Barcelona vuelve a convertirse estos días en la capital mundial de la cultura electrónica gracias al festival Sónar, pero también a todo lo que se organiza alrededor de él que, por cierto, no deja de sorprendernos. Pese a que la jornada inaugural contenía un cartel de artistas potentísimos, la tarde del jueves estuvo marcada por una irregularidad incómoda. Tuvieron que llegar, a última hora y cada uno en una punta de la ciudad, Hot Chip y The Chemical Brothers, para corregir el desequilibrio de ciertos espectáculos prometedores pero ejecutados con desgana ante un público abundante que no ha abarrotado de momento el recinto de la Fira de Barcelona.
The Chemical Brothers fueron los protagonistas del concierto inaugural, ese cuyo acceso está reservado a acreditados e invitados, pero que, con un repertorio idéntico al que desarrollarán el sábado noche, sirve para que todos puedan hacerse una idea de lo que darán de sí. Una trayectoria expandida a través de varias décadas y el propio sistema de invitaciones al concierto provocaron que el público fuera heterogéneo y, en su mayoría, nacional. Ya desde los primeros momentos con ‘Hey Boy, Hey Girl’, el repertorio tenía como objetivo que empapáramos la camiseta, y no se bajó el listón ni con las últimas incorporaciones a su repertorio, como ‘Go‘. Con paradas mínimas para repostar aire como ‘Star Guitar’ o en menor medida ‘Saturate’, el show fue un subidón sin precalentamientos, con la contundencia milimétrica de un guión de sobra conocido. No faltaron en las pantallas la iconografía habitual que acompaña al dúo -sus hits visuales- desde el payaso a los robots lanzando rayos de luz o, ya en el cierre con ‘Block Rockin Beats’ como único bis, la clásica vidriera pintada de colores a modo de altar mayor. The Chemical Brothers proponen toda una comunión con iconos de geometría perfecta, como las composiciones triangulares o formando pirámides -siempre con el vértice apuntando hacia arriba- que se construían con la iluminación. Un acto siempre emotivo que se complementaba con los abrazos y los gestos de cariño que los dos componentes se daban entre canción y canción ante un público que no dejó de bailar y corearles en ningún momento.
En el recinto diurno y a varios kilómetros de distancia, Hot Chip ofrecieron un concierto también memorable a última hora, sin competencia y recibiendo la atención de todos los asistentes. Sólo será el primero, porque el sábado noche vuelven al festival coincidiendo, eso sí, con Die Antwoord. Su repertorio estaba enraizado en sus éxitos, desde la coreadísima ‘Over & Over’ hasta la más reciente, ‘Huarache Lights’, que sirvió para abrir un recital dinámico que Alexis Taylor y los suyos defendieron con el entusiasmo y pintas habituales. Tampoco faltaron ‘Night and day’, ‘I feel better’ o ‘Ready for the floor’, todas conocidas y celebradas por la audiencia. Las revisiones funk que añaden en sus directos dan un nuevo aire a las canciones, algo que se agradece en las melodías más trilladas de una carrera larga y estable, que es la recompensa que recibe el trabajo incansable de estas auténticas hormiguitas del pop. Para terminar, como vienen haciendo últimamente, interpretaron la divertidísima versión de ‘Dancing in the dark’ de Bruce Springsteen. La larga ovación final sirvió para confirmarlo: fueron los triunfadores de la jornada.
Sobre el papel, la cosa prometía. El interés que despiertan las propuestas más arriesgadas se palpa en la dificultad que había para acceder a Sónar Cómplex, con colas y esperas larguísimas. Sobre el mítico césped del Village, Kindness, que ya nos marcó hace tres años con su funk y disco suave en ‘Word, You Need A Change Of Mind’, mostró la misma tesitura, que bajo un sol de justicia mantuvo con una audiencia muy agradecida. Su voz -y sus bailes con una lustrosa banda e inclusive entre el público- sonó a la perfección en ‘House’, en la versión de The Replacements de ‘Swinging Party’ o en la orgánica ‘World Restart’, sin que nos olvidemos de la versión de ‘I Wanna Dance with Somebody’ de Whitney Houston que a modo de interludio tarareaba, entre una canción y otra, como también hizo recordando a Aaliyah con el estribillo de ‘If Your Girl Only Knew’.
Double Vision es el proyecto del veterano productor Uwe Schmidt (Atom TM) y Robin Fox, un artista audiovisual, virtuoso del láser, que dejó alucinados a buena parte de los asistentes del Sónar Hall. Es cierto que el show tuvo algún momento flojo, principalmente porque estamos ya acostumbrados a los espectáculos lumínicos aplicados al techno, pero la tecnología siempre guarda algún espacio para la fascinación, sobre todo cuando los puntos de láser rojo, verde y azul cobraban protagonismo. En perfecta sincronía y a un volumen atronador, Atom TM lanzaba desde la cabina capas de sonido con texturas durísimas. Intensas superposiciones de ruido y ritmo y escenas de vídeo que mostraban las referencias pop que tanto gustan al alemán y que sirvieron para edulcorar su espectáculo.
Arca (en la primera imagen) era sin duda uno de los grandes atractivos del jueves, tras haber trabajado con Kanye West, FKA twigs y Björk a lo largo de un año, además de haber editado su propio disco. Un trazado susurrante de grime, sonidos post tropicales y una forma sofisticada de romanticismo futurista fueron el esqueleto de un concierto excitante, pero desordenado. El primer tramo, con Arca convertido en un objeto sexual que se pavoneaba semidesnudo entre una audiencia atónita, fue sin duda el más poderoso. La contundencia fue decreciendo hacia un final que nos pareció soso, como si hubiéramos visto el concierto al revés. Las visuales de Jessy Kanda, proyectadas de forma también irregular y con ese punto hortera irresistible, fueron una mezcla entre el culto a la figura femenina alienígena y la laparoscopia. Al final, hasta nos dio tiempo a acercarnos a Alejandro Paz y escuchar su hit chimobayesco, ‘El House’.
Quien nos dejó absolutamente desconcertados fueron Autechre. Mientras que unos vuelven cada cierto tiempo con giras y nuevas puestas en escena, el dúo británico selecciona con mucho cuidado cuándo hacerlo. Lo cierto es que ni se les vio, porque el Sónar Hall estaba totalmente a oscuras, escenario incluido. Su última vez aquí fue en 1996, un abismo tan grande como el que nos separaba de ellos al no verse absolutamente nada. Nunca han sido para cualquier paladar, salvo si te gusta que te atrapen texturas complicadas como en una elocuente banda sonora, pero esta vez funcionaron sobre todo como provocación. No poder ver cómo ellos mismos se las apañaban para actuar pudo tener su gracia, pero el resultado fue, en definitiva, disuasorio.
Por todo esto, y por un final entorpecido por el caos con los medios de transporte, la primera jornada nos dejó un sabor agridulce y ganas de más. Quizá porque en eso consisten precisamente los aperitivos: en generar más apetito. Txema y Sr.John.
Fotos: Ariel Martini (Sónar)