Gràcies per tot, Joan Manuel

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Gràcies per tot, Joan Manuel

Serrat se nos ha despedido de los escenarios. Serrat está aún en forma, y no parece que le apetezca realmente dejarlo. Pero ha decidido que es mejor marcharse a lo grande, diciéndonos adiós a todos, ahora que todavía tiene fuerza a sus 79 años. El pasado mes de abril arrancó esta gira de despedida, ‘El vicio de cantar’, en Nueva York. Este viernes 23 de diciembre Joan Manuel Serrat tocó su último concierto en el Palau Sant Jordi, en Barcelona su (nuestra) ciudad natal. Y ahí estaba yo con mi madre, para despedirme.

Serrat siempre ha estado ahí, y cada uno de nosotros tenemos nuestro Serrat. Para unos será el que canta a Machado o a Miguel Hernández. Para otros, el del sol cegador de ‘Mediterráneo’. Personalmente, como mis padres, me quedo con el de la primera época. Me es muy difícil resumir por qué ese Serrat es tan importante para mí y mi familia. Ellos son de su generación. El primer Serrat fue uno de los fundamentos del amor de mi padre hacia su ciudad de adopción. El primer Serrat fue el que descubrió mi madre en la radio a los 14 años, con ese primer single (que se compró) que incluía ‘La mort de l’avi’ y ‘Una guitarra’. Ese primer Serrat, que era un chico algo tímido que, me explicaba mi madre, cuando tocaba en el Casino de l’Aliança del Poble Nou, no daba crédito a que hubiera muchachas persiguiéndole, gritándole “guapo!” y buscando su autógrafo. “Però si no soc ningú, jo!”, les contestaba atónito.

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Hace muchísimo que Serrat dejó de ser “ningú”. Hace muchísimo que Serrat es un tótem, una leyenda. Dudo que jamás, nunca en la historia de la música en España, haya conjugado tan bien el verbo y la música, en catalán o en castellano. Es una figura absolutamente fundamental para la música y como tal, merecía una despedida en consonancia. Al poco de entrar en el Sant Jordi, nos tropezamos con los Manel. Ya luego nos enteramos que el palco estaba repleto de autoridades: Pedro Sánchez, Ada Colau, Miquel Iceta… Era una fecha demasiado importante como para perdérsela.

Serrat habló, y habló mucho. Y su voz ronca en los parlamentos contrastaba con la magnífica que aún gasta cantando. Ya nos advirtió: esta no va a ser una despedida triste. Esto va a ser una fiesta. Abrió con ‘Temps era temps’, la que cantaba a la mítica delantera del Barça, Basora, César Kubala, Moreno y Manchón. Serrat iba acompañado de una banda espectacular, dirigida por el “mestre” Ricard Miralles, fiel aliado de Serrat desde tiempos inmemoriales. El primer golpe directo al corazón llegó ya con el segundo tema, una tremebunda ‘Cançó de Bressol’, en la que Serrat nos erizaba el vello cuando entonaba lo de «por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador» con voz potente, expresiva.

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Momentos de erizarse el vello hubo muchos: ‘Pueblo blanco’, la magnífica ‘Me’n vaig a peu’, la primera canción coreadísima de la noche y la primera vez que Serrat cogió la guitarra, la primera vez en la noche que saboreé la emoción de cantarla a la vez que mi madre; el himno ecologista ‘Pare’, que sigue más vigente ahora que hace 50 años, cuando se escribió. Las conmovedoras ‘Nanas de la cebolla’ de Miguel Hernández. Una sentimental ‘Es caprichoso el azar’, que aquí cantó con la violista Uixia Amargós, que enamoró a todos con su voz. Y mi favorita, la canción más triste de la historia: ‘La tieta’, uno de los retratos más feroces y más certeros que jamás se han escrito, de un tipo de persona en una época determinada, las solteronas y su estigma en la gris España franquista. Doble golpe mortal, porque encima la tocó después de ‘Hoy puede ser un gran día’.

A partir de aquí, la fiesta. Serrat no hizo bises. ‘Mediterráneo’ sonó tan maravillosa y tan bien arreglada como siempre. Y en ‘Cantares’ nos dejó cantar los versos de Machado, verso a verso, golpe a golpe. Ya el Sant Jordi y él éramos uno. Pero, risueño, nos dijo “us he sentit cantar més aviat poc” (“os he escuchado cantar más bien poco”), antes de asaltarnos emocionalmente con ‘Paraules d’amor’, la canción más bonita de su repertorio (que ya es decir), y de dejarnos en lo más alto con ‘Fiesta’.

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Antes de despedirse, Serrat dedicó un largo discurso de agradecimiento, a su familia, a su público, a las tres figuras fundamentales que le ayudaron en su carrera: Salvador Escamilla, Quico Sabaté y Joan Ollé. Y cerró con “su primera canción”, escrita cuando apenas era un adolescente en el Poble Sec: ‘Una guitarra’, solo con, efectivamente, una guitarra… que le jugó una mala pasada. Había arrancado emocionante, mi madre canturreaba lo de “Vàrem créixer plegats, jo em vaig fer un home”, cuando suelta Serrat: “Perdoneu, però aquesta guitarra és un cagarro”, y se dolió de cómo se había fastidiado el momento emotivo. Una vez conseguida la nueva guitarra, Serrat seguía sin parecer muy convencido, pero no se arredró y prosiguió con su relato iniciático y tan vívido de cómo empezó: con una humilde guitarra. Y ahora, casi sesenta años más tarde, lo despedimos con todos los honores: hasta tres veces tuvo que salir a saludar, porque no queríamos dejarlo ir. Gràcies per tot, Joan.

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