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Macarra, algo incoherente y por momentos próximo al «guilty pleasure», ‘Home’ es un disco en el que Rudimental vuelven a dejar claro que no quieren terminar de encasillarse en ningún género, por mucho que el drum&bass les haya dado sus mayores éxitos hasta el momento. Una de sus aportaciones es el equilibrio entre lo comercial y lo underground, pero hasta en los momentos menos inspirados hay detalles, como la presencia de los vientos o las voces de John Newman o Ella Eyre, que son completamente brillantes. El grupo podría haberse limitado a hacer un disco lleno de 11 variaciones de ‘Feel The Love’, pero al final no se ha rendido a su propia fórmula de éxito. Aunque haya ya cierta saturación del revival noventero, ‘Home’ nos ofrece pasar un buen rato escuchando música entretenida y de calidad, perfecta para un viaje en coche.
La nota de prensa de ‘One Breath’ define el segundo disco de Anna Calvi como una obra que navega entre “el optimismo y la desesperación” y entre “la belleza y la fealdad”. No es novedad que a la británica le gusten los contrastes, pero ‘One Breath’, excelentemente producido por John Congleton (Marilyn Manson, Bill Callahan, St. Vincent) los lleva casi hasta el extremo. El tema que titula el disco, de hecho, se pasa tres minutos exactos acumulando tensión y cuando crees que va a descargarse al fin en un mar de guitarras furiosas, Calvi decide arrugarlas y dar paso, en su lugar, a una orquesta de cuerdas. Calvi entrega un gran trabajo valiente pero delicado, épico pero frágil que la revalida como una de las artistas y vocalistas con más talento de la actualidad.
Para sorpresa de los que los identificaron como un hype rockero hace 10 años, los álbumes de Yeah Yeah Yeahs han conseguido quedarse con nosotros a lo largo del tiempo y ‘Mosquito’ no será una excepción por muchos motivos. La maravilla que Björk creó con el sonido de un tren en ‘Bailar en la oscuridad’ es ahora recreada en la curiosa ‘Subway’. Puede que 13 años después el recurso no sea tan original, y que tampoco lo sean otros trucos empleados en el álbum, pero la clave por la que el disco funciona es la comodidad con que Yeah Yeah Yeahs se muestran tanto en esta propuesta como a lo largo de los diferentes géneros recorridos después, dando la sensación de que pueden hacer lo que quieran, que siempre les saldrá bien. Ayudados por la paz de grabar a gusto en un estudio modesto de Nueva York en plan lo-fi, salen airosos de un hip-hop en ‘Buried Alive’ (ft. Dr Octagon, Kool Keith), en donde la participación de James Murphy en la producción, como él mismo avanzó, es anecdótica; de una ambiental ‘Always’ que habría pegado en aquel disco editado en el 95 por The Passengers y donde había una canción igual de encantadora llamada ‘Always Forever Now’; de ese experimento que recuerda a Bronski Beat llamado ‘Slave’; y por supuesto del hit rock a lo ‘Area 52′, perfecto para suceder a la preciosista ‘These Paths’ como contrapartida. No hay difícil cuarto disco para la banda, que con algo tan sólido como ‘Mosquito’ se confirma definitivamente como una superviviente de la pasada década.
Los tonos románticos de ‘Old Gold And Loose Diamonds’ (precioso y decadente título) encierran de manera perfecta el secreto de este disco: la recombinación totalmente caprichosa, muy personal, de elementos musicales de distintas épocas. Lo que comienza siendo una balada de soul 70s, con su piano y sus arreglos de cristal empañado, va incorporando gradualmente guitarras con efectos ochenteros, caja de ritmos y un bajo de sinte arpegiado, para concluir con una descarga de solos de “blues rock”. Un tipo de mezcolanza y recombinación que no siempre funciona, pero que en el caso de Jef Barbara da, en todo el álbum, en la diana.
En ‘Reality Is For Those…’ encontramos a grandes rasgos deep house como base de estímulo, mientras que en los pequeños descubrimos pop con vocoder al amparo de la new age como en ‘The Light’, trance con recursos R&B en ‘Fill Me Up’ -que para el propio Henry Saiz evoca a un fumadero de opio, como explicó en Siglo 21-, un saxo que aparece y desaparece marcando una ruta en ‘Sleepwalk’, electropop a lo Röyksopp en el primer single ‘All The Evil of This World‘, italodisco melodioso en ‘Love Mythology’ -que con una buena remezcla podría llegar todavía más alto-, o el western electrónico de ‘Golden Air’. Todas ellas son canciones con alguna particularidad, con una sensibilidad sonora apabullante, que en ocasiones se pueden emparentar con El Guincho (‘Natura Sonoris’), o no desentonarían tanto en la banda sonora de ‘Drive’ (‘Dead Drive’ o ‘Spiricom (See You Soon)’, donde una voz tuneada -la de una fan de Saiz- distorsionada hasta el infinito, se repite hasta las extenuación con un resultado tan excelente como el de Gonjasufi con las voces de Las Grecas en ‘Kowboyz & Indians’). Al igual que John Talabot lo hiciera en su día, Saiz puede romper fronteras, y no solo como lo hace hasta ahora como Dj.
Quizá podamos acusar a Jagwar Ma, porque nombres como Cut Copy, Tame Impala o MGMT asaltan de vez en cuando durante su escucha, de no ser demasiado originales. Pero, una vez más, esa cualidad ve diluida su importancia cuando un álbum es, como este, irreprochable en casi todos sus aspectos. La fantástica secuenciación sabe sacar tajada del fulgor de sus singles previos, estratégicamente repartidos, para no decaer en ningún momento. Porque, al lado de estos, la solidez de ‘Howlin’ se sustenta tanto en una introducción inmejorable, ‘What Love’, como en ‘Four’ (cara B de ‘The Throw’), ‘Exercise’ y, sobre todo, ‘Uncertainty’, tres cortes apasionantes que ahondan en la faceta hipnótica y espiritual del baile, una invitación a la euforia. Ornamentando el conjunto, canciones decididamente retro, aunque ancladas firmemente al presente, como ‘That Loneliness’, ‘Let Her Go’ (¿The Stone Roses? No, The Troggs) y ‘Did You Have To’, tres preciosidades que amplifican la variedad y la calidad de su propuesta. La suave y envolvente ‘Backwards Berlin’ (en referencia a la actual ciudad de residencia de Jono) resulta un final balsámico muy apropiado.
Aquellos que querían un álbum tan conciso y cargado de hits como variado, aquí llega ‘Wonderful, Glorious’, lo nuevo de Mr. E, para poner las cosas en su sitio y callar muchas bocas. La letra de ‘Bombs Away’, corte que abre, es precisamente una declaración de intenciones: “He sido sigiloso como un ratón en una iglesia / yendo de puntillas donde quiera que fuera / Me he cansado de ser complaciente / me he cansado de ser un ratón / no me pienso callar más” y en ella, así como en ‘Kinda Fuzzy’, el segundo tema, podemos apreciar un cambio en el sonido, una vuelta a su estilo de producción de los años 90, con guitarras sucias, elementos electrónicos y baterías que suenan como si de una base de un tema de rap se tratase. Si sacáramos a relucir el asunto del relleno al hablar de los tres anteriores discos de Eels, esa idea queda totalmente desterrada aquí. Nada, ni un solo tema está fuera de lugar ni muestra signos de falta de inspiración. Todo lo contrario, con ‘Wonderful, Glorious’ vuelve el mejor Mark Everett, el que te hace bailar enloquecidamente y emocionarte en cuestión de minutos, el que con una melodía sencilla logra reconfortarte. Su talento nunca se ha ido, simplemente ha estado un poco difuso en los últimos años, pero si quiere sacar otro discazo, va y lo hace, y los coros souleros del tema titular que cierra nos lo recuerda: maravilloso, glorioso. Otra vez más.
