Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Suburban Light’ de The Clientele

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Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Suburban Light’ de The Clientele

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Título: ‘Suburban Light’
Artista: The Clientele
Sello: Pointy (2000) / Merge (2001)

La semana pasada el sello Merge lanzó la reedición de este clásico crepuscular de comienzo de siglo, un disco que llevaba meses en la lista de espera de esta sección. Porque a pesar de no ser un tesoro especialmente enterrado (fue, por ejemplo, nº 80 en los 200 LPs de los 2000s de Pitchfork) es un disco con un aura especial, y que cuando se lanzó unió a unos cuantos miles de fans en el fervor hacia él como un placer oculto y regocijante. Una base de seguidores que fue creciendo y que permitiría a The Clientele (especialmente en los EE.UU.) iniciar una carrera de diez fructíferos años, que en 2011 se interrumpió indefinidamente pero que este año volverá a verles reunidos en directo con motivo de la reedición: un CD en lujoso formato doble que incluye rarezas y el disco original innecesariamente remezclado y reecualizado.

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‘Suburban Light’ iba a ser la primera experiencia en un estudio profesional de lo que entonces era una pandilla de jóvenes músicos provenientes de Hampshire en su mayoría, y que habían emigrado a Londres en busca de fortuna, algo que en la capital solía consistir en apuntarse al subsidio de desempleo y mudarse a un “squat” o a una casa de alquiler muy barato. La banda había conseguido hasta el momento editar varios singles en interesantes sellos independientes de Europa y América, grabaciones siempre realizadas por su cuenta en baratos cuatro-pistas por pura necesidad, y ahora llegaba el momento en el que por primera vez había dinero para que su debut en el sello Pointy se grabase en condiciones. Puestos en contacto con Alasdair MacLean, el líder de The Clientele nos confirma el entusiasmo con el que anticipaban ese momento: “Teníamos muchas ganas de entrar en un estudio de verdad y grabar con sección de viento y cuerda, coros, una gran producción.” Por desgracia, como comentan en el texto promocional de la reedición, “en aquellos años todos los ingenieros de sonido estaban empeñados en que los grupos sonasen a Radiohead, lo que nos partió el corazón. No se podía conseguir un sonido cálido en aquellos tiempos”. De manera que el grupo decidió el tipo de cosa que un sello grande nunca habría permitido, pero que para estos músicos era la única solución lógica: pasar del estudio y editar el disco como una recopilación de todas esas grabaciones caseras. Fue seguramente la decisión más acertada de su carrera, impulsada por el destino, una serendipia casi: de haber accedido a grabar las canciones con un sonido diferente no hay duda de que el impacto en el oyente habría sido infinitamente menor. Es esa atmósfera amateur y reverberante, eufórica y lánguida a la vez, lo que hizo de ‘Suburban Light’ la maravilla singular que es.

El disco empieza justo así: languidez eufórica y eco a espuertas envolviendo la hermosísima voz de Alasdair, un sonido que atrapa al oyente al primer compás, a la vez enigma y placer familiar.

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Una canción, pues, que contiene todos los elementos clave del disco y del grupo en su estadio germinal. No sólo sonoros, sino líricos. Las letras de este ‘I Had to Say This’ introducen la mayoría de elementos que después reaparecerán: la naturaleza, las estaciones (“Nightingales all summer long / Beside me in my mind”) y versos inconexos entre el monólogo interior y la psicodelia (“One and one is nine the moon / the june moths and the quiet”) que engarzan con un final monocorde también de tintes psicodélicos, con modestas pero efectivas guitarras invertidas. ‘Rain’ suena más cruda, grabada con menos medios. Alasdair: “Grabamos las canciones en dos tandas: una justo al acabar la universidad, en Hampshire, en la casa de los padres de Innes Phillips, en un cuatro pistas. La otra en Londres, cuando ya tocábamos en directo”. La canción pertenece, pues, a aquel primer momento, y su mezcla prácticamente mono tiene un encanto antiguo, con algo de la psicodelia pastoral inglesa de los 60. El fraseo de los versos y la propia melodía, entre Syd Barrett y el gran Kevin Ayers, es mágico. Todos estos elementos musicales influyen inevitablemente en que este relato de maniobras de amor en la oscuridad en una noche de otoño inglesa (“Toco tus dedos ensombrecidos en la oscuridad / Y las estrellas han caído sobre esta noche como lluvia“) adquiera un aire onírico, casi lewiscarroliano. La llegada del tercer tema es inolvidable: ‘Reflections After Jane’ es reposado, una canción que se mece sobre un perezoso arpegio entre las gloriosas melodías de voz de los Zombies, la melancolía de Felt y las eternas estrofas de dos acordes de la Velvet Underground.

