‘La espada de los cincuenta años’: la puerta de atrás de ‘La casa de hojas’

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‘La espada de los cincuenta años’: la puerta de atrás de ‘La casa de hojas’

espada-cincuentaSi no te gustó ‘La casa de hojas‘, ni se te ocurra abrir ‘La espada de los cincuenta años’: desearás quemar todos los ejemplares que puedas en la Bebelplatz de tu ciudad. Si, por el contrario, te gustó el aclamado debut de Mark Z. Danielewski -aunque sea moderadamente, como a mí-, puede que te sientas algo decepcionado con su segunda novela. De hecho, si me dijeran que este libro es el germen del anterior, su borrador, me lo creería. Eso es lo que parece: un esbozo, un bosquejo, el ensayo general de una obra todavía por pulir.

‘La espada de los cincuenta años’, editada de nuevo con mimo por Alpha Decay y Pálido Fuego, es un relato de terror contado en forma de prosa poética y presentado, de nuevo, sobre una base de experimentación formal. La diferencia con ‘La casa de hojas’ es que aquí el terror es más clásico, casi como un cuento gótico. La novela está protagonizada por una costurera que se queda al cuidado de cinco niños durante una fiesta en la noche de Halloween. La llegada de un cuentacuentos, «un hombre malvado con un corazón muy negro», creará un clima de inquietud de insospechadas consecuencias. Sobre todo después de colocar a los pies de los niños un estrecho y alargado estuche cerrado con cinco pestillos.

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Así contado, la novela parece más misteriosa y perturbadora de lo que realmente es. Y es que, por mucho que lo intenta, el autor no logra alcanzar uno de sus objetivos: hacer sentirse al lector como un niño escuchando una historia de miedo a la luz de una hoguera. La prosa y la intriga no te envuelven como lo hacía en ‘La casa de hojas’, no consigue ese nivel de inmersión. Su estructura polifónica, casi como un collage de voces, es admirable, pero siempre vista desde fuera, como si el cuentacuentos nos hubiera echado de la habitación y tuviéramos que ver todo desde la distancia, sin escuchar casi lo que cuenta.

En cuanto al diseño del libro, ocurre algo parecido. Es fácil apreciar la belleza de las ilustraciones en forma de bordados y entender su vinculación poética con la protagonista de la novela. En ese sentido, también resulta admirable. Pero, en este caso, su función parece más decorativa que narrativa, más impostada que justificada. No voy a caer en el error de preguntarme qué sería de esta novela sin su apoyo visual, sin las ilustraciones y el tipo de maquetación, porque sería otro libro; pero sí me resulta difícil no cuestionar sus intenciones. ¿La experimentación como coartada para la falta de inspiración? 6.

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