El captcha de “no soy un robot” es una de las mil imágenes utilizadas en los visuales de la gira ‘Club Renaissance’ de Beyoncé, que esta noche ha llegado al Estadi Olímpic de Barcelona. La imagen aparece en el acto 6 del show, el último, en el que se puede leer la frase de Jim Morrison “aquel que controla los medios controla la mente”. ¿Se está riendo Beyoncé de quienes piensan que es un “robot” por su perfeccionismo, o demasiado importancia le estoy dando a los medios?
En cualquier caso, ‘Club Renaissance’ da a Beyoncé la excusa para ser un robot casi de verdad: es el show más futurista de su carrera. El segundo acto (el que inaugura ‘Renaissance’) abre con Beyoncé convertida en una auténtica “alien superstar”: la cantante aparece enfundada en una armadura mecánica probablemente inspirada en ‘Metropolis’, y muy parecida a una que ya llevó en 2007. La música de fondo es directamente tecnazo, te lleva al Sónar. A lo largo del concierto, Beyoncé baila con marcos vivientes, es escaneada por brazos biónicos (mientras va vestida de Papesa del futuro), canta subida a una especie de todoterreno lunar… La escenografía, el mismo escenario, los visuales… todo está pensado para llevarnos a otro planeta, probablemente a otra galaxia.
Por su componente sci-fi, ‘Club Renaissance’ es un concierto especialmente espectacular de Beyoncé. El escenario asemeja un portal hacia otra dimensión, Beyoncé puede aparecer subida al caballo de Studio 54 y finalmente volando por los aires como si fuera un ángel venido del futuro. Pero ‘Club Renaissance’ también es un concierto de Beyoncé y no renuncia a ese punto medio medio kitsch (el número de la concha, con ‘Plastic Off the Sofa’) que también forma parte de esta nueva era.
El concierto empieza con un repertorio que no esperas en absoluto, compuesto por baladas, algunas más conocidas que otras. ‘Dangerously in Love’, esa canción, es la primera en sonar. A Beyoncé le asombra el griterío del público. “¿Vais en serio?”, pregunta, incrédula. ‘Flaws and All’, de tintes jazzy, le sigue, y después ‘1+1’ al piano. El público está completamente enloquecido. El ritmo de batería de ‘I Care’ suena especialmente bien en directo. ’River Deep’ es el homenaje a Tina Turner de rigor. Beyoncé básicamente hace de telonera de sí misma (previa pinchada de Arca) antes de que el verdadero show empiece, quizá porque pasadas las 20.30 un 8 de junio aún es de día y no tiene demasiado sentido entrar al club tan pronto, quizá porque este acto le sirve de calentamiento vocal, quizá porque la apetece darse el baño de masas antes y no después. Es Beyoncé y puede hacer lo que le dé la gana.
Cuando ‘Club Renaissance’ abre sus puertas produce curiosidad descubrir qué habrá hecho Beyoncé con las canciones del disco. La verdad es que, más allá de entremezclarlas con trozos de singles viejos, las producciones originales no admiten demasiados cambios ni modificaciones, hasta el punto de que la secuencia del álbum se toca íntegra, salvo por un par de canciones que se han caído del setlist (‘Thique’, antes sampleada con ‘Toxic’ de Britney Spears, y ‘All Up in Your Mind’). Esto significa que ‘I’m That Girl’ sigue siendo la introducción perfecta, pero también que ‘Break My Soul’ no protagoniza el subidón que probablemente esperabas, pues suena en la primera parte del show, justo después de ‘Energy’, como en el disco. Esto resta algo de sorpresa al set… nada que Beyoncé no arregle tirando fuegos artificiales en ‘Cuff It’, de colorida actuación, sampleando el remix de Madonna en ‘Break My Soul’ o metiendo dentro de ‘Virgo’s Groove’ todo lo que quepa dentro de esta canción de seis minutos, en concreto, trocitos de ‘Naughty Boy’ y de ‘Say My Name’.
El show es todo lo dinámico que cabe esperar: los cambios de vestuario son constantes, incluso dentro de un mismo número; la música está constantemente mezclada y sampleada, hasta Blue Ivy protagoniza un número de baile mientras su madre le observa orgullosa por detrás. La utilería es un bombardeo constante de ideas: cuando el busto gigante de un caballo emerge desde el escenario en ‘Break My Soul’ te tienes que frotar los ojos. Insisto en el aspecto kitsch del show, pues tiene cierta gracia ver a Beyoncé cantar dentro de una concha gigante, a lo Venus; abandonar el escenario subida a un carro del futuro, completamente escopeteada; o volar por el estadio como si estuviera saltando la tirolina. Un componente kitsch rebajado, eso sí, por la seriedad -la profesionalidad- inherente a Beyoncé, que lo empapa todo.
El repertorio sigue a rajatabla el de ‘Renaissance’. ‘Love on Top’ es un gran momento popular (a Beyoncé le encanta que el público siga cantando el estribillo en cada subida de tono), pero echas de menos algunos hits (como ‘Single Ladies’ o ‘Drunk in Love’, inexplicablemente ausentes) y en los cortes menos conocidos de ‘Renaissance’ el público parece embobado mirando el escenario. Sin embargo, cuando llega el número de voguing, todo vuelve a su lugar: es un despliegue de talento que ni siquiera requiere de Beyoncé, pues es uno de los interludios del show, protagonizado por auténticos dioses de este baile, pero es el momento en el que ‘Club Renaissance’ nos lleva al punto más profundo de la noche, ese en el que ‘Renaissance’ tanto nos hace soñar.
El concierto -como es de esperar- concluye con ‘Summer Renaissance’ y con Beyoncé primero subida al caballo de la portada y después volando por los aires, dando gracias a la audiencia por ser la que más ha gritado de todas las que ha tenido hasta ahora. La despedida con ‘Summer Renaissance’ se asemeja más a la de los créditos de una película que a la épica escena final (quizá por lo escuchada que tenemos ‘I Feel Love’) y da por terminadas dos horas y media de fantasía disco que en varios momentos deja directamente ojiplático: en su espectacular despliegue de medios, la gira de Beyoncé es un «blockbuster» a tiempo real.