‘Ghost On Ghost’ se muestra notablemente más atinado que sus predecesores, quizá porque, en su riqueza, Beam parece centrado en usar todos esos arreglos para realzar las composiciones, en lugar de que estas sirvan como mera excusa para presumir de versatilidad e imaginación. Esto, además, se ve beneficiado de algo muy simple: estas doce canciones conforman, sin duda, su colección de canciones más equilibrada, que logra sumergirnos de nuevo en sus recuerdos de niñez y adolescencia entre Carolina del Sur, Virginia y California, con sus preciosas letras repletas de amores entregados y sus ya típicas referencias religiosas. Todo ‘Ghost On Ghost’ brilla con especial vigor, como si Beam hubiera erradicado cualquier rastro sombrío de su mente, y aunque conserva esa pátina retro que recuerda a los trabajos de Joe Boyd para Nick Drake, su fulgor queda más próximo a Belle And Sebastian o los Lambchop de ‘Nixon’.
Junto al productor Ben H. Hiller (Animal Collective, Deerhunter, M.I.A.), Youth Lagoon no ha podido alejarse más de la delicada introspección de su álbum debut con este disco. Para los que se hayan sentido decepcionados con el cambio de rumbo, ‘Wondrous Bughouse’ servirá para hacer de ‘The Year of Hibernation’ un álbum incluso mejor, pero sería terriblemente injusto no apreciar que los maravillosos teclados ascendentes de ‘Pelican Man’ o los desarrollos hasta el infinito de ‘Raspberry Cane’ o ‘Mute’ recuerdan de verdad al mejor rock psicodélico que se ha hecho en los últimos años. En ese aspecto ‘Wondrous Bughouse’ está destinado a perdurar, porque dentro de ese lúgubre aura infantil que envuelve temas como ‘Sleep Paralysis’, una especie de nana terrorífica, encontramos una instrumentación profunda, dulce, extraña y enormemente expansiva al mismo tiempo, que en ocasiones parece esfumarse como la juventud que se nos escapará tarde o temprano; y, sobre todo, grandes melodías como las de ‘Dropla’ o ‘Pelican Man’ que terminan de confirmar a Trevor Powers como un compositor a tener muy en cuenta.
Los medios tiempos abundan en este ‘Atletes, baixin de l’escenari’, en el que no faltan las referencias pop en ‘Ai, Yoko’ o en ‘Banda de Rock’, que habla sobre las dificultades de ser músico y que al final se pregunta qué habrá sido de aquel grupo olvidado (Manel lo relacionan directamente con ‘El crepúsculo de los dioses’). Tampoco faltan las historias del día a día que han sabido siempre reflejar tan bien, convirtiendo el drama cotidiano en algo sanísimo. ‘Deixar-te un dia’ se plantea el dilema de dejar a una pareja, que en ocasiones parece algo ilegal, y en la que juegan con la liberación y con la ironía. ‘Mort d’un heroi romàntic’ es como un cantar de gesta sin estribillo que alcanza casi seis minutos de duración y que mantiene la línea costumbrista. El final es agridulce. ‘Un directiu em va acomiadar’ tiene forma de fábula y suena alegre, como pasada por un filtro de Camera Obscura, pero sin embargo mostrando una triste realidad: un directivo me va a despedir y tengo que obedecer y poner buena cara. Más historias llenas de gancho y atractivo en las que, la gran novedad -que el disco esté menos orquestado o sea más eléctrico- no impide que el grupo siga sonando clásico, como en los maravillosos arpeggios de ‘Ja era fort’, tan preocupado por las «canciones» como los «cantautores» de décadas pasadas.
El de Vincent Delerm es el disco del año para nuestro colaborador Carlos Úbeda
Cortes estratégicamente situados -como ‘Robe’, ‘Ces deux-là’ o ‘Ils avaient fait les valises dans la nuit’- basados en textos hablados sobre evocadores fondos a lo Yann Tiersen, pueden confundir y hacernos creer que estamos ante una colección de canciones medio de spoken word pensada para un público francófono. Pero justo en ese momento llega Delerm con su melodía perfecta en píldoras de menos de dos minutos: ‘Super Bowl’, ‘Embrasse-moi’ o las más tropicales ‘Les amants parallèles’ (un reggae en la medida que el ‘Is a Woman’ de Lambchop pueda serlo) y ‘Grand plongeoir’ (con un piano que por momentos podría ser una steelpan). Un disco burgués, en voz baja, que canta a algo tan manido como la relación de pareja usando los recursos habituales de la chanson, pero que consigue mantenerse constantemente inquieto a través de la distribución de sus virtudes y hallazgos con inteligencia y sentido. Una pequeña maravilla.
‘MCII’ se nutre de melodías de indie pop más noventero que ochentero, desde los preciosistas Travis hasta el comercial Matthew Sweet, con un sonido más tirando hacia este (‘See It My Way’) que hacia aquellos (‘Peace Of Mind’). Hablando de sonido, destaca que casi todas las pistas de voz están dobladas, algo común a muchos grupos noventeros y a, salvando las distancias, otros californianos como los Beach Boys, pioneros en llevar a música las sensaciones de la juventud surfera. Aunque aquí no hay virtuosos ejercicios corales, algunos quiebros melódicos pueden recordar lejanamente a sus míticos paisanos. A pesar de lo genérico de su sonido, ‘MCII’ se muestra como un álbum altamente disfrutable para aquellos a los que les gustan las canciones que les hagan menear suavemente la cabeza al ritmo de melodías pop de aroma atemporal.
Durante el largo periodo que une el primer single de Sky Ferreira con su esperado debut ‘Night Time, My Time’ han pasado tantas cosas que parece mentira que la misma chica que lucía tipo y melenaza en el videoclip de ‘One’ sea la misma que la actual, la que podéis ver en la cubierta de su primer disco en bolas y con rostro apesadumbrado. Es una portada entre lo enternecedor y lo espeluznante que refleja con precisión lo insoportables que han sido para Sky los últimos cinco años de su vida, marcados por la indecisión de su discográfica a publicarle el disco y últimamente por aquel desafortunado arresto por posesión de drogas junto a su novio Zachary Cole Smith que nos ha dejado otra ficha policial protagonizada por una estrella del pop para la posteridad. Pero sería un aburrimiento concentrarse en eso. ‘Night Time, My Time’ nos presenta a una Sky completamente renovada que ha encontrado en el rock alternativo de los setenta y noventa, pero también en el synth-pop más sucio, sus aliados para expresar todo tipo de frustraciones. Puede que algunas letras sean predecibles o que con este disco no quede muy claro a qué suena Sky exactamente después de aquel EP del año pasado, pero en la puesta en escena de sus defectos vemos que Sky ha hecho un disco tan honesto que llega a doler. Con 21 años pocos y pocas pueden decir eso.
En todo ‘Dream River’ subyace una calma pocas veces rota, conducida por precisos (también preciosos) pero discretos arreglos de teclados, flauta, fiddle o guitarra, delicados como nunca, contagiados por esa ternura que el autor no duda en mostrar. Esta nueva faceta de hombre felizmente enamorado, sin dudas ni titubeos, es una excusa perfecta para recomendar ‘Dream River’, no solo a los que ya estiman la carrera de este genio de nuestros días sino también a los que no habían tenido hasta el momento la paciencia necesaria para introducirse en otras de sus obras.
