Durante la presentación del disco en Barcelona, Joan Miquel Oliver nos explicaba que ‘Atlantis’ era la segunda parte de una trilogía. Una trilogía accidental, ya que él se planteaba un cambio de rumbo con este álbum, pero Albert Pinya (autor de las ilustraciones de sus dos últimas obras) le convenció de que no, de que tenían que mantenerse en la línea de ‘Pegasus’. Sin embargo, Oliver decidió que, ya puestos, debía pergeñar una trilogía de verdad, no una de esas de mentirijillas en que simplemente se parte en tres una historia muy larga para hacerla más digerible, al estilo de las películas de ‘El señor de los anillos’. Si ‘Pegasus’ era la tesis, ‘Atlantis’ tenía que ser la antítesis (y el tercer disco, aún por llegar, la síntesis). Si uno era espacial, este debía ser marino. Si ‘Pegasus’ era azul y verde, ‘Atlantis’ naranja y rosa.
¿Es importante conocer toda esta justificación teórica para disfrutar de ‘Atlantis’? Pues la verdad es que no. ¿Es la antítesis de ‘Pegasus’? Tampoco. Oliver ha creado, para alegría de sus fans, otro disco destinado al culto popular. Doce canciones que nos aprenderemos de memoria e incorporaremos a nuestro imaginario colectivo, ese mismo que Oliver viene engrosando desde los tiempos de Antònia Font. ‘Atlantis’ quizás se encuentra un escalón por debajo de ‘Pegasus’. Aquí el techno-pop hortera y ochentero gana posiciones, aunque también sigue cultivando el folk festivo y mediterráneo. La inicial ‘Nins a tobogans’ es una gema a la galáctica manera de un Sisa, preciosa y delicada. Pero a continuación llega la traca sintética, la brillante cacharrería espacial que conforman tres temas pegadizos e inmediatos. Lo mejor del disco: ‘Agricultors ingràvids’ (hitazo número uno), en que Oliver recita imitando la fría manera de cantar del pop más sintético de los ochenta, rematado por un estribillo arrebatador; ‘Incident a sa pista dos’ y ‘Atlantis’ (hitazo número dos), coronada por un gozoso teclado house y chords bien gordos, en que parece rendir homenaje, otra vez, al ‘Atlantis Is Calling (SOS for Love)’ de Modern Talking, ese al que ya hiciera referencia en ‘Calgary 88’. Tomando de base el material de derribo del dúo alemán, Oliver erige templos de neón.
A partir de aquí el synth-pop pierde peso en favor de lo orgánico, mientras se reduce levemente el nivel de entusiasmo que provocan las composiciones. Pero sigue conteniendo joyitas: ‘La rumba del temps’ inaugura el subgénero de canción de verbena y divulgación científica. En ella, un relojero se pregunta por qué leches el tiempo es relativo y un astrofísico le replica (y explica) didácticamente el motivo: “Perquè sa velocitat de sa llum / no canvia dins s’espai en moviment”. También hay sitio para el enfado -algo raro en él- en ‘Posidònia’, un alegato anti-turismo invasivo, disfrazado de azucarado sonsonete infantil en su puente pero de estribillo funky, en el que se lamenta de haberse convertido en un “animalito del zoo” para goce de las hordas de guiris que arrasan con todo. O el rock ecológico de ‘La mar treu sabates’. ‘Ses persones’ recupera lo sintético, pero de manera menos lograda que la tríada inicial. Y, como es habitual, Oliver se guarda un as en la manga para el final. Si ‘Pegasus’ cerraba con la hermosa ‘Mil bilions en estrelletes’, aquí el broche es ‘Ses coses’, que pasa en un periquete de suspiro acústico a magia sinfónica y tubular. Joan Miquel Oliver, tan encantador, grácil y fácil como siempre.
Calificación: 7,5/10
Lo mejor: ‘Nins a tobogans’, ‘Agricultors ingràvids’, ‘Atlantis’, ‘La rumba del temps’
Te gustará si te gusta: El pop galáctico, Antònia Font, Renaldo & Clara.
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