El viernes hace mejor tiempo en SanSan, ideal para arrancar la jornada con la rumba buenrollista (¡¡¡en el buen sentido!!!) de Cheti. Poco después, La Bien Querida congrega ya a una cifra considerable de personas en torno a las 8 de la tarde que corea canciones como ‘Domingo escarlata’. Su actuación, sin embargo, sufre algunos problemas técnicos. A Ana Fernández-Villaverde se la percibe insatisfecha con el sonido desde el principio y se ve obligada a iniciar varias veces su interpretación de ‘Te quiero’. Nada que no se pueda arreglar para que la esperada ‘Dinamita’ suene tan bien como el público espera. Foto: Gloria NM
Con potencial para convertirse en uno de los grupos favoritos de los festivales venideros, Molina Molina entretienen con su pop bailable antes de que Kase.O aparezca en otro de los escenarios para ofrecer el primer concierto “headliner” de la jornada. Un bailongo Javier Ibarra Ramos actúa acompañado de su banda Jazz Magnetism y se lo pasa pipa encima del escenario mientras borda las veloces -y complicadas- letras de canciones como ‘Boogaloo’, ‘Como el sol’ o ‘Mazas y catapultas’. La divertidísima ‘Ringui Dingui’ incorpora referencias ¿improvisadas? a Jordi Hurtado y Pedro Sanchez y en el concierto sobresaltan dos momentos: el emocionado recuerdo de Kase.O al DJ Jota Mayúscula, fallecido en 2020, y el discurso del rapero sobre aprender a decir que “no”, más necesario de lo que parece. Foto: Ainhoa Laucirica
El sonido del concierto de Kase.O se cuela levemente en el de shego, lo cual no impide que el escenario Calaverita, a las madrileñas se les quede pequeño ante la fuerza de su directo. Las cuatro integrantes de shego (entre ellas la nueva bajista) derrochan carisma encima del escenario y no cabe duda, al verlas en acción, de que son estrellas. Los gritos “cierra la puta boca” de ‘Vicente Amor’ resultan el punto álgido del concierto, pero shego tienen tiempo de sorprender de varias maneras: estrenan un cuco tema nuevo, ‘Siendo mala’, versionan ‘Antigua pero moderna’ de los recientemente separados Novedades Carminha y no dejan de tocar ‘vómito’ de Interrogación Amor, en el que son artistas invitadas. Tremendas.
Feliz de poder tocar por fin en un festival, algo que no deja de repetir durante el concierto, hasta el punto de instar a los presentes a unir sus manos en el “festival de la amistad”, Rozalén llega a SanSan para instalarse de pleno en su rol de mensajera de las causas sociales, acompañada por su colaboradora que interpreta sus letras en lengua de signos. A veces sus letras resultan simpáticas en su dedicación a personajes proletarios, como ‘Justo’, o necesarias en su feminismo (‘Que no, que no’). Otras, cuando versan sobre la guerra, resultan tan melodramáticas y sentimentales que provocan ciertas dudas. ¿Hasta qué punto las frases sobre trepar muros o saltar al mar de ‘La línea’, tan literales, crean conciencia? ¿No ofrecen más bien un instante de entretenimiento “consciente” que no va más allá? Foto: Ainhoa Laucirica
Mientras te preguntas si vale la pena hacerse este tipo de cuestiones cuando se está en un concierto de música pop (yo creo que sí vale la pena), la propia Rozalén reconoce, con sentido del humor, que puede resultar “intensa”. Concuerdas con ella cuando se dirige a la audiencia para animarla a convertirse en un “campo de trigo” y a “buscar colectivamente la luz en la oscuridad”. ¿Estoy en una sesión del telar de los sueños y no me he dado cuenta? Por suerte, Rozalén divide concienzudamente su concierto en dos partes y, la segunda, la divertida, anima el ambiente con ritmos de cumbia y reggae.
El concierto más esperado de la jornada del viernes en SanSan puede ser el de Tanxugueiras. Tras su paso por Benidorm Fest, las gallegas congregan a un público enorme, y la curiosidad por comprobar qué tipo de show ofrecen es máxima. Curiosamente, al principio decepciona: las voces suenan bajas, los bombos demasiado altos, y las tres integrantes -las hermanas Olaia y Sabela Maneiro y su prima, Aida Tarrío- no parecen demasiado coordinadas encima del escenario. Especialmente frente a la ejecución de las coreografías van desniveladas. Mientras, a la máquina de humo parece habérsele roto el botón de “stop”. Tan poco se las llega a ver a veces que Olaia pide al técnico que lo baje porque se está “ahogando”.
A partir de este momento, la cosa empieza a fluir: las voces suenan por fin altas y el concierto empieza a parecerse más a lo que esperabas encontrar. Las chicas suenan brutales especialmente cuando cantan acompañadas solo de sus panderetas y, aunque la barrera lingüística puede jugarles en contra pues a veces es difícil entender qué están cantando, dado que sus letras están escritas en gallego, su show definitivamente logra su cometido de acercar la música tradicional gallega a las nuevas generaciones, hasta el punto que ‘Terra’ deja de ser necesariamente lo mejor que tienen que ofrecer. ¿Qué es lo mejor, entonces? Cuando tocan percusión con una lata de pimentón gigante, cuando se dejan las voces cantando, o cuando incorporan bailes de muiñeiras y te das cuenta de que su interés por ofrecer un show entretenido y completo tiene mucho de pop. Con cosas por pulir, están en la dirección adecuada.
Entrada ya la madrugada, Fuel Fandango ofrecen el show que esperas de ellos, un extraño batiburrillo de melodías flamencas, ocasionales incursiones en el trip-hop, y sobre todo mucha electrónica de baile dibujada con brocha gorda, con subidones un tanto brutos. Nati, que lleva un tocado tipo ramo de Semana Santa, puede ser una de las mejores vocalistas que existen hoy en nuestro país, pero -perdón por esta opinión- las canciones de Fuel Fandango se me quedan cortas. A estas horas el público tampoco está para devolver a la banda la energía que transmite desde el escenario: las primeras filas están llenas de caras cansadas, y el show nunca llega a despegar del todo, aunque lo intenta varias veces.