En una escena de ‘El desorden que dejas’, el personaje de Bárbara Lennie explica a sus alumnos que tiene “una naturaleza muy adictiva”. Está hablando de sí misma, pero bien podría ser un guiño meta, porque a la nueva miniserie de Carlos Montero (cocreador de ‘Élite‘ junto a Darío Madrona) para Netflix le pasa como a las Pringles: te costará horrores limitarte a un solo capítulo y no devorar los ocho en estos primeros días. Su punto de partida es la llegada de una profesora coruñense a un pueblo para sustituir a la antigua encargada de Literatura, que se suicidó semanas atrás. “La nueva” empezará a obsesionarse con su predecesora, y con la posibilidad de que no se suicidase, sino de que fuese asesinada… y de que las mismas personas que acabaron con su vida la tengan a ella misma como nuevo objetivo. El arranque puede ser interesante, pero lo es más si os digo que las dos profes están interpretadas por Bárbara Lennie e Inma Cuesta, que el denostado Aron Piper os va a sorprender, y que, la verdad, resulta bastante refrescante que cada vez más los thrillers aprovechen las infinitas posibilidades que ofrece nuestro país, sin limitarse a Madrid y Barcelona. El siguiente paso es no tener que recurrir al “motivo de peso” de los thrillers, pero supongo que poco a poco.
‘El desorden que dejas’, que adapta un libro del propio Montero, engancha tanto como ‘Élite’, pero está orientada a un público más adulto. Es muy simbólico el uso de ‘Turnedo’ en una de las últimas escenas, y de una banda sonora que responde bastante a este target, empezando por supuesto por el tema de cabecera de Xoel López. La principal diferencia de la serie con respecto al libro es lo que para muchos ha sido el mayor atractivo de cara a plantearse verla: la presencia de Bárbara Lennie. En el libro, su personaje ni mucho menos comparte protagonismo con Raquel: solo sabemos de Viruca a partir de otros personajes. Pero comenta Montero en una entrevista reciente que precisamente fue el mundo de Viruca el que se quedó con ganas de explorar cuando la escribió, “porque era la parte que tenía que ver más con el deseo y el sexo, y cuando tuve la oportunidad de hacerlo serie dije “ésta es la mía””. Desde luego no se puede decir que no se haya quedado a gusto: además de la controvertida escena de la pintura, se retratan multitud de encuentros sexuales del personaje de Viruca, pero también del de Raquel, por no hablar del erotismo presente en las escenas que comparten Iago y Roi. Pero, más allá de los emoticonos de fueguitos y de alegrarnos la vista, Montero usa el sexo como vehículo para hablar de uno de los temas principales de la historia: la autodestrucción que comparten las dos protagonistas, una autodestrucción que se llevó (ya sea directa o indirectamente, que no queremos hacer spoiler) por delante la vida de una de ellas, y que amenaza con hacer lo mismo con la otra.
Es ahí donde reside una de las fortalezas de la serie, en ese juego narrativo entre Raquel y Viruca, y en el buen hacer de sus dos actrices. Aunque tenga debilidad por Lennie, reconozco que Inma Cuesta también se sale en una tesitura muy complicada: es la protagonista principal (al fin y al cabo, es la que está viva), pero para el espectador es más fácil empatizar e interesarse por el personaje de Viruca, que empieza mucho más carismático frente a lo paraíta que es Raquel. Esto, por supuesto, no se mantendrá así, y os sorprenderéis a vosotros mismos diciendo “qué heavy eres, Juana” a Viruca más adelante. Hay que destacar además el trabajo de Aron Piper, mil veces mejor como Iago que como Ander; el de su padre Alfonso Agra, y también el de Tamar Novas, Roque Ruiz e Isabel Garrido, aunque estos tres están lastrados por el comportamiento incomprensible de sus personajes, un problema que afecta a casi todos en mayor o menor medida, pero especialmente a sus Germán, Roi y Nerea. Muchos de los personajes parecen actuar de una u otra manera en función de lo que haga falta para la trama, y no tanto de sus propias motivaciones, que en ocasiones acaban siendo un poco anodinas para lo grave de ciertas acciones.
De hecho, se ha comentado mucho el tema de coger a actores no-gallegos para hacer de gallegos, y del acento más o menos acertado que resulta de ello -a los andaluces nos pasó hace poco con ‘Brigada Costa del Sol’ -, pero yo diría que los momentos en que tenemos que recurrir muy fuerte a la suspensión de incredulidad no son tanto por el acento como por lo que comento del comportamiento de los personajes, o del propio contexto de éstos. Por ejemplo, nadie se cree a cierto personaje hablando de cómo vive “en la miseria” y de que tiene los calzoncillos roídos (!!!), y las alusiones a la clase social flojean teniendo en cuenta que casi ningún personaje tiene una “humilde morada” precisamente. Lo mismo podría decirse de ese IES Novariz, del que al menos un personaje verbaliza que “es un colegio público pero no lo parece” (ya te digo yo a ti que no lo parece).
En definitiva, ‘El desorden que dejas’ no parece tener una intención realista ni destaca por el retrato de sus personajes (más allá del interesante juego de espejos entre Viruca y Raquel), pero sí funciona como un entretenidísimo thriller -esto no es fácil- al que os volveréis adictos durante sus ocho episodios, y con el que decir “OYOYOY” con cada giro de guión, o con cada vez que intuimos que el personaje de Bárbara Lennie va a liarla. En estas (atípicas) navidades que parece que vamos a pasar más que nunca en casa y sin mucha compañía, podemos distraernos escandalizándonos con la realidad que presenta ‘El desorden que dejas’ en vez de con la nuestra. 6,2.