Los “conflictos financieros” que separaron a los hermanos Chris y Rich Robinson cinco años atrás han debido quedar a un lado –eso, o el guitarrista ha tragado con las pretensiones de dudosa ética de su hermano Chris– y The Black Crowes viven la tercera resurrección –un concepto que, dado el look y al parecer carácter mesiánico del vocalista, viene al pelo– de su carrera. El grupo vuelve con el propósito de sacar un buen rédito a una señalada efeméride: los 30 años (que se cumplieron hace menos de una semana) de la publicación de su debut, ‘Shake Your Money Maker’. La motivación crematística es evidente: hay una larga gira ya programada –cuya única parada en España será en el WiZink Center de Madrid el día 12 de noviembre, entradas aquí–, y no está nada que la alianza vaya a prolongarse mucho más allá. Pero, aunque así sea, aquel disco es un documento lo bastante soberbio como para celebrar su cumpleaños.
Chris y su hermano Rich, nacieron (con tres años de diferencia) a finales de los 60 en Marietta, una pequeña población del estado de Georgia, no demasiado alejada de Atlanta. Hijos de Stan Robinson, un cantante a lo Bobby Darin que llegó a tener un single de relativo éxito en Billboard en su juventud, formaron un dúo aun adolescente llamado Mr. Crowe’s Garden –inspirado por los libros de cuentos del británico Leonard Leslie Brooke–. Partiendo de la pleitesía a sus paisanos R.E.M. –por entonces, héroes del underground que comenzaban a despuntar para un público más amplio– y la psicodelia de Love o Humble Pie, fue abrazando la tradición del llamado rock sureño que allí, en el sureste, alumbró a nombres cruciales del rock como The Allman Brothers Band, Lynyrd Skynyrd o ZZ Top (con los que, por cierto, los Crowes terminaron de mala manera en un tour donde iban como teloneros). El hábil Rick Rubin, por entonces a los mandos de Def American, debía andar en busca de sus propios Guns N’ Roses –en aquellos momentos habían provocado un terremoto en la industria con ‘Appetite for Destruction’ y ‘G N´ R Lies’–. Pero se topó con otra cosa y, a la larga, mejor.
Su debut sonaba a blues henchido de rock energético y fresco con poso soul, pero curiosamente más próximo al de los Rolling Stones de los 70 –y no solo por el despliegue gestual a lo Mick Jagger de Chris–, los Faces –y no solo por el particular rasgueo vocal del mayor de los Robinson, al estilo Rod Stewart– o los primeros Led Zeppelin –más tarde han colaborado profesionalmente tanto con Jimmy Page como con Robert Plant–. Su descubridor y productor de sus primeros discos, George Drakoulias, se atribuye el mérito (confirmándolo el batería del grupo en sus primeros años, Steve Gorman, en las memorias que publicó el año pasado) de instruir a Rich con un par de trucos o tres de esas bandas británicas. Pero, fuera así o no, lo cierto es que la querencia inglesa de su música, equilibrando garra, sensualidad y elegancia, era evidente. Pero, referencias al margen, ’Shake Your Money Maker’ siempre fue (y sigue siendo) un disco brutal, inapelable de cabo a rabo, de esos que dejan huella incluso aunque no se tenga un oído educado en ese tipo de rock.
Los singles ‘Twice As Hard’ y ‘Jealous Again’ abren el álbum de manera poderosa, con tanto regusto gospel-soul-blues de los pantanos como gancho. Su canción más conocida y recordada es, de hecho, una versión de un clásico (aunque inicialmente se publicó como cara B de otro single) de 1968 de Otis Redding, ‘Hard To Handle’. Los Crowes preservaban su fondo soul, pero prescindían de los metales y los sustituían por aspereza rockera, un punto más de velocidad y algo de desaseo “sleazy”, convirtiéndolo en un hito aún bailable pero fresco para oídos nuevos. Lo mejor de ‘Shake Your Money…’ es que esa vertiente de cañonazos stonianos –el sonido que extrajo de ellos Drakoulias, que increíblemente se estrenaba como productor, es apabullante– no se limita a sus temas más conocidos, sino que ‘Could I’ve Been So Blind’, la “espídica” ‘Thick N´ Thin’, ‘Struttin´ Blues’ y ‘Stare It Cold’ mantienen el fuego muy vivo en los casi tres cuartos de hora del disco.