En ‘Hay una luz’ el trío de Pamplona se doctora en su papel de banda singular, dejando patente su fuerte carisma y su personalidad más allá de sus evidentes influencias, un bien más escaso de lo que nos gustaría en el panorama underground nacional. Lo hace porque mejora su sonido ostensiblemente, merced a la mejora en los medios de grabación, logrando un crudo y afilado sonido de guitarras, y que las alternativas vocales entre Amaia e Iñaki brillen a la altura necesaria, sin que el sentimiento o la intuición queden relegados en aras de una mayor perfección. Y, sobre todo, porque han logrado reunir el mejor grupo de canciones, más variado y fiel a sí mismos, que nunca hayan publicado.
El cuarteto londinense no ha forzado nada aquí: ni en su anterior álbum pretendían huir abiertamente de la inocencia ni aquí la abrazan del todo desechando la ironía y la perversión. Sus letras siempre han hablado de amor y aunque en la primera mitad del disco cantan sobre cándidas historias como la de ‘Teenage’ (“grabé tu nombre en el cerezo (…) estaré allí, sabes que no me esconderé”), en la segunda encontramos una canción como ‘Buried Alive’, en la que vuelven a dar una vuelta de tuerca a las relaciones sentimentales, deseando contraer enfermedades y pidiendo un entierro al enamorado. Lo mejor de todo es la facilidad que tienen para crear canciones pegadizas, donde cada voz, melodía y punteo encajan a la perfección y te logran sacar una sonrisa con solo darle al play. Se suele hablar del segundo álbum como un paso difícil en una banda, pero ellos lo han hecho tan fácil como si de un nuevo debut se tratara, al menos con la misma frescura. Bravo.
El de Justin es el disco del año para nuestro redactor JB.
En el mejor momento de su vida, Justin Timberlake publica también su gran obra maestra. El sucesor de ‘Futuresex/Lovesounds’ dividirá a aquellos que encuentren en su extensa duración una pega, pero Timberlake, Timbaland y J-Roc se han encargado de que esta sea una escucha consistentemente entretenida. La complejidad real del álbum reside en su poder para subyugar por completo al oyente dentro de su propio paisaje sónico, y así, mantener su interés despierto a lo largo de todo su recorrido, resultando además imaginativamente estimulante. La fórmula para lograr con éxito que ocho minutos de canción no dejen de entretener consiste en dejar que estos temas se expandan dentro de su propio espacio, por lo general a un ritmo pausado (el tema más movido del álbum es la pista 8), siendo conducidos finalmente hacia codas o directamente hacia metamorfosis a mitad de canción que, aunque en ocasiones poco orgánicas, no suenan forzadas en exceso. Ya sea en plan romántico, en plan estrambótico, en plan modernillo, en plan clásico o en plan inesperado, ‘The 20/20 Experience’ hace tremendo honor a su título convirtiéndose al final en una extraordinaria experiencia, no solo sonora, sino también visual.
‘The Electric Lady’ nace de la obsesión de Monáe por dibujar en su lienzo siempre la misma silueta femenina después de sus conciertos y con él Monáe pretende ambiciosamente ponerle “banda sonora a la era Obama” y, en especial, trazar un nuevo modelo de mujer del siglo XXI capaz de liberarse de la opresión machista y de los prejuicios. “Siempre animo a las mujeres a quererse a sí mismas”, comentaba Monáe, “y a ser el cambio que quieren ver y a aceptar las cosas que las hacen únicas aunque a los demás les incomode”. Todo este discurso conecta estupendamente con la música de Janelle, pues igual que el feminismo, la música soul identifica y une a toda una comunidad ante los problemas contra los que ha de luchar cada día. El mérito de Monáe no reside pues en haber renovado el R&B -aunque esas sean sus intenciones, todavía le queda camino para eso- sino en haber sabido actualizar un género como ese a nuestros tiempos, sin descuidar ni su concepto ni su discurso y, sobre todo, haciéndolo con la inteligencia, la sensibilidad y el talento de un absoluto genio.
A pesar de no haber sido «Disco Recomendado», el debut de Chvrches llega a la lista apoyado por los votos masivos de dos colaboradores
El trío Chvrches ha conseguido hacerse un hueco entre los grupos revelación del momento, entre otras cosas porque ha sido este año, después de haber sido nombrado uno de los grupos que seguir por la prestigiosa encuesta de la BBC en enero, cuando ha publicado su mejor canción. Y no es tan habitual que una banda logre superar el «hype» y la frescura de sus primeras composiciones. Si en 2012 ya despuntaban con ‘Lies’ y ‘The Mother We Share’, esta última ahora recuperada como single y convertida en mini hit en Reino Unido, era en febrero de 2013 cuando lanzaban ‘Recover’ como anticipo de un EP homónimo y de este mismo disco, entusiasmando a la crítica y a los oyentes que ya se habían fijado en ellos. Al escucharlos sí da la sensación de estar disfrutando del pop perfecto del siglo XXI con el punto justo de comercialidad.
Cada semana se editan un sinfín de discos que parece mentira que estén publicados en 2013 en lugar de en el siglo pasado. Y otros que parece mentira que lleven dos o tres años gestándose y aun así suenen más modernos que muchos de sus contemporáneos. Es el caso del debut largo de la gallega Bflecha. El proyecto de Belén Vidal también absorbe sonidos de otras épocas, pero lo hace para crear música increíblemente fresca que no puede sino pertenecer al momento en que vivimos. El nombre de la coetánea Linda Mirada puede venir a la mente por sus raíces synthpop y tropicales y por lo desvergonzado de su propuesta, que no teme acercarse al estribillo pop o a la filosofía adolescente. La diferencia es que la música de Bflecha está más abierta hacia otros estilos, como el hip-hop, el 2 step, el R&B o el house. Si alguna vez es verdad que las Madonnas, Rihannas, Katys, Gagas y Britneys tenían que rescatar sonidos del inframundo para pasarlos por un prisma más pop, de esto va la cosa, sólo que aquí realizada por Bflecha en solitario con la co-producción del paisano Mwëslee. Todo en el disco es tan 2013 que hasta es imposible no pensar en ‘ßeta’ como en un doble vinilo.
Deerhunter citan entre las grandes influencias de ‘Monomania’ a los Ramones, aunque también a Pierre Schaeffer, Steve Reich (!) o Bo Diddley, “pese a que no hay ni una pizca de Bo Diddley en todo el disco”. Sí que hay mucho de los Ramones en la última actuación de la banda en el programa de Jimmy Fallon, aquella que ha enfadado a tanta gente, pero el espíritu punk que posee a la banda en los minutos finales del tema titular, completamente apoteósicos, se limitan en ‘Monomania’ a un uso, más cuidadoso de lo que parece, de la distorsión en las guitarras y los micrófonos. ‘Leather Jacket II’, con un riff que triunfará en los directos, la dulce ‘T.H.M.’ y el nostálgico cierre ‘Punk (La Vie Antérieure)’ son estupendos ejemplos de ello. ‘Monomania’ sigue siendo un disco de Deerhunter, lleno de grandes “growers” que vuelven a convencernos del porqué de la posición privilegiada del grupo en el ámbito del rock independiente actual.
