PJ Harvey & John Parish en concierto

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PJ Harvey & John Parish en concierto

Si uno es fan de PJ Harvey y reside en Madrid, poco más le queda que viajar a Oporto para ver a la diva británica sobre el escenario, sobre todo si tenemos en cuenta las doce pruebas de Astérix propuestas por el festival SOS48 de Murcia para conseguir una entrada. En tierras portuguesas, PJ Harvey y John Parish escogieron la sobrecogedora sala Suggia de la Casa da Musica para la puesta de largo de su nuevo disco ‘A Woman A Man Walked By’, con las entradas agotadas en apenas 20 minutos, incluso antes de hacer los carteles publicitarios.


Tras recibir una calurosa ovación, comenzaron el set con el single ‘Black Hearted Love’, una canción explosiva que se vio deslucida por un sonido apagado, lejano y sin fuerza. Los presentes nos temimos lo peor (¿sonaba aquello peor que un festival?), pero debió de ser cuestión de tocar dos botones en la mesa de sonido, porque ya el segundo tema, ‘Sixteen, Fifteen, Fourteen’, estuvo a la altura de las circunstancias, con un magistral John Parish al banjo y una PJ Harvey descalza y ataviada con un vestido negro dando palmas al viento. Para evitar desilusiones, PJ anticipó que el repertorio no iría más allá de los dos discos compartidos con JP, antes de continuar con ‘Rope Bridge Crossing’ y ‘URN’ de su anterior largo conjunto, ‘Dance Hall at Louse Point’. Ya conocemos su gusto por los conciertos inconformistas y nada fáciles.

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Y demostró que no necesitaba echar mano de sus hits en solitario para encandilar al público. Gracias principalmente a su registro vocal, infinito en directo. Susurros, jadeos, ladridos, spoken-word, y gritos de furia que transmitían mil emociones, desde el miedo a ponerte en su camino cuando chillaba «I will / I will not» en una ‘Pig Will Not’ muy rockera, a la profunda tristeza en ‘Cracks In the Canvas’ (sublime su voz al recitar «How do we cope with the days after our death?»). Pero también por sus dotes interpretativas, porque domina el escenario como nadie. Ya sea con sus bailes y contoneos sensuales (a veces algo Björk-like, aunque menos pizpireta) o inmóvil delante del micrófono en la hermosa ‘Soldier’. Realmente parecía transmitir lo que piensan y sienten los personajes de sus canciones. Hoy por hoy, una de las más grandes. Si esto lo aderezamos con un Parish exquisito a la guitarra, al banjo, a la mandolina, al dobro o a lo que sea, para qué pedir más.

Bueno, un «pero» muy grande: la duración del concierto, apenas una hora y veinte minutos, se antoja corta, muy corta para tanta emoción. Demasiado breve para alcanzar el éxtasis. El factor tiempo también pareció «afectar» al repertorio, muy bien ejecutado pero sin hueco a la improvisación. Hasta la duración de las pausas parecía medida, lo que deslució el concierto. En definitiva, fue grande, aunque pudo ser perfecto. 8,7

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