No hay duda, el costumbrismo triunfa en España. Y no solo a nivel popular con ‘Ocho apellidos vascos’ o, en otro escalón, con la inminente ‘Carmina y amén’. También en los festivales. El documental costumbrista ‘Se fa saber’ y la comedia dramática (costumbrista) ‘Family Tour’ han sido las ganadoras del Atlántida Film Fest 2014.
‘Se fa saber’ (premio a la Mejor película) es un documental de tipo observacional sobre un pueblo tarraconense (Santa Bárbara) y sus pintorescos habitantes. Una película simpática y curiosa por lo que tiene de testimonio antropológico, pero de muy corto alcance. Es como un ‘Repor’ del canal 24h rodado con maneras de documental de autor: abuelas en la pelu del pueblo filmadas con la cámara atornillada al trípode. ¿Cuántos documentales parecidos han salido de la Pompeu o la ESCAC?
El gran valor de la propuesta quizá sea su sencillez, su falta de trascendentalismo (ese que inflama los documentales de muchos de sus colegas). La directora Zoraida Roselló mira a los ojos de las personas a las que retrata, nunca por encima del hombro. No son una mera excusa para construir un discurso poético o político, sino el principal objetivo de su película. ¿El resultado? Cercanía y humanidad.
‘Family Tour’ (Premio Especial del Jurado) es una comedia dramática (o “dramedy”, como dice su directora) que parte de una propuesta argumental muy atractiva: el tour familiar que debe recorrer, quiera o no, cualquiera que viva fuera de su lugar de origen y vuelva a casa a visitar a la familia. Pero si la propuesta es interesante, la forma de rodarla lo es aun más: filmar el tour no con actores profesionales, sino con tu propia familia.
La ópera prima de Liliana Torres, que cuenta con la cantante Joana Serrat haciendo de amiga de la protagonista y dando un concierto, es una ficción autobiográfica (y casi terapéutica) traspasada constantemente por la realidad. La directora abre las puertas y las ventanas de su película para que entre el aire fresco en forma de documental. La hermana, el padre, los primos, tíos y abuelos y, sobre todo, la madre (fantástica, una especie de Carmina charnega que se pinta los ojos con rotulador), insuflan vida a la película y le restan rigidez narrativa. Aunque el contraste entre la interpretación profesional de la actriz principal y el amateurismo de los demás es muy acusada, provocando a veces un molesto chirrido (por parte de la profesional), la película consigue su objetivo: hacer una foto de familia donde todos sonríen aunque estén tristes.