Hacía tiempo que no éramos testigos de una portada tan singular y con un mensaje tan desconcertante. Aparte de por el morbo que pueda despertar, no es fácil descifrar esta imagen cargada de testosterona. Si en otros casos, como el de Phonique, el enigma era más sencillo de resolver gracias al título del álbum, en el de Daughn Gibson se producen aún mayores complicaciones.
Dejando a un lado el primer contacto con la cubierta de ‘All Hell’ y el diálogo entre el espectador y Daughn Gibson -o consigo mismo ante el espejo-, nos encontramos ante un disco que se deberá tener en cuenta a la hora de hacer el balance del año 2012. Un primer trabajo del norteamericano que, por inesperado, golpea doblemente. Gibson, que trabajaba de camionero en Pensilvania, ha sabido conjugar el folk-country más clásico con bases electrónicas repetitivas, no muy densas, y con loops patentes en hypes actuales, encendiendo un repertorio que se antoja demasiado corto. Su voz grave y profunda contribuye a desbordar en cortes que oscilan entre un cercano Elvis Presley en ‘A Young Girl’s World’ o ‘Bad Guys’, un rústico Stephin Merritt en ‘Dandelions’, y el toque lisérgico y crepuscular de Matthew Dear en ‘Tiffany Lou’ o la titular ‘All Hell’. Sin añadir capas espesas ni extravagantes, se deja al descubierto un regusto tan oscuro como un túnel sin tren expreso (que diría Sabina).
La exploración de límites propios y ajenos que comienza con la portada se ve ampliada por un insólito retrato en las letras: desde dramas otoñales a la muerte, pasando por borrachos desamparados, las relaciones con los hijos… Tragedias de lágrima fácil pero tocadas con el tormento justo, diseccionando personajes que a pesar de ser rurales mantienen una puesta en escena tan precisa y reconocible para un urbanita como el reflejo que cierra ese círculo en el espejo.
Calificación: 8,2/10
Lo mejor: No hay descartes.
Te gustará si te gusta: Un James Blake más ralentizado y menos denso o la nocturnidad de un Burial más accesible.
Escúchalo: en Spotify.