Roger Waters sigue tocando cojones en su «primera gira de despedida»

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Roger Waters sigue tocando cojones en su «primera gira de despedida»

«Orwell tenía razón. Huxley tenía razón. Eisenhower tenía razón. Y yo tenía razón». Este lema que puede leerse en las inmensas pantallas con forma de cruz de la nueva gira de Roger Waters viene a resumir el show. Vivieras los años 70 o conocieras discos como ‘Animals’ y ‘The Wall’ a posteriori, su cuestionamiento del capitalismo y de los líderes de Occidente siempre ha estado ahí, empapando a nuevas generaciones cada vez. Es difícil rebatir que el artista no haya sido consecuente consigo mismo.

A día de hoy, Waters se ha convertido en un grano en el culo. En Frankfurt cancelan sus conciertos porque su aversión a Israel por su opresión al pueblo palestino le hace lucir como un antisemita. Sus críticas a Zelenski han llevado a algunos por error a propagar el bulo de que apoya a Putin, cuando también ha criticado a este. Persigue a todo aquel que toca en Tel Aviv, mientras provoca odios en el mundo del artisteo. De lo primero que vemos en las pantallas de esta gira es una advertencia: «Si eres de los de «me gusta Pink Floyd, pero no su política», VETE AL PUTO BAR».

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Hay más guasa de lo que parece en todo esto. A la voz que también nos pide que apaguemos los móviles durante el show le da la risa. Como diciendo… ¡eso sí que sería una utopía y no lo del marxismo! Casi me caigo de culo cuando una carcajada estalló por la megafonía en la parte de ‘Brain Damage’ que habla de «lunáticos». Y Marx Madera: esta gira tiene a bien llamarse «primer tour de despedida», una idea ya patentada por no otro que Phil Collins, pero que nos hace recordar que nunca sabremos cuándo será la última vez que veremos a un artista sobre las tablas. Saludos a Leonard Cohen, allá donde esté, quizá en el cielo de los judíos.

‘1984’, ‘Un mundo feliz’ y el discurso por la paz de Einsenhower son, como decía, el esqueleto sobre el que se vertebra ‘Sheep’, al tiempo que una oveja gigante sobrevuela el WiZink Center y nosotros la grabamos embobados, todo ello en perfecto retrato de nuestra propia estupidez. La operación se repetirá después con un cerdo, tan solo una de las muchas imágenes míticas recreadas esta noche que todos asociamos a la iconografía de Pink Floyd, a destacar el homenaje realizado a ‘The Dark Side of the Moon’, el disco que ha cumplido este mes 50 años y que ha vendido 50 millones de copias.

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El escenario es generoso en triángulos como el de la portada realizada por el desaparecido Storm Thorgerson, y el repertorio en la interpretación de su icónica cara B. Suenan, seguidas, ‘Money’, ‘Us and Them’, ‘Any Colour You Like’, ‘Brain Damage’ y ‘Eclipse’, muy poco antes del cierre del show, en una segunda mitad que a veces se resintió de ese descanso de más de 15 minutos que parece obligatorio en artistas de cierta edad. O de todas las edades: la inmensa mayoría masculina de público asistente colapsó por completo los baños en dicho interludio, mientras los servicios de mujeres lucían vacíos. El mundo al revés, vaya.

Kate Izor

El edadismo fue, por cierto, una de las cuestiones abordadas anoche por Roger Waters («si veis que cojeo, es porque me acabo de torcer un tobillo, no por mi edad»), pero desde luego no fue la principal. Los muertos por brutalidad policial fueron el foco durante ‘The Powers that Be’. En ‘The Bravery of Being Out of Range’ se acusó de «crímenes de guerra» a Ronald Reagan (Guatemala), Clinton y Bush (Irak) e incluso Obama (por su apoyo a los drones). Se dio la oportunidad de las interrogaciones a Biden, pero como anticipando que hará lo mismo.

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Waters disparó una metralleta en ‘In the Flesh’, rodeado de banderas con martillos. ‘Run Like Hell’ se convirtió en un alegato contra los números de plataformas como Youtube. ‘Déja vu’ se dedicó a Assange, sobre el que se repartieron panfletos dentro del recinto; y si digo que Roger Waters sigue tocando cojones a sus casi 80 años es porque dedicó lemas pancarteros de sus pantallas contra «el patriarcado», y también hubo vídeos a favor de las personas trans, a las que equiparó en marginación con indígenas y palestinos.

A veces, el repertorio se resiente. ‘The Bar’, compuesta en confinamiento con el fin de que «nos hablemos los unos a los otros en lugar de matarnos», no resiste comparaciones con sus clásicos. Y él mismo reconoce que ‘Two Suns in the Sunset’ no fue la mejor canción de Pink Floyd, pero que si la recupera es por su dedicación a las armas nucleares, ya en el año 1983. No puede ser más pertinente, pero tampoco más aburrida cuando ya es casi medianoche y el show se había retrasado 20 minutos. Por último, pero no menos importante, de todos los españoles en el «arena», Waters escogió saludar a su amigo Pitingo, amigo a su vez de la ultraderechista Isabel Díaz Ayuso. Una persona gritó indignada detrás de mí. Quizá le salvó que casi nadie le había entendido.

En cualquier caso, la solvencia de una banda de 10 personas vestidas de riguroso negro, a destacar Jonathan Wilson con una de las guitarras y el saxofonista Seamus Blake (y también esas dos coristas que aguantaron ahí estoicamente, a veces sin tanto que hacer), y las enormes pantallas de visualización 360º aprovechando la totalidad del graderío, te distraían del tedio en esos contados momentos. No se puede ir diciendo por ahí que el antiguo Palacio de los Deportes suena mal después de lo oído anoche. Y todos los subtítulos que complementaban las composiciones -rara vez en redundante efecto karaoke- eran un entretenimiento, cuando no arrancaban alguna lagrimita. Toda la historia narrada sobre la amistad entre el pionero Syd Barrett y Roger Waters, ese tren que compartieron, ese momento en que decidieron formar una banda, emocionaron incluso a aquellos que, de los 70, siempre fuimos más de Kraftwerk.

No hubo homenaje como era de prever al archienemigo David Gilmour, que se ha despachado a gusto en Twitter contra Waters, y de hecho sonado está siendo el modo en que Roger Waters ha fulminado algunos de sus solos. Antes de la explosiva ‘Another Brick on the Wall’, este ‘This Is Not a Drill Tour’ se abre con una versión reflexiva de ‘Comfortably Numb’ y logra ser uno de los momentos más recordables del set sin la impronta de Gilmour. También lo es el final. Roger Waters elogia a su esposa, habla del hermano mayor que acaba de perder, confiesa que ha saqueado a Bob Dylan y termina con un reprise de ‘The Bar’ y ‘Outside the Wall’, sonando en efecto al autor de ‘Blonde On Blonde‘. Es un cierre muy folk emocionante, en el que toda la banda desfila por todo el escenario, en fila india, portando sus instrumentos, hasta incluso la entrada de sus camerinos. Es ahí donde los vemos despedirse, en lo que sí que ha sonado durante casi 3 horas como la mismísima voz del pueblo.

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