‘More Light’ es el disco del año para nuestro colaborador quietmansmiling
La mejor faceta de Primal Scream, retratada a la perfección en este nuevo álbum, es esa en la que funcionan como una especie de alambique en el que se depositan y mezclan sus múltiples y variadas influencias, que van filtrándose en un fluido informe y extraño hasta depurar una esencia única, reconocible en sus componentes pero inimitable y cautivadora. Si los nueve minutos de la hipnótica y combativa ’2013′, con ese machacón riff de saxo y la mano amiga de Kevin Shields te resultaron como mínimo curiosos o interesantes, difícilmente podrás verte decepcionado con números tan poderosos como ‘Culturecide’, clara descendiente de la era ‘XTRMNTR‘ y en la que cuentan con la colaboración de la desquiciada voz de Mark Stewart de The Pop Group; la también potentísima ‘Hit Void’ con guitarras a propulsión en las que posiblemente tenga que ver, de nuevo, el líder de My Bloody Valentine; la sinuosa y sugerente ‘Sideman’, deudora de las bandas sonoras de los 70 a las que venera Holmes o una ‘Turn Each Other Inside Out’ en la que los juegos de guitarras sacan partido al estéreo. Pero esta vez, Primal Scream también consiguen triunfar sin peros en otra vertiente, una en la que psicodelia, blues y soul se materializan de forma más clara y toda esa energía se muestra más contenida. ‘More Light’ apenas ha llegado y ya pugna, de largo, entre los cuatro o cinco mejores álbumes de la banda, lo que es mucho decir.
‘Loud City Song’ está basado en ‘Gigi’, novela de la escritora francesa Colette centrada en una sociedad de apariencias como la del París de finales del XIX. Holter traza un puente fantasmal entra esta y Los Ángeles de principios del XXI con una obra contemplativa pero sin ser ambient. La música de Julia Holter no es pop de estrofa-estribillo-estrofa pero tampoco es plenamente experimental. Proveniente de un clasicismo sin ínfulas, no puede ser descubierta a primera vista, como no se puede descubrir la ciudad desde el taxi o la habitación del hotel. Necesitas bajar y callejearla sin un objetivo específico, sintiendo la frialdad de las fachadas de piedra, los cuidados escaparates, los perros ladrando alegremente y, por qué no, el mal olor al pasar al lado de un cubo de basura. Es lo que te hace sentir que está viva.
Tras acercarse, en su anterior álbum, a la canción de autor tal y como la concibe Cohen, este donostiarra protegido de Diego Vasallo viene a reafirmar su éxito (al menos el crítico, el comercial está por ver) remontándose a su ascendencia francesa y aplicando, con la perfecta complicidad del productor y arreglista Joserra Senperena, una rara avis que no veíamos por aquí desde los tiempos del mejor Raphael: emular la teatralidad y la fuerte carga poética de la chanson tal y como la personificó el belga Jacques Brel. O Brassens o su admirada Barbara, paradójicas bes mayúsculas. No quedan muchos tipos como Rafael Berrio, menos aún con su abrumador talento, forjado en las sombras de los bares viejos. Debemos alegrarnos de que, por la casualidad que sea, hayamos podido descubrir lo que estaba pensando aquel tipo aparentemente intrascendente, al final de la barra, con el chato de vino en la mano.
‘Matangi’ no solo es una nueva dosis de singularidad de la artista británica, una cualidad que, como mostró su anterior obra, no basta por sí misma para hacer un buen disco (aunque aquel periplo vital y artístico tan extraño esté muy presente aquí). Es también el gran y cohesionado regreso discográfico que todos esperábamos, algo más amable y levemente menos arriesgado que ‘Kala’ (posiblemente su mejor versión) y que, como decíamos, se ha visto perjudicado por la tardanza en ser publicado. Pero, sin duda, es la mejor forma de reconducir su carrera y volver a mostrar a la M.I.A. que más nos gusta ver, oír, discutir y disfrutar.
Disclosure se han dado unos cuantos baños de masas este año. A una sucesión de singles que no tiene nada que envidiar en potencial comercial a la perpetrada por ya gigantes de las ventas internacionales como David Guetta o Calvin Harris, añaden un punto de sofisticación que ya quisieran estos dos -sobre todo el primero- para sí. La idea de los hermanos Guy y Howard Lawrence ha sido recrear el deep house de los 90 con unas gotitas de UK garage y 2-step, y ejercitarlo con una serie de cantantes más o menos de moda, entre los que han destacado Aluna de AlunaGeorge en la espléndida ‘White Noise‘; Sam Smith en la anterior ‘Latch’ o Eliza Dootlittle en ‘You & Me‘, la inagotable pero nada cansina Jessie Ware en ‘Confess To Me’ o Jamie Woon en la también digna ‘January’. Incluso el disco entrega pistas menos explosivas pero también sugerentes como ese medio tiempo junto al infravalorado vocalista de Friendly Fires, Ed Macfarlane, llamado ‘Defeated No More’.
‘Crimson/Red’, aunque uno se lo imagine con un sonido más “grande”, documenta esa búsqueda de la perfección compositiva que persigue McAloon (“mi esperanza era llegar al cielo en cuanto a calidad”). Llenas de recovecos, inflexiones y detalles, las nuevas canciones de Prefab Sprout poseen la misma magia de su época dorada, quizá menos esforzadas en el aspecto comercial (“tengo cajas llenas de cancioncitas en casa”, asegura), posiblemente algo anticuadas en sus recursos, pero incontestables en su exquisitez. En este nuevo álbum se impone la madurez como autor de McAloon, felizmente reflejada en grandes canciones que se devanean entre la delicadeza de ‘List Of Impossible Things’ (que parece aludir a sus afecciones de salud y cómo le afectaron como creador), ‘Grief Built The Taj Mahal’ o ‘The Dreamer’ y la rotundidad de ‘Devil Came A Calling’, ‘The Old Magician’ o ‘The Best Jewel Thief In The World’, un primer single que hubiera tenido perfecta cabida en ‘Steve McQueen’.
‘Fade’ es el disco del año de nuestro columnista de cine, Joric
‘Fade’ es una homogénea mezcla de las diversas direcciones que han tomado Yo La Tengo en los últimos veinte años, pero sin caer en la nostalgia. Pueden mostrarse ruidosos e hipnóticos, como en ‘Ohm’, ‘Paddle Forward’ o ‘Stupid Things’; romanticones y risueños (‘Is That Enough’, ‘Well You Better’) o buscar con delicadeza la calma más absoluta en la acústica ‘I’ll Be Around’ o la nuevamente hipnótica ‘Cornelia and Jane’, donde también resalta la preciosa voz de Hubley, excepción a la regla de las tareas vocales del álbum, dominada en gran parte por Kaplan. Hay que confiar en Yo La Tengo, pues siempre tienen algo nuevo que ofrecer y pueden hacer mucho casi sin moverse del sitio, con sólo cambiar un par de muebles de lugar. Desde una canción de pop sencillo a siete minutos de hipnosis con infinidad de detalles, su baraja está siempre llena de ases.
‘Shaking The Habitual’ es un disco complejo, a veces lúcido y deslumbrante, a veces tonto e insoportable. Pero su gran virtud es que los cortes que no alcanzan la brillantez del single ‘A Tooth For An Eye‘, la emocionante ‘Wrap Your Arms Around Me’ (que recuerda poderosamente a los míticos Dead Can Dance), la vibrante ‘Without You My Life Would Be Boring’ (el destartalado uso de las flautas resulta mágico) o una subyugante ‘Raging Lung’ que justifica plenamente sus casi diez minutos de sinuosa duración, destacan, como mínimo, por resultar magnéticos y misteriosos, adictivos. Así ocurre con la extraña y sobrecogedora ‘A Cherry On Top’, con la rendición a la EBM de ‘Stay Out Here’ (co-escrita junto a Shannon Funchess de los emergentes Light Asylum y la artista visual Emily Roysdon), con la loca rítmica de la instrumental ‘Networking’ y con el emotivo número final ‘Ready To Lose’, toda una declaración de intenciones. Además, un vistazo a sus letras, tan alucinadas como de costumbre, nos reconcilian y alejan esa pátina de intelectualidad tan impostada de algunas ocasiones: escatológicas y explícitas líneas como «A handful of elf pee, That’s my soul, Spray it all over, Fill the bowl» o «Not a vagina, It’s an option, The cock, Had it coming» resultarán imborrables.
