Enajenación y pogos en Azkena con Rancid, El Drogas, Steve Earl, Lydia Lunch…

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Enajenación y pogos en Azkena con Rancid, El Drogas, Steve Earl, Lydia Lunch…

Muy buena temperatura en Vitoria-Gasteiz este 2023. El calor horrible que sufrimos el año pasado se queda en traumático recuerdo. Suerte de eso, porque Google Maps es el mal y me hace dar una vuelta inmisericorde para llegar al recinto de Mendizabala. Nota mental: fiarse más del criterio de una misma.

En el recinto, este año ganan en tendencia las camisetas de King Lizard and the Gizzard Wizard. Pero también se atisban multitud de Rancid, que para algo son el grupo estrella de la jornada. Una jornada inaugural, sin apenas solapes, aparentemente tranquila. Aparentemente, porque durante la tarde tuvimos exquisiteces esquinadas mezclados con momentos de fervor popular.

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Este año los escenarios no llevan el nombre de artistas fallecidos durante el año anterior, una costumbre que el ARF hacía tiempo cultivaba. Suena ‘Song 2’ de Blur antes de que aparezcan Os mutantes, el mitiquísimo combo brasileño que fue el máximo exponente de la Tropicalia de finales de los 60. El único superviviente es Sérgio Dias. Sentado cual Buda, a la guitarra, y dirigiendo a la banda, me recuerda un poco al Brian Wilson actual. Aunque Sérgio mantiene buena voz. Rasgada, rota, pero sigue sonando expresiva.

El protagonismo, por eso, recae en la rumbosa corista. “¿Cómo están? Yo estoy jodido como la pulga de un perro muerto, pero voy a cantar”, nos espeta divertido, antes de sumergirnos en su viaje. Más psicodelia anglosajona en ‘Tecnicolor’ y ‘Time and Space’. Pero claro, la pasión del público se levanta con la tropicalia interpretada en portugués. El clásico ‘Bat Macumba’ trae la locura. Un muchacho de las primeras filas agita un cartel donde se lee “Rita Lee não morreu”. ‘A minha menina’, cantada por el teclista, sigue siendo casi tan gozosa como antaño. Sérgio Dias recupera su papel de líder entonando ‘Balada do louco’, nos sumerge en la melancolía, de las que nos recuperan con la garra y el duelo a guitarras de ‘Ando meio desligado’. Pero, ay. Se acaba el concierto sin cantar la legendaria ‘Panis et circenses’. Un poco frustrante.

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Steve Earle sale a pelo, solo con la guitarra y la armónica, de riguroso negro bajo el solazo que aún cae. Un concierto acústico es algo arriesgado en un festival y en un escenario grande. Pero Steve no se amilana. Su cancionero americano cae riguroso, pero sentido. Y a medida que avanza el concierto, cada vez se va volviendo menos adusto, el público conecta del todo y él se va relajando. ‘Goodbye’ es muy sentida, pero va seguida de una polvorienta y potente ‘Feel Alright’, que la gente replica. Él ya hasta ríe, y se dedica a su repertorio más potente.

Nos explica su canción ‘Coal Country’, que va de una explosión en una mina que pasó hace 30 años en su país y mató a 29 personas. “Hay que proteger a los trabajadores”, afirma rotundo Steve. Y nombra a los fallecidos, uno a uno, al final de la canción. En este momento, Steve representa a esa América que parece perdida ya, la de los hombres y mujeres honestos y justos, haciendo un rock honesto, creyendo en la comunidad.

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Jordi Vidal

Y a pesar de tanta austeridad, de tanto mensaje, a él cada vez se le ve más conectado y risueño. ‘Mr Bojangles’ entra casi en comunión festiva. Hay un momento de recuerdo a su hijo Justin Townes. Nos explica que lo perdió hace algo más de dos años. “Justin no estaba metido en opiáceos. Fue la cocaína (…) así que si me queréis ayudar, por favor: tened cuidado”. A pesar del duro mensaje, la versión del ‘Harlem River Blues’ de Justin suena esperanzada, la cantamos a pleno pulmón. Para cerrar, Steve coge la mandolina para que cantemos la preciosa ‘Galway Girl’. Steve se mira el reloj, le dicen que aún le queda una y se arranca con ‘Copperhead Road’. Un concierto tan recio como sentido.

