Todas las fotos son de Mircius Aecrim, cedidas por Doctor Music.
Anoche comprendí el porqué del fanfatalismo hacia Kylie Minogue. La australiana gana en las distancias cortas –una tesitura en la que ya es bastante difícil ver a casi cualquier artista pop de su estilo– porque se expone a muchos niveles: simpatía, empatía, desenvoltura escénica y, sobre todo, calidad técnica. En todas esas parcelas Minogue demostró no solo muchas tablas sino también que anda muy bien dotada de todas ellas, que es una artista curtida y muy bien trabajada. Todo esto, claro, no sirve de mucho sin canciones.
Kylie promociona en esta gira por salas pequeñas, como la anoche repleta Sala Bikini de Barcelona, su nuevo álbum, ‘Golden’. Un disco que parece revestido de cierta estética country que, a priori, podría interpretarse como una voltereta estilística para no aburrir. Siendo así, una aproximación bisoña al género hubiera cantado a leguas. Disfrazar de autenticidad canciones pop de laboratorio es un recurso que difícil de colar en las distancias cortas y lo de Kylie anoche sonó honesto.
Frente a un telón de terciopelo rojo y un enorme corazón rodeando una gran “K” –iluminados ambos con bombillas, dando un aspecto retro– y arropada por una banda de seis músicos de solvente pericia (dos guitarristas –que alternaban acústica, eléctrica y banjo–, bajista, batería, teclista y dos coristas), Kylie se mostró incluso más confiada y segura que cuando la he podido ver en grandes montajes escénicos, logrando brillar, y mucho, en el aspecto vocal. Una voz preciosa y muy técnica, que armonizaba de maravilla con las dos coristas. Con ese envoltorio, sostenido por un muy buen sonido en el que solo se podrían reprochar el uso de algunos pregrabados puntuales –en ‘Sincerely Yours’, casi al final y un par de los nuevos temas– que robaron algo de magia, la Minogue logró que aguardemos la salida de ‘Golden’ con incluso más expectación, porque sus canciones pintan muy bien.
Aunque el comienzo con la propia ‘Golden’ resultó algo dubitativo (con unos coros que imitan, entre lo cómico y lo desconcertante, un grito de guerra sioux o similar), pronto mostró que la muy Dolly Parton (contó que parte del disco se ha gestado en Nashville) ‘One Last Kiss’, la pegadiza ‘Shelby 68’ (dedicada a su padre y su coche clásico favorito), o la sentimentalilla balada ‘Radio On’ suenan muy bien y satisfacen con solvencia esa coartada country-pop que se intuye en los dos adelantos del disco. Pero que no teman los fans de la Kylie de siempre: la disco folk, bastante irresistible, ‘Raining Glitter’ y, sobre todo, una ‘A lifetime to repair’ que, banjo mediante, apunta al gran pepinazo bailable de esta era les darán lo que esperan.
Ese nuevo repertorio, por supuesto, estuvo salpicado de guiños al pasado, aunque a menudo no los esperados, pues solo ‘All The Lovers’ (que fue de lo acústico a lo explosivo) y ‘The One’ entrarían en lo esperable. Teniendo en cuenta el formato del concierto, resultó especialmente agradecido escuchar, además de ‘Breathe’ –la canción de ‘Impossible Princess’ que incluimos en nuestro reciente repaso a las mejores canciones de 1997, por cierto–, unas preciosas versiones semiacústicas de ‘Hand On Your Heart’ y ‘Put Yourself In My Place’ (no puede ser casual la elección de dos títulos tan parecidos: a alguien le deben estar pitando los oídos) o la feliz adaptación del clásico de Dolly Parton y Kenny Rogers ‘Islands In The Stream’ –guiño a ABBA incluido–, fabulosa.
Dicharachera, divertida y amable hasta el extremo de improvisar con el grupo una versión no prevista de ‘Wow’ a petición de unos fans, Kylie debe ser consciente de que está ofreciendo un regalo, un recuerdo precioso para los fans que acuden a estos conciertos promocionales. Curiosamente, dos de los momentos más coreados y animados de la noche, fueron los nuevos singles ‘Stop Me From Falling’ –previo al bis– y ‘Dancing’, la muy vitoreada canción final. La etapa ‘Golden’ podrá ser o no un éxito comercial, pero pinta muy bien en lo artístico. 8,5.