Probablemente ni la mitad de nuestra redacción que elogió el debut de Arctic Monkeys ni la mitad que lo condenó en el primer artículo que nuestro medio de comunicación llegó a publicar (sí, una crítica desdoblada de ‘Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not’) pudo acertar que llegaríamos al quinto trabajo de la banda con tantas cosas interesantes que decir. En estos años Alex Turner ha sido capaz -tanto con su grupo principal como en solitario realizando bandas sonoras o junto a Miles Kane de The Last Shadow Puppets
– de acentuar su sonido stoner, su capacidad crooner o su interés por el western. ‘AM’ es un nuevo y excitante paso adelante que vuelve a demostrar (y van…) que detrás de los autores de ‘I Bet You Look Good On The Dancefloor’ había mucho más talento e inquietudes de los que parecía. Nadie debería salir corriendo por el hecho de que ahora digan que el hip hop es una influencia (especialmente Outkast y Aaliyah) y que este disco suena «como un ritmo de Dr Dre, pero con el peinado de Ike Turner». En ese sentido, este disco sería el resultado definitivo de una larga carrera de discos y colaboraciones junto a su productor, el fiel James Ford de Simian Mobile Disco, quien dice que esta vez, a diferencia de lo sucedido en discos anteriores,
han utilizado teclados, cajas de ritmos y ordenadores, antes casi vetados. Y con ellos y todo, la clave del éxito de los últimos temas es que, a pesar de los cambios, han sabido mantener la esencia de la banda.
‘Torres’ ha sido grabado durante cinco días en la casa de la leyenda americana Tony Joe White, y una de sus características principales es la cantidad de aristas que podemos encontrar en su producción. Aunque el suspiro al final de ‘Honey’ pueda ser exagerado, atender a las imperfecciones de su sonido directo (algunos bombos parecen estar sonando desde tu cuarto, hay punteos claramente sin pulir) no hace sino que las historias que cuenta Torres parezcan más cercanas y reales. De hecho ella misma reconoce que quería dejar el álbum tal cual para que fuera más auténtico. Las letras, pues, son fundamentales. Muchas hablan sin tapujos sobre una crisis en una relación personal, como el single ‘Honey’ («cariño, estaba pensando en decirte lo que me has hecho», ruge mientras las guitarras van tomando posesión del tema). ‘Jealousy and I’ sería otra de las más explícitas, soltando un doloroso «te estoy agobiando, lo sé, pero es la única forma que conozco de amar», tan pronto como un desesperado «¿de verdad prefieres pasar una noche con alguien que no conoces en lugar de dejar que alguien como yo cuide de ti?». Otras veces hablan de demonios que apuestan por verte caer (‘Mother Earth, Father God’) o sobre las maneras de enfrentarse a la madurez (‘Como to Terms’), mientras las destinadas a convertirse en favoritas de sus futuros seguidores son ‘Moon & Back’ y ‘Waterfall’. La primera arranca como una canción sobre el mundo infantil a lo ‘Luka’ de Suzanne Vega, con algún punto en común con la Tracy Chapman de finales de los 80, para revelarse después como un tema que habla sobre dar un bebé en adopción, situado en 1991, el mismo año en que nació la artista. Por su parte, ‘Waterfall’ corta el aliento cuando la maraña de guitarras se detiene para que Torres concluya a modo de final, frente a esa cascada: «nowhere to go but down / nothing to do but drown».
Las composiciones de La Mala vuelven a sonar atolondradas e impulsivas, pero eso en este caso implica dos cosas buenas: por un lado sus discos siguen pareciendo honestos y espontáneos como el primer día, y por otro, es fácil comulgar con ella en estos tiempos convulsos en los que el sistema nos tiene tan hasta los mismísimos que ya no sabemos ni por dónde empezar a protestar: las ideas se nos agolpan en la cabeza, desordenadas e impacientes por encontrar una razón que explique cómo hemos llegado hasta aquí y una solución para salir adelante. Ni los políticos ni la pastillas del día después ni el zumo concentrado se libran de sus disparos, pero ella no es una hija del 15-M. Nos llevaba tiempo hablando de las desigualdades. “Tenemos exactamente lo que nos hemos buscado”, canta en ‘Caja de madera‘. “Por ella nadie apostaba, su futuro se nublaba”, cantaba en ‘La niña’. Ya quisieran ciertos raperos modernos y pesados transmitir y revolver tanto con un disco supuestamente menor.
El de Daft Punk es el disco peor valorado de toda la lista en su crítica original (7,4). Lolo Rodríguez es su principal defensor a la postre
Debido a la sensación de pastiche aportada por gente tan dispar como Panda Bear, Giorgio Moroder o Pharrell, a las altas miras de su concepto setentero o a su fallido carácter emocionante, es muy tentador afirmar que ‘Random Access Memories’ aprueba por los pelos o que incluso suspende la dura prueba a la que ellos -o su sello- han decidido someterse con semejante hype promocional. Pero es imposible no mostrar cierta debilidad por este tipo de discos imperfectos, de buenas ideas regularmente ejecutadas y de ideas peregrinas desarrolladas con sofisticación… pero también de canciones identificables y con indudable personalidad. A pesar de los errores garrafales, definitivamente hemos vuelto más al menos sobre la mitad de este ‘Random Access Memories’ que sobre la (falsa) revelación de turno.
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Nick Cave & The Bad Seeds
‘Push The Sky Away’ es un disco perfectamente coherente con la progresión de Bad Seeds, pero también nos muestra rincones aún no explorados, nunca así. Ni el rugido de guitarras ni la ternura del piano: ahora son las ambientaciones, sinuosas, quedas, a veces casi un rumor tímido pero hermoso y cautivador, las que constituyen el soporte del que Cave se sirve para emerger y alzar su siempre imponente figura como intérprete y letrista. Porque, como él mismo afirma, son los Bad Seeds (en los que se adivina que la marcha de Harvey ha permitido que Ellis tome los galones) los que imaginan, dan forma y materializan en fabulosas canciones sus bocetos e ideas. También estamos ante un álbum singular en cuanto a las letras. Pese a que los textos de Cave recurren como siempre a figuras religiosas (no solo de la Biblia, también del Corán) y mitológicas, él mismo ha manifestado que la mayor inspiración ha sido su fascinación por los inabarcables flujos de información de Internet, las redes sociales y Wikipedia (con ese punto de vista, no costará encontrar referencias ocultas a Twitter, las siglas WWW, Milye Cyrus o el porno on line). En realidad, sirven para apuntar a la cada vez mayor dificultad para relacionarnos con nuestros semejantes, lazos cada vez más diluidos y confusos entre la bruma de los píxeles. Y a que, al final, siempre es lo mismo: lo que todos anhelamos no es otra cosa que amor y afecto.
