Anunciaba Kylie hace unos meses por Twitter que su Les Folies Tour iba a suponer tal derroche técnico, iba a ser algo tan nunca visto, que nadie podría salir indiferente de su directo. Las cifras sobre la pantalla del ordenador, desde luego, asustaban: que si un escenario con un millón de partes móviles que ha costado 25 millones de dólares, que si unas fuentes que expulsan 40.000 litros de agua a 30 metros de altura, que si 200 trajes… Lo típico del pop, vamos. Por desgracia, eso en la teoría tan innovador en la realidad deja de serlo cuando uno se pone frente al Partenon griego que acoge, durante dos horas, el concierto de la australiana. Y es que aquellos que hayan ido a verla por primera vez pueden flipar con el show que ha montado la Minogue, pero los seguidores de toda la vida seguro que con tanta lentejuela D&G y con alguna pluma suelta que otra no pararán de comentar que si tal número es muy ‘Fever’, que si aquello que ahora sale recuerda al ‘Showgirl’ o que si la versión de esa canción en el «XTour» era más acertada. Manías de talifanas. ¿Significa esto que la cantante nos ha fallado con la presentación en vivo de su discutido último disco? ¿Puede Kylie decepcionar a una persona?
El concierto empieza fuerte. Unas burbujas, unos humos, unas proyecciones submarinas y unos gladiadores dan inicio al show que, al ritmo de ‘Aphrodite’, esperan nerviosos la llegada de su Diosa Afrodita. Kylie, que es muy sencilla, siempre aparece en los conciertos de dos posibles formas, o desde abajo, sea en robot o vestida de avestruz, o colgada desde arriba. Gana la primera en esta ocasión, y dentro de una concha dorada en plan ‘El nacimiento de Venus’ de Boticelli aparece la cantante en el escenario para cantar, que no bailar, sus dos hojitas. El público grita, que para eso están este tipo de entradas triunfales, pero parece que son pocos los que conocen la canción que da, además, título a la gira. Menos mal que ‘The One’ y ‘Wow’ acuden al rescate, demostrando que para las audiencias masivas, siempre, cualquier disco pasado fue mucho mejor. Una teoría que se reafirma cuando, con nuevo modelo y montada en un pegaso dorado gigante, no consigue levantar a la gente de sus asientos. Vale, la canción es ‘Ilusion’ y a nadie nos gusta Shakira, pero se supone que todos los que van han escuchado el álbum más de una vez, ¿no? Pues no. Mejor, que el populacho descanse y así molestan menos cuando, después de este involuntario descanso, suenan los primeros acordes de la versión original de ‘I Believe in You’ para que Kylie, montada en una cuadriga tirada por sus bailarines, recorra la pasarela y así poder acercarse a este «pobre» público que no hemos podido pagar los 250 euros que costaba el acceso al Splash Zone, una suerte de zona vip que ocupa todo el frente del escenario y que impide durante bastante tiempo esa conexión total entre diva y audiencia, esencial para convertir en inolvidable este tipo de citas.
Que sus primeras filas, bueno, las medianas y las últimas también, están repletitas de gays, no es ningún secreto. Por eso, para ellos, Kylie vuelve después de su paseo triunfal en calesa humana con un bloque de esos en los que nadie sabe qué mirar, si a la pequeña cantante, o a su cuerpo de bailarines medio en cueros. La primera sorpresa de la noche la encontramos en la pantalla, cuando su novio Andrés Velencoso en tanga se convierte en un dios griego al que Kylie dedica ‘Cupid Boy’, tema que por cierto gana bastantes enteros cuando lo escuchas en compañía fuera de casa. Y si un pezón siempre vende bien, un hit de los de toda la vida como ‘Spinning Around’ ni te cuento, máxime si viene seguido de un ‘Get Outta My Way’ al que le sobran tantas sillas como éxito como single le ha faltado. Remata la faena con el clásico ‘What Do I Have To Do’, en el que los más jóvenes descubrirán por cómo se vuelven locos sus mayores que, efectivamente, hubo vida antes del ‘Light Years’.
