‘Pequeño circo’ de Nando Cruz: de todo menos «pequeño»

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‘Pequeño circo’ de Nando Cruz: de todo menos «pequeño»

PequenoCirco_El indie español ha cumplido 20 años, en JENESAISPOP lo celebramos con una serie de artículos escritos por Nuclear Sí y Estanis Solsona y Nando Cruz ha escrito un tocho de casi 1.000 páginas recordando aquellos años. Se trata de una «historia oral» en la que el periodista no tiene más protagonismo que el de la selección y el orden, dejando que hablen músicos, periodistas y pequeños empresarios al frente de las compañías, en su mayoría, independientes. No faltan Jota y Florent de Los Planetas, Antonio Luque, Felipe Fresón, Nosoträsh, las hermanas Llanos de Dover, Luis y Montse de Elefant, Jesús Llorente de Acuarela, Carlos de Subterfuge, Manolo de Astrud (Genís es una de las grandes ausencias junto a Fangoria y por supuesto Family), Teresa e Ibon de Aventuras de Kirlian, Le Mans o Single y un largo etcétera.

Se está hablando mucho en los mentideros de la carga política del libro. El protagonismo de lo social ya fue excesivo y bastante gratuito en el libro de Lengua de Trapo sobre ‘Cajas de música difíciles de parar’ y aquí se sigue esa línea con declaraciones del mismo Nacho Vegas y mucha otra gente dando más vueltas al tema de si el indie fue apolítico (?), pijo (??) o de derechas (???); con la novedad de que aquí aparecen músicos con otro punto de vista, como Jota («el indie es súper crítico. Es una de las críticas sociales más profundas que hay, toda la forma de organizarse al margen de la industria es super crítica con el sistema»), si bien, como ya sucedía en el libro de Víctor Lenore, nadie habla de lo marginal o raruno que era y es que un indie se declarase abierta y libremente votante del PP. Si Bach is Dead tocaron contra la invasión de Irak, había un entramado de giras en torno a los gaztetxes y Los Planetas, reyes del indie, salen hablando de sus propias canciones e ideas políticas y de izquierdas, ¿merece la pena seguir dando vueltas a esto?

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No se ha escrito tanto sobre la politización (o no) de otros géneros musicales en otros países y en otros tiempos, y no es obviamente lo más interesante del libro. La dedicación a este asunto empieza a ser un tanto delirante, con sentencias que van tan lejos como «política y pop están casi reñidos» (se pasa, por ejemplo, muy por encima de TCR), pero a pesar de que ocupa buena parte de ‘Pequeño circo’, esta tesis no abruma ni es cansina y lo mejor es que los protagonistas se explayan con otras cosas. Y lo mejor es ese otro lado, el de las fabulosas historias que revelan o redescubren. No faltan episodios míticos de la historia del indie como la gira Noise Pop, la creación de Elefant, el interés por el indie de Sony a través de RCA, la grabación de las orquestas de ‘Soidemersol’ y sus elevados costes, el insólito «si lo pinchas tú, no lo pincho yo» de los locutores de Radio 3, el artículo anti-Subterfuge de Mondo Brutto que terminó en los tribunales, el nacimiento del crowdfunding (¡con unas papeletas inventadas por Eskorbuto!), la profesionalización de los músicos vs los grupos que en realidad no tocaban en el estudio, la lucha por lograr un disco rojo en Los 40 Principales, el lema «Córtate el pelo, cambia de vida» que unió Gijón, la generación perdida entre la Movida y el indie, largo etcétera.

