Nunca he ocultado mi fascinación por ‘True Blood’, posiblemente lo único bueno que trajo hace unos años la resurrección de esa fiebre vampírica que poco después se apagó por culpa de engendros como ‘Crepúsculo’, saga que triunfó a pesar de haber quitado a los chupasangres aquello que los hace irresistibles: el sexo. Al fin y al cabo eso es lo que la sangre suele significar en este mito que acostumbra a convertir la pulsión por la hemoglobina en una metáfora de la lujuria y el deseo.
Así lo entendió desde el principio Alan Ball, que acertó de pleno al convertir unas simples novelas de aeropuerto en un festival de carne y miedo lo suficientemente atractivo como para que esta ficción consiguiera ser la serie más vista de la HBO tras ‘Los Soprano’, puesto que este año le ha arrebatado, por muy poco, ‘Juego de tronos’. Un récord de audiencia al que ayudó, y mucho, lo acertado de programar su emisión para el verano. Lo creáis o no, hay series hechas para ser vistas sudando.
Pero hasta los grandes se desgastan, y tras una polémica quinta temporada que dividió a su fans en dos grupos (el de los más críticos, que acusaban a ‘True Blood’ de perder el rumbo argumental, y el de los más lúdicos, que encontramos precisamente en esa deriva hacia la parodia telenovelesca la única razón para seguir enganchados) se ha estrenado la sexta tanda de episodios con un primer capítulo que, por desgracia, confirma lo que no queríamos ver el año pasado: que lo bueno se ha acabado.
Y no es que pidamos recuperar la esencia de las primeras temporadas en las que el triángulo amoroso entre Bill, Sookie y Eric era el epicentro de todo el argumento. Tampoco necesitamos volver a los tiempos en los que Jason coqueteaba con las sectas antivampiros, Pam o Alcide eran simples personajes secundarios, Jessica no había sido creada o Russel Edgintong arrancaba corazones en directo.
Como decía antes, creo que el tono paródico y exagerado que convirtió la serie en un guilty pleasure de libro era la mejor opción para asegurar su supervivencia. Sólo por eso no nos enfadamos cuando nos colaron goles como la aparición de villanos rollo Antonia Gavilán de Logroño o tramas de relleno que provocaban bostezos como casi todas las que implican al sheriff Andy Bellefleur y demás habitantes del pueblo.
El problema es que ha llegado el momento en que ni los desnudos gratuitos ni los litros de sangre ni las frases ingeniosas justifican giros argumentales protagonizados por personajes que ya no reaccionan con coherencia, sino que se mueven por el mundo sólo para que la farsa se mantenga. Nada tiene sentido en este primer episodio. Y esto, dicho de algo a lo que nunca le hemos pedido realismo alguno, sólo puede significar algo malo. Por supuesto que terminaremos de ver la serie, después de tanto tiempo sería ridículo abandonarlo todo, pero o mucho cambian las cosas a lo largo de la temporada, o el placer no tardará en convertirse en penitencia. De momento en Estados Unidos la audiencia ha bajado. Veremos que tal se portan sus seguidores cuando esta noche emita Canal + este episodio.