Una faceta que equilibran hábilmente con cortes más sensibles y delicados, medios tiempos como ‘Sister Luck’, en el que las raíces blues sirven de partida, y baladas como ‘Seeing Things’ –con una increíble aportación al órgano de Chuck Leavell, histórico teclista de Allman Brothers Band–, que supuraba gospel y sentimiento –los coros de otra veterana, Laura Creamer, son una delicia–. Y coronando, la muy recordada ‘She Talks to Angels’, que como ‘Hard To Handle’ alcanzó el número 1 en el chart rock de Billboard –y siguen siendo sus entradas más altas en el Hot 100, top 30 y 26 respectivamente– gracias a su tan cruda como poética historia sobre una chica gótica que Chris conoció en Atlanta cuando comenzaba a juguetear con la heroína. En una serie de vídeos que acompañaron el lanzamiento del recopilatorio ‘Croweology’ (2010), Chris desmontaba el mito romántico confesando que en realidad apenas conoció a esa chica y que sencillamente se imaginó su historia. De hecho, añade que la mayoría de letras de este disco eran una proyección de las por entonces aún limitadas experiencias vitales, tanto en el amor como en la música.
Podría decirse que, en una escena rockera dominada por Guns N’ Roses como cúspide del hard rock –a partir de ahí todo fue en decadencia cuesta abajo y sin frenos–, su éxito era predecible. Pero lo cierto es que, aunque pudieran compartir algunos puntos en común (la influencia de Aerosmith, sobre todo), sus posicionamientos estéticos eran muy alejados y no casualmente: en contraposición a la glorificación del sudor, los cromados, el cuero, el cemento y el tatuaje carcelario de la Costa Oeste, The Black Crowes apostaban por recuperar el sombrero de ala ancha, las camisas con chorreras, el terciopelo, los pañuelos de cashmere anudados al cuello y los paisajes rurales. En un planeta musical en el que el hip hop y la música dance –músicas radicalmente urbanas– ascendían ya de forma imparable, el rock sureño volvía a molar contra todo pronóstico. Esto puede parecer una bobada, pero no lo fue: su apuesta por el post-hippismo y, sobre todo, por el rock de raíces caló profundamente y, de hecho, se ha mantenido viva desde entonces. No solo The Quireboys (sus homólogos british), Ben Harper o Lenny Kravitz, sino también The Jayhawks, Whiskeytown y, en general, todo el movimiento de la nueva Americana del cambio de siglo y sus actuales acólitos deben mucho a este álbum por las puertas que abrió.
Así, mientras el castillo de naipes de Axl Rose, Slash y compañía se venía abajo poco a poco tras el ambicioso doble volumen ‘Use Your Illusion’ y la irrupción del grunge, los Robinson aún salvaban la cara apostando por lo genuino-pero-sofisticado del también fantástico ‘The Southern Harmony and Musical Companion’ (1992) y el aun más funky y atrevido (también más irregular) ‘Amorica’ (1994). Poco a poco The Black Crowes fueron inclinándose más por el hippismo y el virtuosismo de jam session, en detrimento del rock directo y fresco de sus inicios, y fueron quedando trasnochados con trabajos tan cliché como ‘By Your Side’ (1998) o ‘Lions’ (2001). Desde entonces, entre sucesivas separaciones traumáticas, el vasto y enraizado en la tradición ‘Before the Frost… Until the Freeze’ (2009) ha sido el único disco de estudio (bastante digno, eso sí) entre recopilatorios y directos solo aptas para fans fatales. No tiene mucha pinta de suceder, pero nunca se puede decir nunca hasta el final: quién sabe si esta gira celebrando su debut inspire a los Robinson y regresen a su mejor versión para grabar un nuevo álbum juntos.