A lo largo de cientos de páginas recordamos o conocemos por primera vez anécdotas menos populares pero impagables: la influencia en Elefant del hecho de que al pueblo de Luis Calvo no llegaran Los 40 Principales, la pelea entre Santi Carrillo de Rockdelux y Gabi Ruiz en los inicios de un Primavera Sound; Fino Oyonarte explicando por qué los discos de Los Ronaldos, Hombres G o Duncan Dhu sonaban igual; Eric de Los Planetas y Lagartija Nick tumbándose en la mesa de la sala de juntas de la compañía («si no pagáis la cuenta de la habitación, me quedo a vivir aquí»); Antonio Arias contando que tuvo que dejar de ir a tocar en el País Vasco al fichar por una multi por mucho que él insistiera en que era el sello de los Clash; Teresa Iturrioz concursando en El Salero (antes ‘Gente joven’) sin saberlo («qué cerdos estos de DRO»)…

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Aquí hay historias que todo el mundo debería conocer, como las tristes de Josetxo Ezponda y el otro Josetxo de Cancer Moon, o entrañables, como el progresivo éxito de algunas bandas como El Inquilino Comunista, que pensaron que había fuego en la sala por el griterío del público cuando un día tocaron el riff de su tema ‘The Fall’. Entre mis favoritas, las de Iluminados montando un festival en Bullas, ese lugar que según Nacho Canut es un «experimento de la NASA»; o el festival y el bar La Imagen en Pradejón, por donde pasaron decenas de artistas internacionales para los que sus ingenuos dueños esperaban seiscientos asistentes, encontrándose a veces con 62. Su episodio es el más bonito.

El libro es lo suficientemente largo y analítico como para que no se descuiden temas como la exclusión, el sectarismo que acaba asfixiando una escena, el compañerismo o su ausencia, la influencia de la picaresca española, la ruina, las deudas y el desastre o el mercantilismo de algunos. El humor no falta y hay una gran retahíla de sentencias para enmarcar, como cuando David Rodríguez de Beef y La Bien Querida dice que va a hacer un disco cantando a Machado para ser número 1 en Rockdelux llamado ‘Machada’, o cuando Antonio Luque recuerda la tormenta que derribó el FIB en 1997: «ahí no murió nadie porque está claro que los hermanos Morán nacieron con estrella. Este festival lo monto yo y mueren 300». También lapidario e interesante suena a menudo Servando Carballar: «los discos son un accidente extraño que apenas ha durado un siglo. Si un extraterrestre estudia la evolución de la especie humana, los discos no tendrán ningún tipo de importancia en la historia de la música».

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Y casi lo que más se echa de menos en el libro es eso: ¡los discos! Se habla reiteradas veces sobre si la música de aquellos tiempos era buena, mala o ha resistido el paso del tiempo, y se llegan a reivindicar algunas cosas poco obvias (Ricardo Aldarondo a Parafünk, Luis Landeira a Meteoro), pero no se dedica un capítulo propiamente dicho a que la multitud de personas que ha participado escoja qué discos le parecen los mejores o los más salvables de aquellos años. No se profundiza ni un poquito en canciones como ‘Voy a aterrizar’, ‘El ángel Simón’, ‘Qué nos va a pasar’, ‘Magic’ o ‘Cerca de Shibuya’.

Nando Cruz ha hecho bien en no hacer un libro encumbrando al indie en plan «CÓMO MOLAMOS» (presente y pasado, ambos válidos) porque buena caspa habría sido. ¿Y quién habría hablado de ello, verdad? Pero al final le ha quedado una cosa algo extraña desde el propio nombre del libro, un guiño al primer EP de Sr Chinarro, también llamado así -como él- por ‘Los payasos de la tele’: ¿es medio ofensivo? Si se insinúa que el indie fue irrelevante, ¿para qué se nos aporta hasta el último dato sobre la procedencia geográfica y social de cada integrante? Como dice Abel Hernández, igual hay demasiadas excepciones de cosas que sí se pueden rescatar. Y muchas de aquellas cosas «tan malas» han dado lugar a cosas muy grandes. ¿Cuántos discos sí han envejecido bien del Reino Unido? ¿Cuántos grupos sí han tenido una carrera longeva? ¿Alguien recuerda que Gomez ganaron un Mercury Prize?

Es un triunfo periodístico que se cuestionen cosas y que se planteen con toda la objetividad que permite la historia oral, pero es bastante marciano que, como en el último libro de Víctor Lenore, se hable tan poquito de la calidad de la música, de los himnos que han sobrevivido y de los 50 discos de aquella época que las nuevas generaciones, que imagino totalmente perdidas en este «name dropping», han de tener. 7,9.

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