El título del álbum, tiene su origen en un poema de Neruda que le vino a la cabeza al autor en un viaje a México y que él interpretaba como una invitación a tomar las cosas tal y como venían. Como dice a modo de mantra y autoayuda la letra de ‘Sun, Arise!’ y ‘Sun’s Arising’, introducción y epílogo del disco respectivamente (la misma canción desde perspectivas distintas), “el sol se está elevando, cálmate. Tras la oscuridad, cálmate”. Algo le invitaba a empezar de nuevo, a mirar hacia adelante, aunque estuviera más que jodido. Y ese es el espíritu de un álbum en el que, según Houck, esas canciones llegaban a él y no podía dejarlas pasar. El resultado es que, extrañamente, un momento tan convulso de su vida ha propiciado su obra más equilibrada. ‘Muchacho’ es un disco muy trabajado en lo sonoro, muy rico en matices, con vigorosos arreglos de metales (de clara inspiración mariachi) y un fiddle que duele. No en vano, Houck ha empleado un año completo en su grabación. Y sin embargo, frecuenta un sonido deslavazado, con cierto aire de improvisación, que logra amplificar un mensaje tan puro y honesto. Por ejemplo, en la fantástica ‘The Quotidian Beasts’ aúlla con su voz envuelta en una reverb que lleva a imaginarnos al pobre Matt cantando desde el fondo de un pozo. Y no se nos ocurre mejor metáfora para describir el contenido de este fabuloso disco.
Kurt Vile desmonta cualquier tipo de mitología en torno a las drogas y el rock and roll, declarándose un hombre de familia (lleva casado diez años y tiene hijos, una de los cuales aparecía simpáticamente en el vídeo de presentación del single ‘Never Run Away‘) absolutamente sobrio y muy apegado a su ciudad de origen y en la que continúa viviendo, Philadelphia. De hecho, a esta dedica la portada de su álbum, un mural en una zona industrial de la ciudad creado ex-profeso por el artista local ESPO. Diríamos que en el habitual crapulismo que se le presupone a la escena, es casi una osadía esa franqueza que despoja su quinto álbum de ese malditismo coyuntural que en su anterior obra llevaba a pensar en depresión y oscuridad. Con su nueva obra Vile parece introducirnos en su eminentemente feliz situación vital a la vez que se confirma, con rotundidad, como uno de los principales nuevos valores del rock de autor norteamericano junto a Cass McCombs, Damien Jurado, Joss Tillman (Father John Misty) o Jonathan Wilson.
La característica más llamativa de ‘Tales of Us’ es que todas sus pistas, excepto una, reciben nombre de persona, y la que no, ‘Stranger’, la más ‘Felt Mountain’ de todas y uno de los puntos álgidos claros del disco, mantiene el concepto igualmente añadiendo aún más misterio. Es como si la atmósfera amenazante de ‘Felt Mountain’ se hubiera posado sobre los bosques de ‘Seventh Tree’, envolviéndolos en niebla y poblándolos de personajes de lo más intrigantes, como esa ‘Jo’ que debe correr por su vida entre hipnóticos loops, esa sensual ‘Drew’, esa misteriosa ‘Ulla’ entre plañideros chelos o ese malogrado ‘Clay’ con el que se cierra el disco entre afilados violines. No es fácil hablar de un disco como este sin soltar una ristra de cursiladas, pero ‘Tales of Us’ posee la belleza de esa música que parece preexistir en el espacio y el tiempo esperando a que un genio la capture. Eso, sin embargo, sería subestimar enormemente el talento de un grupo que ha logrado crear nuevamente una obra maestra sobrecogedora, en la que perderse en largas caminatas nocturnas o a la luz de las primeras horas de la mañana. Muchos logran lo mismo, pero ninguno lo hace como Goldfrapp.
El de John Grant es el disco del año para Lolo Rodríguez y para nuestro colaborador Sr John
‘Pale Green Ghosts’ podría ser otro sangrante álbum hecho a modo de terapia como tantos a lo largo de la historia, alimentado por las historias de desamor que han venido atormentando a John Grant durante los últimos años. Pero de nuevo ha querido dar un paso más allá, como él mismo dice, introduciendo «el humor, el saber reírte de ti mismo» porque «es lo que te ayuda a salir adelante», creando una obra «que ayude a soportar la vida». Son tristes las historias de rechazo que contienen temas como ‘It Doesn’t Matter To Him’ y ‘Why Don’t You Love Me Anymore’, como duros los reproches de ‘You Don’t Have To’. De hecho, aparte de desahogar su rencor, también llega a echar porquería sobre sí mismo en la letra de ‘GMF’, en la que se define como el «mayor cabrón» (el título es un acrónimo de «greatest motherfucker»). Con la cacharrería de Birgir Thórarinsson de GusGus, ‘Pale Green Ghosts’ se libra de la monotonía gracias a esos toques electrónicos que no eximen a las composiciones de su emoción sino todo lo contrario, y que además dejan curiosidades bailables como ese ‘Sensitive New Age Guy’, dedicado a una persona cercana que se quitó la vida recientemente. Es un álbum extraño, sí, pero tan lleno de aristas y fondos ocultos que engatusa.
AlunaGeorge son el «mejor grupo inglés de los dos últimos años» para nuestro colaborador Jaime Cristóbal (Clásicos que nunca lo fueron)
Muchas de las canciones que conocimos de AlunaGeorge a lo largo del pasado año aparecen en ‘Body Music’ y eso es bueno, porque como resultado tenemos entre la pista 2 y la pista 4, seguidos, tres de los mejores singles de la temporada 2012/2013 que pueden venir a la mente: ‘You Know You Like It’, ‘Attracting Flies’ y ‘Your Drums, Your Love’. El primero no puede sonar más sugerente; el segundo más acertado en su estribillo instrumental, tan provocador acompañado del enfado de la letra; y el tercero, que parece su gran clásico (suelen cerrar sus conciertos con él), no deja de ser una declaración de amor bastante original y pizpireta. Colocar estos tres temas seguidos en el tracklist hacía peligrar la estabilidad del mismo, pero hay muchos más encantos en el desarrollo del álbum, confirmando la solidez del dúo. Estamos ante una de esas delicatessen en las que, más allá de géneros, como en los casos de Goldfrapp, los primeros Hurts o incluso The xx, hay cierta tendencia al perfeccionismo, a la búsqueda de conceptos por sí mismos, sin apenas ayuda externa ejerciendo siempre de compositores y productores, y también un mimo que sobrepasa lo sonoro para llegar a lo estético, que en el pop se ve muy de vez en cuando.
El debut de Laura Mvula no es de fácil digestión y, por ello, resulta toda una experiencia para la que no convienen prisas. Se trata de un trabajo rico y cuidado que requiere no una sino muchas atentas escuchas para disfrutar de sus múltiples recovecos. Unas veces quedaremos prendados de las preciosas armonías vocales con las que arranca ‘Like The Morning Dew’, otras de la sublime quietud de ‘Is There Anybody Out There?’, otras de las subidas y bajadas de ‘Make Me Lovely’, otras de la franqueza de ‘Father, Father’, otras de la preciosa arpa en ‘Can’t Live With The World On Your Shoulders’… Casi cada segundo de este álbum puede resultarnos sorprendente en función de nuestra atención al escucharlo, o incluso nuestro estado de ánimo. Aunque pueda pecar de monocorde y complejo de más, ‘Sing To The Moon’ posee una riqueza poco común en nuestros tiempos (quizá guarde cierta semejanza con el gran ‘The ArchAndroid‘ de Janelle Monáe) y revela a una intérprete y, sobre todo, compositora con un futuro aún impensable por delante.
