«Alguien escribiendo con un lápiz en un pedazo de papel es tan importante como un tío que se sienta en un ordenador y escribe algo usando un software. Lo importante es la expresión de la creatividad. La creatividad no viene con la tecnología. La creatividad está primero en tu cerebro. Luego se expresa con los instrumentos que quieras usar». Gershon Kingsley había nacido en Alemania en 1922, y fallecía finalmente la semana pasada a los 97 años en Estados Unidos, su país de adopción, sin perder su visión de la modernidad. Esta persona, que tenía 50 años cuando Kraftwerk debutaban, fue un visionario de la música pero a la vez respetuoso con el pasado, recordando: «el clarinete es un instrumento técnico. Es tecnología. Incluso el piano es tecnología».
Ilustres son los tiempos en que Gershon Kingsley acompañaba a Jean-Jacques Perrey, también desaparecido hace unos años, a la tele y la gente flipaba con que de un sintetizador pudiera salir el sonido real de un clarinete, un violín o una trompeta. Los ritmos televisivos han cambiado pero no os perdáis la segunda parte de este vídeo en el que Perrey hace una demostración y al final ambos tocan un tema de lo más avanzado para 1966. Grabaron un par de discos pero faltaban 3 años para su gran hit.
Aunque Gershon Kingsley publicó numerosas bandas sonoras y composiciones en formato largo, creó música para televisión o para musicales e incluso fue nominado a los Tony por su trabajo en teatro, será siempre recordado por ‘Popcorn’, su composición de 1969 creada tempranamente con el sintetizador Moog para su álbum ‘Music to Moog By‘. Aquel disco contenía versiones de ‘Para Elisa’, los Beatles o «Campanita del lugar» hoy bastante divertidas de recordar -y más en plena Navidad-, pero también originales como la mencionada canción que en España siempre hemos conocido como «Palomitas de Maíz».
Kingsley solía decir que se había adentrado en la música electrónica porque «la tecnología estaba anticipando lo que iba a pasar», algo que «hoy hemos dado por hecho», pero no siempre ha estado ahí. El artista llegó a conocer en Nueva York a Robert Moog, quien había sido el fundador de Moog Music en 1964, y desde aquel momento quedó prendado por el sintetizador. «Me quedé tan fascinado por el sonido que salía de ahí que decidí que tenía que tenerlo. Y eso es lo que pasó». No sucedió mucho, en cambio, con ese mencionado disco que parece mentira que sea de 1969 ni tampoco con su banda siguiente First Moog Quartet, la primera que ofreció un recital de electrónica en el neoyorquino Carnegie Hall. Sin embargo, la suerte empezó a sonreírle en cuanto a derechos de autor cuando Hot Butter, surgida de la banda original de directo de Kingsley, y especializada en versiones instrumentales, versionaba ‘Popcorn’ en 1972. ¿Será verdad o fake que la canción pasó por Top of the Pops de esta guisa al alcanzar el top 5?
Hot Butter la convertían en el primer éxito global basado en dicha melodía, alcanzando el top 1 en Australia, Francia, Suiza, Alemania, Países Bajos y Noruega y el top 9 en Estados Unidos un año después del éxito de ‘Switched-On Bach’ de Wendy Carlos en este país (eran los tiempos en que Billboard contaba con una lista de «easy-listening», en la que la canción fue top 4). Puede que la reinterpretación que hacía de ella DJ Crazy Frog en 2005, publicada en plena era del politono como inspira su sonido al escucharla en la actualidad, sea ahora la más recordada al lograr el top 1 de singles en España y también en Francia y Bélgica, pero no la más significativa. Lo es más que ‘Popcorn’ haya sido adaptada tanto por Jean Michel Jarre y Aphex Twin como por Muse y Herp Albert and the Tijuana Brass, como por Los Pekenikes y Paco Clavel: la lista de versiones que existen de ella es inabarcable.
«Después de escribir ‘Popcorn’, Roland sacó un sintetizador con un sonido que llamaron «Popcorn»», solía recordar el artista, y aun a día de hoy, la popularidad de ‘Popcorn’ es tal que la canción cuenta con su propia página web. Como composición desde luego lo merece aunque solo sea porque la pegadiza melodía de sintetizador parece anticipar el sonido del trance, como si, en sus dos minutos y medio de duración, el futuro posara sin avisar su enorme sombra sobre los años 60 -a los que tanto suenan las guitarras usadas en la canción, muy spaghetti western, una influencia en todo el ambiente del álbum que la contenía-. Y es que puede discutirse la sofisticación de esta melodía por lo irritante, pero no que fuera una canción absolutamente moderna dentro de su tiempo. Aunque dos de sus versiones obtuvieron un enorme éxito, ninguna de ellas representó jamás el gran hallazgo sonoro con el que dio Kingsley.