A El Drogas la organización le hace un Neil Young. A la hora que él toca, no hay nadie más. “¡Daos prisa!”, se escucha desde el escenario. Se le ve en buena forma, a Enrique Villarreal. Todo van a ser clásicos. “Pues para haber acabado tan mal con Barricada, las está tocando todas”, señala sarcásticamente mi pareja. Pero la frase más oída de la noche es: “¡Es que me las sé todas!”. El Drogas se da un baño de masas con hits emocionales de rock urbano por un tubo, aunque se le va el sonido un par de veces. Como cierre, claro, ‘Blanco y negro’ debidamente alargado. Que nada más que acabe el concierto de El Drogas suene ‘Te estoy amando locamente’ de las Grecas me descoloca.

Oscar L Tejeda

Lydia Lunch, rebautizada como Lydia Dinner, porque parece que todo el mundo se haya ido a cenar tras el Drogas, nos ofrece el concierto más punk y arisco que se ha visto nunca en el Azkena. Con el cultivado look de vieja bruja, con cara de mala leche y de desprecio, con la misma voz de una urraca desafinada… Ella y su banda Retrovirus no pueden generar más mala onda y chunguez. Sus músicos se flipan. Especialmente su guitarrista, el más sobreactuado que recuerdo haber visto en mi vida, calzado en pantalones y botas nazis. “Thirst my blood”, vocifera Lydia en ‘Still Burning’, creo.

Porque es tal la densidad, la viscosidad con que encara las canciones, que hace que no estemos muy seguros del repertorio. Solo nos queda dejarnos llevar, enajenarnos por el akelarre de ruido sincopado e infernal. Creemos reconocer el ‘Mechanical Flattery’ de ‘Queen of Siam’. Lydia nos habla de que su fantasma favorito es Roland S. Howard, el miembro maldito de The Birthday Party. Le dedica una letanía sulforosa y decadente, otra jam de ruido maligno. Ya para el final, Lydia nos suelta otra filípica: “Charles Manson, uno de los mejores poetas además de un psicópata dijo “haz algo “Witchy”. Va señalando a las primeras filas, mientras todo se acelera, el guitarrista se vuelve loco y nosotros. Perturbadora y catártica.

Rancid son el plato fuerte de la jornada, a tenor del número de camisetas. Antes de que empiecen, suena una versión de ‘Spanish Bombs’, no en vano The Clash es la referencia máxima de la banda californiana. Como el concierto de The Offspring del año pasado, Rancid nos ofrecen punk acelerado noventero. Sólo que Rancid tocan mejor, suenan mejor, le echan más ganas y tienen mejores canciones. Ya nada más arrancar se ven vasos volando en las primeras filas. La prudencia me marca alejarme de cualquier atisbo de pogo: esta noche me he traído las gafas en vez de las lentillas.

‘Tomorrow Never Comes’ y ‘Roots Radicals’ y ya empiezan los himnos coreados. No dan tregua. Sólo para preguntar al público si tienen su anterior disco, ‘Trouble Maker’. “Ahora vamos a cantar otra canción muy rápida” (¡todas lo son!), ‘Ghost of a Chance’. Van a tiro pegado, hay algún escape ska, la velocidad de crucero es alta, el jolgorio máximo. Pero, claro, la traca final y la locura se guarda para dos de los himnos de su mítico disco de 1995, ‘…And Out Come the Wolves’: ‘Time Bomb’ y ‘Ruby Soho’. A uno de los guitarristas se le rompe una cuera, pero le da igual. Ya no va a parar. Sudor y cabezazos.

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