el «hombre» es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, de manera misteriosa, la canción vuelve a optar por una estructura circular.
Ganador del cuarto Mercury Prize de la historia y por tanto contribuyendo al prestigio del galardón británico, y elegido como disco del año por la revista de avant-garde The Wire; ‘Dummy’ por supuesto puso el listón muy alto para la carrera de Portishead. El grupo reaccionó rápido entregando un segundo disco notable, homónimo, que estaba perfectamente a la altura tres años más tarde; pero el tercero se les atragantó, llevándoles 11 años culminarlo… y hace 11 años de aquello. ‘Third’ presentaba novedades en el sonido, llevándoles a cierta radicalidad industrial (‘Machine Gun’), a la sencillez lo-fi (‘Deep Water’) y decididamente al kraut (‘We Carry On’). Sobresalientes y fundamentales en los anuarios de 1997 y 2008, las continuaciones de ‘Dummy’ han sido también magistrales, pero si ‘Dummy’ continúa siendo una losa para Portishead es porque el público nunca ha llegado a apreciar como merecían sus siguientes álbumes. De las 10 canciones más escuchadas del grupo en Spotify, 8 son de ‘Dummy’, y el disco, con 4 millones de unidades vendidas en modo «sleeper», permanece como su álbum más popular por más diferencia de la debida. De ser con ‘Dummy’ triple platino en Reino Unido (ha sido certificado este mismo 2019 porque se sigue vendiendo y escuchando) y platino en Estados Unidos, Portishead pasaron a ser «sólo» platino en Reino Unido y oro en Estados Unidos con el segundo disco, y ya solamente oro en Reino Unido con el tercero, dividiendo injustamente sus ventas entre 10 o casi.
Con todo, Portishead jamás dejaron de ser un grupo respetado e influyente, siendo reconocido como inspiración por decenas de artistas, más aquellos que no se atrevieran a mencionarlos por miedo a ser ridiculizados. Para muestra, cómo acabó la cosa cuando The Weeknd trató de samplear ‘Machine Gun’, Portishead se negaron y él los adaptó de todas formas en ‘Belong to the World’. Hay que tener valor para llamar a su puerta: desde luego el grupo ha sabido alimentar un mito, tan grande como su logo.