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Con tanto espacio, resplandece especialmente la voz de Alasdair MacLean, que nos recuerda las razones para tan peculiar sonido, de lejos la característica más chocante y genial de este disco: “Me daba pavor cantar sin una gran reverb en la voz. ¡Enmascara las imperfecciones! Así que enchufaba un micrófono de voz muy barato a un amplificador de guitarra (un Sessionette de 35 watios) y ponía la reverb de muelles a tope. Luego plantábamos un micro al ampli y grabábamos la voz directamente desde ahí, por dos veces. Sacaba mucho soplido de fondo pero también nos daba un bonito y cálido sonido de voz”. Alasdair menciona pues el otro secreto de sus tomas vocales, habitual en todo tipo de artistas y discos pero que casi siempre añade un extra de magia: la voz doblada. El resultado es la belleza de una voz liberada, inconsciente de sí misma por la libertad de cantar a través de esa cascada de reverberación. Como muchos críticos han repetido sobre este disco, uno de sus grandes atractivos es cómo esa voz y esas canciones consiguen impregnar de poesía versos que podrían sonar manidos y mundanos en otras manos. En la voz de Alasdair, sin embargo, versos como «And I see her all on a golden Sunday / With her hair so dark in the rain» suenan casi a William Wordsworth. También hay algo de la magia del debutante, que al usar estas imágenes intactas por primera vez nunca las hace sonar desgastadas, un milagro irrepetible. Pero además el grupo acierta al combinarlas con guiños a su vida (sub)urbana, como en el siguiente tema, ‘We Could Walk Together’, quizá la letra más lograda: una excelente mezcla de autobiografía sentimental, retrato rural y urbano melancólico, y más poesía romántica wordsworthiana: “¿Por qué no permanecemos juntos / Con nuestros ojos llenos de atardecer y anfetamina / Y miramos a los tontos pasar / a través de campos llenos de quietud mientras cae la oscuridad / En el campo inglés?”. Es, además, otro temazo: breves estrofas barrettianas combinadas con un estribillo instrumental de arpegio intenso y maravilloso.

Monday’s Rain’ (¿qué puede haber más inglés?) y ‘Joseph Cornell’ concluyen la cara A. En la primera suena un novedoso sintetizador, una leve capa de fondo mientras las guitarras se regodean arpegiando bonitos acordes. Preguntado por esta otra característica tan propia de The Clientele, un grupo que rasguea acordes muy poco y arpegia mucho, Alasdair comenta: “de niño aprendí guitarra clásica, en la que tocas con las uñas en vez de usar una púa, y por supuesto aprendes a tocar en arpegios. El estilo de The Clientele viene directamente de ahí”. ‘Joseph Cornell’ cierra la cara con aires de bossa, un arreglo de batería excelente y esa cosa maravillosa que es una secuencia descendente de acordes de guitarra conectada a una reverb de muelles. En la letra, imágenes y alusiones a calles y estanques del norte de Londres (Delancey St, Highgate Pond…).

La segunda mitad del disco comienza con ‘What Goes Up’, otra de las piezas grabadas en el primitivo cuatro pistas de la primera tanda. La segunda tanda se grabó, cuenta Alasdair, “en una Tascam 488. Funcionaba con cintas de cassette normales y grababa ocho pistas separadas. Pasábamos todos los intrumentos y voz por el ampli con reverb, ¡incluso las panderetas! Y grabamos con el limitador Dolby encendido pero desconectado cuando estábamos mezclando. Al parecer así es como se grabó el primer disco de los Doors, aunque en aquel momento no lo sabíamos”. ‘What Goes Up’ suena todavía más simple, limitada a la mitad de pistas, y recoge algo de esa magia campestre de la primera tanda, grabada en casa de Innes (que después abandonaría el grupo para formar The Relict). Alasdair: “grabar en su casa fue increíble – estábamos en el paro, era verano… yo iba en bicicleta a su casa y trabajábamos todo el día en nuestras canciones. Por la noche íbamos al pub. Fue una época realmente hermosa”.

La edición europea incluía ‘An Hour Before the Light’ abriendo la cara B en lugar de este tema. Y precisamente, con motivo de la reedición, ha emergido hace poco este encantador vídeo de The Clientele tocándola en el campo junto a la casa de Innes Phillips en 1996, un testimonio de aquellos bucólicos días en los que el grupo echaba a andar. Personalmente prefiero ‘What’s Up’ y su aire a pop californiano, al estilo de Love, no tanto de Arthur Lee como de Bryan MacLean (que, coincidencias en el nombre aparte, era el gran arpegista del grupo – hay pendiente un “Clásicos” sobre su “Ifyoubelievein”). Referentes sonoros que contrastan con las imágenes de Londres («Me, Pete and Valerie we live in Finsbury Park”) y su habitual clima («The sky is dark / The house is cold»).