¿Nunca os habéis preguntado cuáles serán los discos de hoy a los que se rendirá culto en el futuro? ¿Sobre los que se escribirán libros? ¿Los que inspirarán a los artistas más alabados de 2040 (si hay)? La experiencia nos dice que es algo muy aventurado, y que ocurre a menudo que los discos que son más referenciados por otros músicos posteriores no suelen coincidir con los más exitosos o, ni siquiera, con los que copan esas listas de final del año que estos días acaparan toda la atención. Uno raramente tiene la certeza de enfrentarse a una de esas obras que trascienden su propio tiempo, pero ocurre. Sucede con ‘Big Wheel And Others’, el nuevo álbum de Cass McCombs. Se trata de un lanzamiento fuera de tiempo, por su carácter absolutamente alejado de la urgencia, en un presente sin tiempo para degustar una obra con la calma y el deleite que esta ofrece. Estas veintidós canciones no piden ni exigen paciencia o atención. Están ahí lanzadas al aire para siempre (metafóricamente, la última nota de ‘Unearthed’ permanece sonando en un bucle continuo al final del segundo vinilo) por este cada vez más grande autor, con todo su misterio y su belleza, listas para entregarse a quien las quiere poseer.
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Triángulo de amor bizarro
‘Victoria mística’ venía precedido por dos singles muy distintos entre sí, aunque ambos de impacto. ‘Robo tu tiempo‘, canción que abre el disco, es un puñetazo inmediato en el que el fraseo vocal de Rodrigo parece atropellarse entre una distorsión tan loca que incluye en el jaleo el uso de herramientas de corte (si ese ruido no es de radiales reales, la imitación es perfecta), al estilo de una reconocida influencia del grupo, Einstürzende Neubauten. Por contra, ‘Estrellas místicas‘ es el pop más brillante que jamás hayan mostrado los de A Coruña, un ácido retrato de los artistas bien pagados… de sí mismos. Ambos extremos, no muy lejanos pero sí bien diferenciados, ya eran un rasgo de TAB desde sus inicios, pero en este disco esa polarización (plasmada gráficamente en esa metafórica portada que distorsiona una imagen armoniosa) es especialmente acusada a lo largo de toda su corta (poco más de treinta jugosos minutos) extensión. Quizá por esa brevedad, por la urgencia que transmite, esta vez la balanza se inclina, por poco pero claramente, hacia su faceta más pop. Sus textos acompañan, enigmáticos como siempre: confusas referencias sociopolíticas (la productividad alemana, el culto al trabajo y la jodida marca España) y cierta conciencia ecológica (algo así se intuye en ‘Clara’) se confunden entre sentencias tan indelebles como descacharrantes, esos «sonríe, hostia», «guillotina», «ojos que intentan que crea en el amor» o «no quiero esperar para follar» que suelen hacer las delicias del público. Quizá el gran salto de Triángulo de amor bizarro fue el que dieron entre su debut y ‘Año Santo’, pero ‘Victoria mística’ es una dentellada decidida y fuerte, destinada a sacar todo el jugo al potencial comercial que siempre han tenido y no siempre habían atinado a mostrar. Hasta ahora.
‘Electric’ es un álbum 100% Pet Shop Boys, en el que su faceta «pop» vuelve a complementar a su faceta «art» (la del disco del año pasado) como sucedía en aquel magistral recopilatorio dividido en dos editado en 2003. Esta vez, esa faceta «pop» es entendida claramente en clave dance y para ello han colaborado -a menudo a través de internet- con Stuart Price, productor de varios álbumes a lo largo de los últimos años, pero muy especialmente del exitoso ‘Confessions On A Dancefloor‘ de Madonna. ‘Electric’ conecta con él en varios sentidos, algo de lo que Pet Shop Boys no tienen que avergonzarse si recordamos que ellos remezclaron el ‘Sorry’ que la reina del pop utilizó en su gira ‘Confessions’ o que ella misma se inspiró en ‘West End Girls’ en ‘Jump’, otro de los singles de aquel disco. En primer lugar, ambos lanzamientos carecen de baladas ni nada que se le parezca, género que también ha dado muy buenos resultados a Pet Shop Boys, empezando por ‘Being Boring’ y terminando por la mencionada ‘Invisible’; ambos contienen un guiño muy evidente a Visage (‘Fluorescent’ en este álbum, ‘Forbidden Love’ en el de Madonna) y ambos orquestan uno de sus singles principales en torno a un sample de una canción antigua pero muy conocida. ‘Love Is A Bourgeois Construct’ es el ‘Hung Up’ de 2013, y el resto, su perfecto acompañamiento. En la inevitable carrera por conseguir el título de «mejor disco de Pet Shop Boys desde ‘Very'», ‘Electric’ puede que no logre un decidido primer puesto. Sin embargo, donde ‘Fundamental’, ‘Yes’ o ‘Elysium’ presentaban seis canciones buenas, tres pasables y dos o tres fillers, ‘Electric’ prescinde de parte de estos dos últimos grupos para mostrarse más sólido y más convincente.
La razón que hace a ‘Reflektor’ un álbum tan interesante no es tanto el grupo de canciones más rock que pueden conectar con su viejo público, como el deseo de mirar hacia adelante de esta banda inquieta, que casi nunca se ha conformado con repetir los éxitos de su histriónico ‘Funeral‘ y ahora además da un paso más. Si ya ‘The Suburbs’ era un excelente ejercicio de contención de sus conocidos excesos, este disco les vuelve a mostrar como estupendos arreglistas. Por mucha grima que pueda darte la idea de ver a Arcade Fire rodeados de bolas de espejos, aunque estas sean en blanco y negro, es imposible permanecer frío ante la sutil gravedad del final del single principal o ante los pianos, vientos y cuerdas de ‘We Exist’. En ese sentido, una de las canciones mejor desarrolladas es -paradójicamente- ‘Awful Sound (Oh Eurydice)’. De alguna manera es la canción central del álbum, pues este se basa en el tan socorrido mito de Orfeo y Eurídice y de esa idea proceden el préstamo de Rodin de la portada o el gigante lyric video del álbum con la película ‘Orfeo negro’ de fondo, ya retirado de Youtube (recordad que Arcade Fire son malas personas). Los teclados tan evocadores, el protagonismo puntual de la batería y su referencia al single de presentación del disco y al título del álbum la convierten en una pieza fundamental en el tracklist y en la carrera de la banda: es de lo más hermoso que han grabado. Su inmediata respuesta, ‘It’s Never Over (Hey Orpheus)’, sobre la duración del dolor, está llena de teatralidad y perfectamente a su altura. El disco muestra así a una banda adulta que está sabiendo llegar mucho más lejos de la frescura o la suerte de unos inicios, una banda que sabe casi tan bien lo que se hace como los U2 alrededor de ‘Achtung Baby’.
Los poderosos singles ‘Forever‘, ‘Falling‘ o ‘Don’t Save Me‘ no han sufrido un ápice de desgaste, por más que las hayamos explotado durante muchos meses. Esas tres canciones junto a ‘The Wire‘, el último single que han publicado y uno de los growers más claros de la temporada, son los momentos más deslumbrantes de ‘Days Are Gone’. Pero el resto del minutaje convence y reafirma todas sus virtudes, desgranando además alguna que otra pequeña sorpresa que invita a pensar que su recorrido no se limitará a este gran debut. En este álbum nos tropezamos con inesperadas y más que eficaces mezcolanzas de hip hop, rock y R&B como ‘My Song 5′, épica rítmica como ‘Let Me Go’ o la oscura y evocadora ‘Running If You Call My Name’. Todo, por supuesto, sacando el máximo partido al gran magnetismo de las potentes y cuidadas armonías de sus tres voces, aunque sea Danielle la que destaque y lleve la batuta casi siempre. Al final, uno llega a la conclusión de que lo que hace a ‘Days Are Gone’ tan especial, excitante y adictivo es que nada parece forzado o impostado, todo suena genuino y honesto, incluso en esas letras sobre relaciones personales en las que, lejos de buscar la complicidad de la víctima, no dudan en mostrarse como ocasionales verdugos. Son solo tres chicas que llevan tocando y actuando juntas desde pequeñitas y que han sabido encauzar su talento natural para el pop de forma brillante. Así de simple, pero así de difícil.
