Todas las fotos son de Isaac Planella, cedidas por Sony Music Spain.
Llego a Razzmatazz con el tiempo justo. Me sorprende verlo tan abarrotado (principalmente por un público de gente guapa entre 20 y 30 años) y con tal nivel de expectación. El concierto es un evento social (el cotorreo a ratos era insoportable) pero, sobre todo, lo que se palpa es la entrega y las ganas de pasarlo bien. A eso se le suma un buen sonido y un escenario sobrio en que sólo destaca el cartel luminoso con el nombre del artista, porque el espectáculo es el propio Carlos Sadness, enfundado en una chupa de cuero negro con flecos, extremadamente simpático y feliz, dirigiendo una banda muy buena con la que reproduce fidedignamente el sonido de ‘Diferentes tipos de luz’.
Sadness se muestra generoso con su nuevo disco; toca nada menos que doce temas de los catorce que lo conforman. Abre con un ‘Hale Bopp’ que suena muy New Order y hay karaoke masivo desde la primera estrofa. La audiencia se sabe todas las canciones nuevas de pe a pa, como si fueran clásicos de toda la vida. Hasta ‘Te quiero un poco’ ya suena a himno, con Sadness dejando que sea el público el que entone el estribillo. Pero enseguida cae ‘Perseide’ y todo lo anterior se queda corto. Luego se saca el ukelele y ataca ‘Sebastian Bach’ y el público da palmas frenéticas al compás de la canción. Cada tema es recibido como si fuera el mejor de la noche, el ambiente es festivo a más no poder, la gente exuda felicidad. Hay parejas abrazadas, chicas bailando a horcajadas de sus amigos, incluso agitar y lanzar de bragas (juro que lo vi). Y Sadness está exultante. Hace un chiste sobre cuando fue a Razzmatazz a ver a Pantera y cómo les debería sentar a estos de mal que él acabe cantando algo como ‘Amor Papaya’ en el mismo escenario.
Aunque es difícil establecer cuáles son las canciones más celebradas, a tenor del entusiasmo permanente en que parece habitar el público, diría que de ‘Diferentes tipos de luz’ la vencedora es ‘Longitud de onda’. Y la frase más coreada sin duda es “te voy a matar cuando me acabe de peinar” de ‘Miss Honolulu’. Yo también acabo cantando a voz en grito ‘Física Moderna’. Para cuando llega ‘Kandinski’ ya hay hasta explosión de confeti, fiesta desatada con ‘Relámpago’ y cierre pre-bises con ‘Astronomía en el Tibidabo’. Pero Carlos regresa enseguida, solo con el ukelele para cantar, precisamente, ‘Houdini (ukelele love song)’. Bromea antes de atacar ‘Chihuahua’ (“a quién se le ocurre ponerle al estado más grande y con hombres más altos de México el nombre de un perro diminuto”). Aunque lo mejor es escuchar al público darlo todo con… ¡’Groenlandia’ de Zombies! O la versión cutre-chunga pero divertidísima (y en castellano) del ‘Hotline Bling’ de Drake.
Suena ‘Qué electricidad’, hay más confeti y no puedo evitar una buena carcajada cuando oigo detrás de mí a una chica comentarle emocionadísima a su amiga: “¡Es moñas pero no es moñas!”, como resumen de la figura de Carlos Sadness. Sí, no tener miedo de resultar cursi y lograr conectar de esa manera con su público es su victoria. Él mismo no puede evitar comentar que jamás hubiera pensado en llenar el Razz o el Apolo. “Quizás el Sidecar, que es más pequeño”, bromea. Más de dos horas de fiesta y alegría. A falta de ver qué ocurre en los festivales de verano, lo de anoche fue, definitivamente, la apoteosis de Carlos Sadness. 8.