Puede no ser un héroe nacional como los hermanos Gallagher, capaces de convertir en superventas en las islas británicas hasta la última coma de su discografía, pero Brett Anderson se está revelando como algo mejor. Un escritor más que solvente que gracias a su libro anterior ‘Mañanas negras como el carbón‘ y ahora a ‘Tardes de persianas bajadas’ (de nuevo, vaya nombre…) está logrando alejar la etiqueta «Suede» del Brit Pop para acercarla a la categoría del pop británico de culto en la línea de Tracey Thorn, Dean Wareham y Bob Stanley. Si en su debut hablaba de manera descarnada de su infancia, de sus padres y de su desarrollo como persona, el nuevo es al fin el momento en el que Brett se centra en lo que más nos interesa: el éxito de Suede.
La forma es muy similar a la de «Mañanas»: Anderson se va por las ramas con descripciones pomposas y algo gratuitas en un intento por detallar su relato a niveles que ni Truman Capote, pero luego enseguida se suelta dejando para el lector melómano inteligentes y autocríticas reflexiones sobre la vida de músico. Anderson se burla del cliché de que los músicos solo hacen arte para sí mismos, se avergüenza de los excesos de drogas y alcohol en la vida de un cantante de éxito como lo fue él, y deja mil y una anécdotas sobre lo que Suede representaron en un momento muy particular para la música pop.
Por un lado, su relato es una delicia para cualquiera que tenga algún tipo de aprecio por los primeros discos de Suede: Brett detalla la génesis de las canciones, habla de cómo dejaban muchas de sus mejores composiciones como caras B (aunque se olvida de mencionar que este recopilatorio de las mismas existe), juzga cómo podría haber sido mejor el primer disco, qué canciones le merecían la pena del cuarto y cuáles no, cuáles habrían merecido más éxito y cuáles no, y por qué el quinto álbum fue un desastre casi absoluto. No es muy habitual oír hablar a los artistas con esta honestidad brutal. Pero es que, por otro, ‘Tardes de persianas bajadas’ incluye toda una reflexión sobre la industria musical y sobre la imagen que la misma construye a partir de cada artista o banda, enriquecedora para cualquier influencer a día de hoy. Brett Anderson no está nada satisfecho con la imagen de «persona distinta y fría, vanidosa» que se ha dado de él y a la que él de alguna manera ha contribuido. Pero más que una protesta, su discurso se transforma en un toma y daca respecto a las expectativas del público. ¿Acaso hubiera sido lo mimo Suede sin esa misma imagen, teniendo en cuenta que el grupo estaba directamente enfocado para los que querían artistas «diferentes»?
Ese «persona versus personaje», como así se llama un capítulo, es uno de los grandes atractivos de un libro en el que apenas se echa de menos algo más de humor (es mucho más divertido leer a Tracey Thorn) y de desmelene. No hace falta que todo el mundo tenga la lengua tan suelta como Dean Wareham, pero el ninguneo a Blur, Oasis, Manic Street Preachers, Pulp, etcétera, tiene la pinta de esconder algún tipo de trauma. Ni muerta Dolores hay media palabra para Cranberries sobre aquella gira americana conjunta en la que Suede salieron de cabeza de cartel y volvieron más bien como teloneros de los irlandeses (sí se habla de cómo aquello terminó con la marcha de Bernard Butler y de lo ridículo del nombre que tuvieron que ponerse en América, The London Suede). Por el contrario, hay algún cameo tan inesperado como el de Boy George haciendo palmas en una canción de la banda, en un libro que, como el anterior, vuelve a dejar con ganas de más. Justo cuando creías que Anderson hablaría de The Tears, de su reencuentro con Butler, del «comeback» de ‘Bloodsports‘, de su trabajo en solitario o de su defensa del complicado ‘The Blue Hour’… va el libro y se acaba. Suponemos que esto en verdad siempre fue una trilogía… 8. Disponible en Amazon.