En una decisión a la altura de su grandeza, Bowie pone en valor su legado haciéndolo sonar tan contemporáneo como genuino. La impresionante labor de producción de uno de sus más fieles colaboradores a lo largo de todos estos años, Tony Visconti, tiene mucho que ver. Además de equilibrar el eterno sonido de saxo en los discos de Bowie con unas afiladas guitarras, obra de Gerry Leonard y David Torn, perfectamente soportadas en el músculo de la recurrente base rítmica, Gail Ann Dorsey y Sterling Campbell, Visconti ha sabido dotar el conjunto de vigor y actualidad. Con ese soporte, el artista británico se ha atrevido incluso a introducir matices poco frecuentados en su discografía, como los aires a Tom Waits con los que arranca ‘Dirty Boys’, con notable éxito. La mera intención de ser un autohomenaje al icono (no solo musical) que lleva siendo durante décadas habría sido suficiente para recomendar este ‘The Next Day’ como perfecta introducción para unas nuevas generaciones que ni siquiera eran adolescentes cuando se publicó ‘Reality’, su disco predecesor. Pero es que, aun sin alcanzar el nivel de sus álbumes más cruciales, se trata de un álbum soberbio capaz de satisfacer a sus más exigentes seguidores, un regreso a la altura de su leyenda, al fin.
Una vez más Kanye quiere callar bocas. Pero esta vez no ha optado por llenarnos los oídos con miel apta para todos los paladares, esta vez ha optado por el camino difícil. En esta ocasión ha decidido embarrarse en una ciénaga de sonidos distorsionados e incómodos con una obra que es pura rabia y transgresión. ‘Yeezus’, musicalmente un trabajo sorprendente, elaborado al máximo, lleno de detalles, de momentos inesperados y de grandes aciertos, es de alguna manera el reverso negativo del anterior disco, y por lo tanto consecuencia directa de éste y del anterior. Los que consideraron ‘808 & Heartbreak’ como un disco menor en su carrera, ahora deberán volver atrás y reflexionar sobre la semilla de algo que ha terminado culminando en este nuevo trabajo. Liberado de su compromiso con el público, West olvida el pop, los estribillos y las radiofórmulas para engrasarse en sonidos industriales, para entregar un trabajo que junto a los dos anteriores podría formar una trilogía pluscuamperfecta, que no sería otra cosa que las diferentes caras de un artista complejo y apasionante que definitivamente ha alcanzado una madurez creativa con la que muchos colegas sueñan. En los próximos años veremos a muchos de esos colegas imitarlo, pero para ese momento ya veremos dónde está metido Kanye…
Un autotuneado «baby, baby, baby, baby» puede que no fuera el estribillo de Vampire Weekend que habrías apostado que canturrearías durante horas cuando la banda debutaba con un disco homónimo que sigue sonando totalmente fresco cinco años después. Eran aquellos tiempos en que se hablaba mucho de la moda afroindie, pero olvídate de géneros. De la misma manera que James Blake, con su segundo disco, ha dado un paso adelante que le lleva mucho más allá del dubstep, la banda de Ezra y Rostam sólo se define ya por su propio sonido con este disco que resulta mucho más sólido que ‘Contra‘. Siempre ha habido algo majestuoso en las composiciones de Vampire Weekend. ¿Recordáis ‘M79’? Lo insólito es que ese algo siga intacto tantos años después, ahora con trucos que van del hip-hop a lo clásico y apenas notándose que están ahí. Un tercer disco grande que les sitúa cada vez más cerca de Radiohead, a quienes tanto citan, y cada vez más lejos de gente como Bloc Party.
‘m b v’ es el disco del año de nuestro diseñador y mandamás en la sombra, iko
‘Only Tomorrow’, ‘Who Sees You’, ‘Nothing Is’, ‘In Another Way’ se esmeran en crear pequeños bucles sonoros (han sido tan comedidos en minutaje que no podemos hablar de drones, por poco) que apuntan, como han declarado, a una expresa vocación por alejarnos mentalmente del planeta. En todas ellas retoman el protagonismo de sus principios el bajo y, sobre todo, las baterías, galopantes y poderosas como solían en sus inicios, evidenciando que ‘m b v’ es una leve vuelta de tuerca al sonido de ‘Loveless’ pero también mantiene cierta conexión con ‘Isn’t Anything’ y sus primeros EPs. Quizá el momento en el que ambos caminos, contundencia e intención escapista, confluyen a la perfección sea en la formidable ‘Wonder 2′, que deja un poco en cueros, tanto en intenciones como en ejecución, a aventajados alumnos como Health o Fuck Buttons. En la vertiente más ensoñadora del grupo, también son infalibles. El maravilloso arranque sostenido de ‘She Founds Now’ (aprovechamos para saludar a Los Planetas), los dos preciosos movimientos que conforman ‘Is This And Yes’ (una larga intro con un total protagonismo de los teclados, que nos remite a los Stereolab más ensoñadores) e ‘If I Am’ (aprovechamos para saludar a Beach House) y el número directamente popi que es ‘New You’ (que servirá para que muchos fans de llevar tapones en los conciertos se rasguen las vestiduras) conforman esa casi olvidada faceta accesible del grupo. Se trata de un disco imponente y a la altura de la leyenda, que aunque reclama más (muchas más) escuchas, también entra a la primera. Tras un par de vueltas, deja adivinar que encierra tantos detalles y secretos como sus álbumes previos, quizá excesivamente endiosados, pero evidentemente seminales. Decepcionará a quien esperara otra piedra filosofal del pop para rumiar durante otro buen puñado de lustros o al menos algún tipo de evolución en la banda. Pero, ojo, tengamos en cuenta que evolucionar es para los que necesitan cambiar algo de sí mismos, mejorar para no estancarse. Para los que están tocados por una mano que les eleva por encima del resto no hay evolución que valga.
Este año no ha habido gran debate: ‘Overgrown’ es el disco del año para Sebas, Raúl Guillén, ACM y María Clara y aventaja en 100 puntos al top 2
Como ‘Coexist’ de The xx, ‘Overgrown’ es un álbum que retoma hallazgos pasados -básicamente la creación del soul del siglo XXI, el corte titular introduce un teclado muy Marvin Gaye- pero a la vez abre nuevos caminos. La mayoría de ellos son obra de él mismo, como el sobresaliente single de presentación, ‘Retrograde‘, en el que Blake apuesta por una opresiva estructura circular que abruma como pocas cosas publicadas recientemente; pero también contribuyen en algo el par de colaboradores, RZA de Wu-Tang Clan y Brian Eno. Este último ayuda a dinamizar la segunda mitad del álbum, que a diferencia de lo que sucedía con su debut, no decae: el magnetismo va incluso en aumento. Enmarcadas por ‘DLM’ y ‘Our Love Comes Back’, dos de sus ya reconocibles apropiaciones de la tradición musical negra, brillan esa enorme ‘Digital Lion’ y también ‘Voyeur’, sin duda una de las cumbres del disco, gracias a ese poso de house primigenio a lo ‘Your Love‘ de Frankie Knuckles. Aunque el mejor ejemplo nos lo dan el estupendo teclado e interpretación vocal de ‘To The Last’, una balada bigger than life, en algún pasaje concreto muy cerca de ‘Unchained Melody’ de Righteous Brothers o la versionadísima ‘Everybody’s Got to Learn Sometime’ de The Korgis. Un corte hermoso que demuestra que el artista, en su apasionante y sin igual mezcla de pasado y futuro, está además sobrado de lo más importante, las canciones.