Y a años luz nos habría gustado que pasara la siguiente canción, ‘Everything Is Beautiful’, en la que Kylie aparece vestida de una suerte de Virgen de Almatosa galáctica acompañada de un desfile de modelos que recuerdan al colocón de Frenchie en ‘Grease’. Por suerte las plumas, que qué haríamos sin ellas, hacen su primera aparición estelar en el escenario para adornar uno de los números más estéticos e inesperados de la noche. Porque a ver, ¿a quién le suena bien una versión jazz de ‘Slow’? ¿A nadie, verdad? Pues vosotros también os comeríais vuestras palabras si vieseis lo bien que resuelve Kylie el marrón de versionar una de sus canciones más queridas. Que no la única, ya que si ‘Slow’ se ralentiza, a una de sus baladas míticas, ‘Confide In Me’, le toca ser bakalizada mientras que ‘Can’t Get You Out Of My Head’, por evidente, la sueltan en versión rock a ver qué pasa. Y funciona. ‘In My Arms’, por aquello de que consigue que el típico espectador árbol saque las manos de los bolsillos, mejor dejarla como estaba.
Porque nada más importante que tener a tu público contento cuando lo que les espera a continuación es la cursilada hecha canción y aderezada con el azúcar de una puesta en escena cursi como pocas. Y es que ‘Looking For An Angel’ no se salva ni con el ángel negro que aparece colgado del cielo para llevarse volando en su grupa a Kylie desde el escenario vip al centro del estadio . En el viaje canta ‘Closer’, que se merecía mejor espacio, y si de algo sirve este momento es para que aquellos que hasta ahora no han podido verla de cerca puedan hacerlo. Que no hay mal, o mejor dicho, muy mal, que por bien no venga. Por suerte esta moñada, que se le perdona por ser quien es, remonta con un fantástico cover del ‘There Must Be An Angel’ de Eurythmics y, sobre todo, con el acertado mash-up entre ‘Love At First Sight’ y ‘Can’t Beat The Feeling’ que algunos tuvimos la suerte de que cantara en nuestra cara. Claro que igual sin ese pequeño extra pierde la gracia. Una blandita a capella más mona mona (‘If You Don’t Love Me’) y, venga, nenas, a volverle locas con la moda.
Y es que si algo sabe hacer Kylie es conseguir que independientemente de lo que hayas visto siempre salgas con una sonrisa en la cara, y aquí es donde empieza la magia. Lo tiene fácil cantando ‘Better The Devil You Know’, pero más cuando termina la canción para aceptar propuestas. En cada ciudad cambia, y a nosotros en Toulouse nos cayó ‘I Should Be So Lucky’ y, por petición particular, ‘Your Disco Needs You’, que es el himno involuntario que ‘Born This Way’ sueña. Unas palabritas por aquí, unas cucamonas por allá y ‘Put Your Hands Up’ cierra la escena. ¿Fin? Por supuesto que no. Falta el agua. Nos habían prometido mojarnos y de momento las únicas gotas que hay en la sala son las del sudor cayendo por nuestras espaldas. No tardan mucho en aparecer las fuentes, los chorritos de colores y la locura acuática prometida que, esta vez sí, al ritmo de ‘On A Night Like This’ y ‘All The Lovers’, ponen punto y final a la velada. Lástima que todavía sea invierno, ya que si la fanfarria de agua que se montan la hubieran tenido en el pasado Orgullo la Kylie arrasa.
Cuando se encienden las luces, los técnicos empiezan a desmontar el escenario antes de que te dé tiempo a ponerte el abrigo y por un momento olvidas al ángel, las plumas, las canciones codazo y demás leves faltas. ¿Que ha hecho giras mejores? Pues sí, pero poco importa cuando por lo menos reafirmas lo que ya descubrimos en su concierto de Las Ventas en Madrid: que Kylie, sin artificios y de cerca, gana. De ahí en adelante, todo y nada sobra.