Como recordó el propio Jagger gracias a un ingenioso teleprompter que le marcaba qué debía decir al público (en un potable mix de castellano y catalán que le llevó a contar que había comido butifarra y trinxat) para metérselo en el bolsillo de su ajustado pantalón (el tipín que gasta este hombre no es normal), este ‘No Filter Tour‘ de anoche era ya la octava vez que Rolling Stones visitaban Barcelona, la última de ellas en 2007. Así que las sorpresas que pudiera deparar el concierto eran más bien pocas. Apenas el espectacular escenario de esta gira, con unas pantallas abrumadoramente altas que mezclaban imágenes de la banda en directo con efectos visuales –por momentos dignos de Power Point–, y certificar que el grupo estaba en una relativamente buena forma anímica y física.
Así como a Charlie Watts y Keith Richards se les vio notablemente cascados –lo cual no afecta a su pericia instrumental, cuidado–, Mick Jagger se mostró a sus envidiables 74 palos tan inquieto como siempre durante las más de 2 horas de concierto, bailando, caminando y hasta haciendo un par de sprints que a mí me dejarían echando el bofe. Aun así, se notaba que medía mucho sus esfuerzos, que era algo que tenía perfectamente controlado, de manera tan mecánica como el propio show, tan poco dado a la improvisación como casi cualquier otro concierto de estadio. Pero es evidente que su papel en escena es fundamental: cuando Keith tomó las riendas vocales durante un par de temas (‘Happy’ y ‘Slipping Away’), el bajón de energía fue palpable. Por otra parte, con Watts impasible en su escueto set de batería, Richards ensimismado en el mástil de su guitarra y moviéndose de manera algo pesada y Jagger a la suya (mi impresión es que los dos últimos ni se hablaron, miraron o tocaron en todo el concierto), el único que parecía salirse ocasionalmente por la tangente era Ronnie Wood, que bailó y sonrió de manera casi permanente. Sabiendo que acaba de superar un cáncer de pulmón, debe estar disfrutando cada segundo al máximo y su entusiasmo era visible y genuino.
Tampoco cupieron demasiadas sorpresas en su setlist –evidentemente, nadie querría que prescindieran de sus mayores clásicos– pero sí algunas bastantes jugosas. Destacó la inclusión de ‘Rocks Off’ –a petición del público– y una ‘Under My Thumb’ que hasta hace poco no tocaban desde más de una década atrás. Y algo más (un par de concesiones de rigor a su reciente disco de clásicos del blues, ‘Blue & Lonesome’). Pero poco más, gracias. Porque en un concierto así, no nos engañemos, uno quiere ver exactamente lo que espera y en ese sentido las expectativas se superaron con creces. Cuando, tras cierta demora sobre la hora prevista –quizá debido al caótico y lento acceso del público al Estadio Olímpico–, comenzaron a sonar las percusiones introductorias de ‘Sympathy For The Devil’ se instaló en el repleto Lluís Companys algo que solo puede definirse como magia. Rolling Stones abrieron la puerta de su Museo del Rock y se fueron sucediendo de forma apabullante –al cuarteto le respalda una amplia banda con notables coristas, teclistas y vientos, pero ellos y el bajista Darryl Jones llevan el peso en buena medida– clasicazos como ‘It’s Only Rock ’N’ Roll’, ‘Tumbling Dice’, ‘Paint It Black’, ‘You Can’t Always Get What You Want’, ‘Street Fighting Man’, ‘Midnight Rambler’ (con un espectacular solo de Ronnie), ’Miss You’ (fantástico solo de bajo de Jones)… que derivaban hacia una irresistible traca final (literalmente) con ‘Start Me Up’, ‘Brown Sugar’, ‘Jumpin’ Jack Flash’ y el éxtasis ante ‘(I Can’t Get No) Satisfaction’.
Podemos tirar de cinismo, aludir a lo previsible del show –lo más inesperado fue el solo vocal más dueto con Mick que se marcó durante ‘Gimme Shelter’ la corista Sasha Allen en la plataforma central– y quedarnos con que son ricos empresarios ordeñando su vieja vaca (el merchandising inundaba todos los pasillos del estadio y diría que había más gente con camiseta del grupo que sin ella). Pero lo cierto es que lo que vimos anoche fue el espectáculo de rock ’n’ roll genuino que cualquiera querría ver, con un ambiente muy especial y una química evidente con un público animado y bailón (una encantadora mezcla de personas maduras y jóvenes, en el que se veía a padres bailar con hijos e hijas e incluso nietos). Una, como he dicho antes, magia ante la que habría que ser muy necio para no derretirse. 8.
Fotografía de Jesús A. MArtínez cedida por Doctor Music.