‘Noé’: que Dios nos pille confesados

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‘Noé’: que Dios nos pille confesados

NoeEn el arca de Aronofsky cabe de todo: paisajes y batallas dignos de la Tierra Media, un diseño de vestuario “picapiedra”, ents o transformers trogloditas llamados “vigilantes”, catástrofes bíblicas emmerichianas, conflictos familiares de tragedia griega, espiritualidad, ecologismo, veganismo… Ah, y Anthony Hopkins hablando raro y buscando bayas. Si esto es un blockbuster de autor, que venga Dios y lo vea. Me quedo con Michael Bay.

‘Noé’ es una película de contenido minúsculo pero escrita en mayúsculas. Un melodrama épico que intenta aunar, sin conseguirlo, la acción con la reflexión, el puro entretenimiento con la metáfora religiosa, las palomitas con la metafísica, Emmerich con Malick. El resultado es un divertimento anoréxico de discurso vigoréxico. Pura megalomanía.

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A pesar de la buena interpretación de Russell Crowe –que consigue transmitir bastante bien los conflictos internos que atormentan a su personaje-, de contar con algunas secuencias muy inspiradas -como esos momentos time-lapse donde se explica la creación del universo y la evolución de la vida-, o de lo atractivo que resulta ver la historia bíblica situada en un contexto casi de ciencia ficción post-apocalíptica, la sensación que deja la película es la de haber asistido a una extravagancia anacrónica y desproporcionada, a una parodia involuntaria (o casi) del cine épico y bíblico.

Aronofsky, como su Noé, parece querer destruirse a sí mismo, aniquilarse para empezar de nuevo. Esa es la lectura más esperanzadora: este naufragio se parece mucho al de ‘La fuente de la vida’ (2006). Y ya sabemos con qué dos maravillas salió a flote el director… 4,5.

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