Atoms for Peace, o el ritual de adoración a Thom Yorke

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Atoms for Peace, o el ritual de adoración a Thom Yorke

Cuando Atoms for Peace se formó en 2010, el repertorio del supergrupo formado por Thom Yorke, Nigel Godrich, Flea, Joey Waronker y Mauro Refosco se limitaba a ‘The Eraser’, el polémico debut en solitario del líder de Radiohead. Pero, aunque igual no pareciera suficiente, el show que ofreció anoche Atoms for Peace giró completamente, como era de esperar, alrededor de Yorke.
Rompió el hielo a las labores de telonero el británico Nathan Fake, autor de la celebrada ‘The Sky Was Pink’, y que ofreció un DJ set entretenido y verdaderamente imaginativo en su uso de ritmos, efectos y texturas… aunque demasiado largo. De fondo inevitable no oír más de un abucheo e incluso algún grito de desesperación (“¡reembolso!, ¡reembolso!”) que tan evidentemente anunciaba el agotamiento del público. Cuando Fake desenchufó su laptop, lo hizo con un sutil aire de resentimiento, pero el público respiraba aliviado.

El concierto de Atoms for Peace empezó anoche en la Sala Razzmatazz de Barcelona a las 23.00, en realidad, una hora perfecta para que la calidad letárgica de sus producciones tenga sentido. Reducida a sus dos más importantes miembros, Yorke y Godrich (parece imposible reproducir al directo un disco tan intrínseco en su producción, tan milimetrado y matemático como ‘AMOK’), Atoms for Peace ofreció un vibrante espectáculo de esa electrónica narcótica y entristecedora que compone Yorke, capaz tanto de hacer volar la imaginación del oyente como de hacerle bailar hasta sudar, poseído extasiado por la corpulencia de los ritmos. Para acompañar (no solo para adornar), por cierto, unos visuales magníficos del artista alemán Tarik Barri que también fueron elemento esencial de la experiencia del directo de Atoms for Peace, en tanto que suplieron con acierto la ausencia del supergrupo.

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El tracklist fue el mismo de siempre, sólido como una roca, acompañado con pocos instrumentos en vivo y enlazado con interesantes interludios. La viscosidad de ‘Ingenue’, el último sencillo extraído de ‘AMOK’, se reveló, si bien no exento de algunos problemas técnicos –a Yorke apenas se le oía al micrófono– como la introducción perfecta, mientras sus cantos de sirena en ‘…Before Your Very Eyes’ y ‘Amok’ servían de inmejorable acompañamiento para las atmosféricas producciones de la banda. Fue justamente hacia el final de la primera cuando Yorke se arrancó a bailar en serio, con una especie de “Lotus Flower dance” tan estrambótica como esperada, aunque solo un pequeño movimiento de caderas ya fuera suficiente para volver loca a la gente.

Era obvio que Atoms for Peace movió sobre todo a fans de Radiohead. Muy curioso observar cómo algunas personas cantaban ‘Black Swan’ o la melodiosa ‘The Eraser’ a pleno pulmón, y sobre todo lo fácil que era para Yorke hacer gritar al público con solo abandonar las máquinas para acercarse unos momentos al frente del escenario. Y es que pese a que temas como el asfixiante ‘Dropped’ triunfaron a lo grande en un show que al final no pudo sonar mejor, era Thom Yorke quien producía la mayor admiración. A veces aquello hasta pareció un ritual de adoración hacia la figura del líder de Radiohead. No en vano, cuando ‘Default’ dio por terminado el show de Atoms for Peace con sus expansivos sintetizadores, que anoche alcanzaron las estrellas, el público no podía estar más emocionado, pero no fue el grupo el que arrancó aquellos aplausos ensordecedores ni el que fue celebrado con tan enorme entusiasmo. El concierto fue estupendo, sí, pero el hecho de haber presenciado a pocos metros a uno de los grandes genios de la música popular contemporánea fue lo que quedó por encima de todo.

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