España es directioner. No solo lo dicen las cifras recaudadas y el número de espectadores en cada pase a lo largo de tres conciertos, sino también las banderas con las que, el jueves, el Vicente Calderón sepultó a su multitud al ritmo de ‘Don’t Forget Where You Belong’. Me refiero, digo, a la capacidad de organización y convocatoria de una base de fans que, si nutrida de niñas y adolescentes, toma fuerza económica en los veinteañeros que monopolizan sus primeras filas y, sobre todo, en los padres de familia que, además de comprar todo tipo de accesorios, se dejan convencer por la filosofía directioner durante casi dos horas.
Al pensar en un fenómeno socioeconómico como el de One Direction, es fácil asociarlo a una suerte de fanatismo infantil. Sin embargo, estemos prevenidos. He de deciros: desengañaos. Porque el público más poderoso que sigue a One Direction es aquel que ha crecido a la par que la banda. Es en esta gente («not a girl, not yet a woman», que diría Britney) donde se produce el apoyo y la posibilidad económica. Es ahí, en esos jóvenes que coreaban palabra a palabra el setlist, donde Twitter toma forma y los hashtags, plagados de ingenio y de una rabia tan innecesaria que se vuelve imprescindible, convierten el fenómeno directioner en lo que es: un divertido disparate.
A priori, viéndolos descender la rampa que divide en dos el escenario, puede resultar incomprensible la magnitud de este fenómeno. Uno ve a cinco chicos normales, con un aspecto medianamente cuidado y nada más en su poder que un puñado de canciones pegadizas que hablan de amor. Jóvenes (chicas y chicos) están fuera de sí, ocupando foso y gradas, al verlos por las pantallas gigantes. Dicho así, no es más que un fenómeno pop común multiplicado por mil. ¿Por qué, entonces, han sido ellos los que han alcanzado este imperio comercial (como bien lo denominaron Spice Girls) y no otros? ¿Por qué ellos y no The Wanted, cuando estos últimos ofrecían una imagen sexualmente más atractiva? ¿Por qué tampoco 5 Seconds of Summer, el grupo que ha actuado antes? No podemos decir tampoco que se trate de una consecuencia de su paso por The X Factor, puesto que millones de bandas han desaparecido a los meses de su aparición televisiva. Además, la influencia de estos no fue más allá de países angloparlantes.
El fenómeno se debe, y no es en vano que las vuelva a nombrar, al mismo factor que encumbró a Spice Girls. Ambos grupos, ambas empresas con potentes equipos de trabajo, han reducido el componente musical a una de las múltiples características de su compañía. One Direction y Spice Girls vendían un mensaje: ser directioner o fan spice marca en ti una diferencia. Ser parte de ellos supone entender la vida de un modo tan divertido que sería imposible vivir igual de otra forma. Ser su seguidor, nos convencen, te convierte en alguien especial por ser tú y porque ser tú te hace distinto. A la vez, no dejan de repetirte que esas diferencias te hacen parte del grupo. Parte de su grupo. No podemos olvidar que la base de la cultura pop y de los fenómenos masivos es casi un manual de autoayuda. Como la publicidad, el arte está no en que compres el producto, sino en las posibilidades y esperanzas que ese producto te vende. Y ese tipo de sentencias, no obstante, son lo que todos ansiamos en nuestra adolescencia: pertenencia y originalidad. O, ampliándolo a la cultura pop, lo que es lo mismo: economía y celebración.
El tour se sostiene, como la mayoría de las giras internacionales, sobre una estructura fija. Sin embargo, aquí no hay sets más allá del concierto y su encore. Al menos, no hay interludios que los separen. Parece que quisiesen reforzar la idea de sencillez, de cercanía y su cohesión como banda. En realidad, podría parecer, simplemente, que el desarrollo no está muy trabajado.
No olvidemos, si tratamos a One Direction como la empresa que es, que están en su tercer disco, y es en este, según los estatutos de la evolución del pop, en el que se produce la madurez. Así ha ocurrido en la imagen y el sonido de guitarras de su último disco (en el mainstream, el término orgánico y la música que suena como música de verdad parece ser sinónimo de crecimiento). De la mano, vienen con la madurez los rumores de ruptura. Al evolucionar, tampoco pueden permitir que sus fans se alejen. Esta supuesta espontaneidad, real por otro lado, es la principal herramienta de la gira.
