En 1940 Charles Chaplin realizó ‘El gran dictador’, una de las grandes sátiras políticas de la historia del cine. Una obra maestra de la comedia y un ejemplo de compromiso político cuando aún EE UU ni siquiera había entrado en guerra. Más de setenta años después el dúo Larry Charles-Sacha Baron Cohen rinde homenaje al filme de Chaplin (tema del doble y discurso final incluidos) con una necesaria puesta al día de conceptos, cada vez más líquidos, como “dictadura” y “democracia”. La pregunta lleva ya tiempo en la calle (en las plazas): ¿se puede llamar “democracia” al sistema político que domina en Occidente? ¿Quién es (era) más dictatorial: el pintoresco Gadafi, en quien está basado la caracterización del protagonista de la película, o la perversa lógica capitalista de los mercados?
Después de ‘Borat’ (2006) y ‘Bruno’ (2009), actor y director repiten estímulo argumental -el choque intercultural- pero no recurso estilístico. Esta vez dejan atrás las estrategias del mockumentary, ya algo agotadas con ‘Bruno’, y se decantan por una ficción de corte más tradicional, que basa todo su potencial en el guión (de la factoría Larry David) y la comicidad del siempre irreverente Baron Cohen.
El gran atractivo de ‘El dictador’ es ver cómo su formulario argumento es agujereado una y otra vez por un arsenal de gags enriquecidos con uranio, un bombardeo de chistes verbales y visuales, no todos igual de logrados, con un denominador común: la incorrección política. Hay para todos: desde los dictadores norteafricanos pre “primavera árabe”, hasta los nuevos progres de maneras (eco)totalitarias.
Al final, debajo de tanta escatología e irreverencia, emerge la lúcida mala baba de los guionistas y el verdadero objetivo de la película: cuestionar el concepto mismo de “democracia”, exponer la roña de corrupción e intereses mercantilistas que la cubre, y reivindicarla limpia para el futuro. 8.