El disco llega a su cumbre con esa joya cristalina y frágil titulada ‘(I Want You) More Than Ever’. ¿La mejor canción de 2000? A mí me lo pareció entonces, cuando conocí al grupo a través de su single para el sello español Elefant. Combinaba el melodicismo de los Zombies o The Left Banke y el romanticismo eléctrico del mejor jangle pop británico. Eso sumado a una melodía vocal de ensueño sumergida en un tanque de reverb, le hacía a uno pensar que se encontraba ante el grupo perfecto.

Y luego estaba ese júbilo palpable. Recuerdo a Felipe de los Fresones Rebeldes comentando el disco en la difunta lista de correo Spanishpop y resaltando con mucho acierto esa especie de alegría con la que se notaba que tocaban las canciones. Alasdair lo confirma: “Es cierto. Éramos todos muy buenos amigos cuando hicimos este disco, y estábamos emocionados con la música que estábamos creando. Éramos los típicos chavales que compartían la misma estética y el mismo sentido del humor. Pensábamos que seríamos famosos muy pronto, así que era emocionante, y estábamos muy felices con cómo iban saliendo las canciones”.

Se podría uno imaginar esta canción arreglada como la soñaron antes del chasco, con vientos, cuerdas, coros, un poco al estilo de ‘Desirée’ de Montage (Alasdair: “en aquella época era nuestra canción favorita”), pero estoy seguro de que sería peor que esta modesta maravilla llena de atmosférica belleza. Preguntamos a Alasdair de dónde sale una canción así. Esta es su respuesta: “Salió de una habitación muy pequeña y húmeda en un bajo de Stamford Hill, en Hackney. Era una especie de hall entre la casa y el jardín, con una cama y un calentador de agua. Encima de nosotros vivían unos ocupas que no tenían llave de su casa y nos solían despertar a las 4 de la mañana para que les dejásemos entrar. Era tan pobre que compraba bolsas de arroz y alubias secas cuando me pagaban y hacía un “biryani” de verduras que me duraba toda la semana. Pero en realidad la recuerdo como una época muy feliz. Tenía sólo 22 años, así que no me importaba tener tan poco dinero, lo único que me importaba era nuestra música. En algún punto de esa época escribí esa canción. Probablemente después de escuchar demasiado a Glen Campbell”.

6am Morningside’ era la cara B del single de Elefant, así que suena apropiadamente seguida, una encantadora viñeta de la madrugada urbana de apenas dos minutos, especialmente henchida de reverb, con un cambio de acordes en el estribillo bellísimo. A continuación, ‘Five Day Morning’ vuelve por terrenos psicodélicos con voces a lo Syd Barrett, e incorpora un precioso solo, casi el único del disco, sencillo pero pleno. Una vez más, imágenes de ciudad («El espejismo de un barrio residencial en la lluvia / En un tren”) y de hermoso romanticismo de amores extinguidos («¿En qué se ha convertido nuestro amor mientras la corriente nos arrastra / Y nuestros ojos chispeantes se llenan de habitaciones silenciosas, callejones y atardeceres que encontramos?”). En la misma línea psicodélica abunda ‘From a Window’, pero en clave “uptempo”: es la canción más veloz y enérgica del disco, con un toque oriental en el solo de guitarra.

La sección final del disco es un absoluto deleite: ‘As Night Is Falling’ funciona como preludio sereno de la conclusión, con un eclesiástico órgano abrazando la anestesiada súplica de MacLean (“Oh Miss Jones, can’t you see?”) y, de nuevo, excelentes la secuencia de acordes y la melodía. Realmente no hay ni una canción mediocre en todo el disco. El final llega con ‘Lacewings’.

Que Alasdair decidiese tocar la guitarra con “slide” añade ese extra de emoción que necesita una despedida a la altura de este disco. La melancolía de las notas que resbalan abajo y arriba, coqueteando con la nota afinada pero quedándose en los agridulces alrededores, es perfecta para The Clientele, y uno se queda casi con las ganas de que no fuese la única del disco tocada así. En la letra resuenan ecos de redención: “Desde que te conocí hay violetas en la orilla / Hay violetas en la orilla esta noche”. Y concluye “Goodbye…” Es el cierre ideal del disco, una obra que resplandece con la calma de esa luz suburbana del título. Alasdair: “Lo llamamos así porque creo que conseguimos capturar la luz de los barrios residenciales en el disco y en las canciones. El sitio del que venimos”.

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