Todo comienza con un vídeo introductorio, muy parecido a aquellos que abren los tours de pop femenino (es de aquí de donde One Direction bebe y no de las boybands, pero esto daría para varios artículos). A los primeros riffs los sigue la explosión de fuegos artificiales. El espectáculo comienza con ‘Midnight Memories’, una canción que soporta ser el opening gracias al furor del comienzo, pero que sigue siendo uno de sus singles menos atractivos. Después viene ‘Little Black Dress’, un mero puente para introducir el primer éxito de la noche, ‘Kiss You’. Pantallas llenas de colores, los chicos corriendo por el escenario y el Calderón, así como una noche anterior el Estadio Olímpico, entregado al completo.
Las siguientes dos canciones demuestran que One Direction no son una banda de singles. De hecho, ‘Rock me’, que nunca lo fue, funciona mucho mejor de lo que lo ha hecho, por ejemplo, su penúltimo sencillo y primera canción de la gira. Con frecuencia, las canciones que popularizan no son las mejores opciones de sus discos. Aun así, la empresa sigue funcionando. Ocurrirá lo mismo con ‘C’mon C’mon’ o ‘Happily’, que todo el estadio corea. Incluso ‘Moments’, un bonus track de la edición deluxe de su primer disco, es aclamado con la misma fuerza que un lead single de éxito masivo.
Tras ‘Don’t forget where you belong’, que presenta Niall con el público a sus pies (España, aparte de directioner, es #TeamNiall), los estadios se vienen arriba con ‘Live while we are young’. Son ‘Right now’ y ‘Through the dark’ las que permiten el descanso en una parte compuesta por cuatro baladas, partida en dos por ‘Happily’. Concluyen esta sección ‘Little Things’ y ‘Moments’, con rostros llorosos, discosticks fluorescentes y abrazos entre los asistentes.
A estas alturas del espectáculo, uno ya ha descubierto que el ánimo de los chicos depende de la entrega del público. Mientras en el Estadio Olímpico se permitieron bromear en momentos puntuales e improvisar una versión de ‘Viva la Vida’ de Coldplay, en Madrid también echaron mano del ‘I got a feeling’ de Black Eyed Peas, interactuaron en español con el público o corearon, aprovechando el ambiente futbolístico, el popular «Yo soy español, español, español». Quizá, alguien los previno en Barcelona.
Como ya he dicho, Niall parece ser el integrante que mejor conecta con el público en nuestro país. Es el amigo gracioso del grupo, el colega en el que siempre confías, el tío con el que sales de fiesta y, después, quieres presentar a tu familia. Es el vecino y el primo y el hermano mayor y pequeño.
Liam, por su parte, asume el rol adulto: el padre trabajador que vela por el proyecto de la familia. Harry es el hijo guapo, el sobrino con talento que conseguirá lo que se proponga. Zayn el joven distante, reservado, que a veces se trata demasiado en serio. Y Louis, el divertido bala perdida que ha ido quedando en un segundo plano mientras mantiene una posición imprescindible, sobre todo a la hora de componer, en el grupo.
Bajo su firma está, por ejemplo, ‘Strong’, una de los mejores posibles singles de su último disco, y vociferado hit que da paso al último tramo de la parte principal del concierto, concluida con ‘One thing’, ‘Diana’ y ‘What makes you beautiful’.
Tras un descanso de unos minutos, el esperado encore comienza con ese extraño single veraniego (por ser una balada) que es ‘You & I’, y que nos conduce a un final en el que ‘Story of my life’ precede a ‘Little White Lies’ y su single más icónico hasta la fecha, ‘Best Song Ever’.
Al salir, luces apagadas y un estadio rendido, la multitud se congrega a las puertas. Ahí, se dan dos reacciones diametralmente encontradas. La mayoritaria, aquella exaltada por parte de los fans o acompañantes que, pese a no ser seguidores, han disfrutado de un show absolutamente divertido. Una fiesta pese a las carencias en el sonido o la sencillez de las puestas en escena. Porque eso es lo que ‘Where we are’ pretende, su única intención: hacerte olvidar los problemas, sentirte parte del fenómeno. Entretenimiento.
La otra reacción, la que he visto en el hombre sentado detrás de mí durante todo el concierto del Vicente Calderón, es la de gente hastiada. Ese tipo de personas (así lo estuvo haciendo él) que creen interesante taparse los oídos cada vez que las fans gritan. Con lo bien que está uno en su casa, sabiendo, además, que ‘Where we are’ es una fiesta en la que, si uno no está dispuesto a pasárselo bien, no va a hacerlo. El pop, como la vida, es una cuestión de actitud. Y eso son One Direction. Porque ellos, tan cultura pop o kitsch o trash o mainstream (¿dónde están las líneas que diferencian todo esto?), es eso: una celebración de la economía de mercados.
¿Y qué más debería esperar uno en una noche de verano?