“¿Alguna pregunta?”. Así terminaba ‘El cuento de la criada’, la distopía escrita por Margaret Atwood en 1985. Y, sí, parece que hay muchas preguntas. O eso es lo que declaró la novelista en la presentación del libro para justificar la escritura de esta secuela situada quince años después del final de la primera. De entre todas las cuestiones que a lo largo de los años le han planteado los fans de la novela, Atwood destacó una: ¿cómo cayó el régimen teocrático de Gilead? En ‘Los testamentos’ (Salamandra), recientemente galardonada con el premio Booker (el segundo en la carrera de Atwood), está la respuesta.
Pero hay un segundo motivo, aun más interesante, que parece haber animado a la escritora a retomar esta historia (podría haber incluso un tercero, que sería enmendar la plana a la cada vez más intrascendente serie de televisión, pero estaría feo porque ella es una de las productoras). Atwood ha explicado que, según su opinión, la sociedad actual está más cerca de Gilead de lo que estaba años atrás, que “los ciudadanos de muchos países, incluido Estados Unidos, están sometidos a más tensiones ahora que hace tres décadas”.
Esta afirmación se ve reflejada en la novela. ‘Los testamentos’ tiene claras resonancias con el presente. Cuestiones como la crisis de los refugiados, el cambio climático, la posverdad o el descrédito de las humanidades resuenan en el libro junto a referencias históricas como el ferrocarril subterráneo, el centro de detención del estadio nacional de Chile durante la dictadura de Pinochet o el caso de Elián González, el “niño balsero” cubano. Recordemos que una de las limitaciones que se impuso Atwood al escribir ‘El cuento de la criada’ -y que extendió luego a los guionistas de la serie- es que no apareciera ningún suceso que no tuviera un paralelismo histórico. Como se dice al final de ‘Los testamentos’: “La historia no se repite, pero rima”.
A diferencia de ‘El cuento de la criada’, que estaba narrada por una única voz, la de Defred, ‘Los testamentos’ lo hace por medio de tres: la hija adolescente de un importante comandante de Gilead, que ha nacido bajo ese régimen y no conoce nada más; una joven que vive en Canadá, y se muestra cada vez más implicada en las manifestaciones contra el país vecino; y la conocida Tía Lydia, sin duda el gran personaje de esta secuela. Un trío de voces femeninas, todas muy bien diferenciadas (Atwood exhibe su enorme talento para la expresión de la voz interior), cuyos testimonios en primera persona proporcionan una visión más amplia y detallada –desde dentro, desde fuera y desde el mismísimo centro- de ese país antes conocido como Estados Unidos.
Intrigas, corrupción, espionaje… ‘Los testamentos’ carece de la hondura filosófica, la fascinación estilística, el carácter intimista y la fuerza alegórica de ‘El cuento de la criada’. Es una continuación, quizá influida por la serie, que no esconde su condición de bestseller. Hay suspense, giros dramáticos y un ritmo propio de un thriller. Es más ligera, pero no por ello menos afilada, lúcida y absorbente. Atwood consigue lo que ha afirmado que pretendía: no repetirse y no aburrir. Y, además, ha preparado el terreno para la adaptación televisiva que ya está en marcha. 7’5.