El Nota de ‘El gran Lebowski’ (1998) deambulando por el ‘El sueño eterno’ (1946) dirigido por el Robert Altman de ‘Un largo adiós’ (1973). Algo así sería la nueva película de Paul Thomas Anderson, un vagabundeo narrativo por el universo de Raymond Chandler intoxicado por el humazo de la literatura posmoderna de Thomas Pynchon.
‘Puro vicio’ (¿por qué la han titulado como una película porno si el libro se tradujo de forma bastante acertada como ‘Vicio propio’?) es una nueva demostración de las virtudes y limitaciones del cine de Anderson. ¿Virtudes? Menos de las habituales. La más reseñable es sin duda la utilización de la música. ¿Hay algún director actual con mejor oído que el director de ‘Magnolia’? El tandem Anderson/Greenwood, que ya colaboró en ‘Pozos de ambición’ (2007) y ‘The Master‘ (2012), va camino de hacer historia.
En ‘Puro vicio’, a falta de asideros argumentales, la banda sonora es la que lleva al espectador de una secuencia a otra; la que consigue proporcionar una cierta sensación de continuidad narrativa, de coherencia interna. La música de Greenwood, junto a la sugerente y literaria voiceover de Joanna Newsom y las canciones de Neil Young o los alemanes Can, envuelven la realidad –caótica, desestructurada, inconexa, abstracta, extraña- como el humo de la marihuana, creando una bruma de apariencia de sentido.
Pero también hay que hablar de las limitaciones. Se supone que Anderson, por medio de la peripecia del protagonista (de nuevo, fabuloso Joaquin Phoenix), está trazando algo así como una cartografía del desencanto; una crónica, entre irónica y melancólica, del derrumbe de la utopía de la Contracultura californiana. Puede ser. El problema es que su discurso, al estar desarrollado por medio de una narrativa tan áspera, esquinada e incómoda, tiene menos alcance que la alegoría del capitalismo planteada en ‘Pozos de ambición’ (otra película suya con momentos brillantes pero finalmente frustrante).
Anderson hace con el género negro lo que hizo con la comedia en ‘Embriagado de amor’ (2002): manosearlo, revolverlo y presentarlo de una forma completamente nueva. ¿Mejor? No, nueva. Ya lo dice el propio director en varias entrevistas, disfrutar de esta película es una cuestión de capacidad empática, de “estar” con el protagonista y “preocuparse” por él. No es mi caso. 6,5.