Gran Hermano 16, jugando a los secretitos

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Gran Hermano 16, jugando a los secretitos

han-granhermanoSeptiembre no es septiembre sin el arranque de Gran Hermano. El reality año tras año va sobreviviendo a los índices de audiencia y en esta, su decimosexta edición, a pesar de un inicio de gala que se hizo algo soporífero (¿por qué narices siguen empeñados en los flashmobs?), al final no nos ha dejado un sabor de boca tan malo como a primeras se podría pensar.

Teniendo presente que el formato de por sí no puede mutar y tiene poco margen de maniobra, los responsables este año han querido basarlo todo en los secretos y las falsas apariencias. Todos, excepto Aritz, el concursante vasco ajeno a las tecnologías que siempre lleva un sombrero, ocultan algo. Y ojo, porque si antes de que la organización dé el visto bueno, algún concursante se va de la lengua o es descubierto por alguno de sus compañeros, de un plumazo se le restarán 100.000 de los 300.000 euros a los que puede aspirar si acaba alzándose ganador. Ojalá lo de los secretitos no sea un reto de una o dos semanas y sea una dinámica que se mantenga durante todo el concurso.

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Con una Mercedes Milá al frente que por arte y magia de la tijera (y las canas) se ha transformado en la madre de Tania Llasera, esta edición de ‘Gran Hermano’, al igual que las más recientes, apuesta por un prototipo de concursante que dista mucho del de los primeros años. Poco queda de aquel perfil de freak, polemista y prostitutas camufladas descubiertas por Interviú que marcaron los primeros años de ‘Gran Hermano’. Los directores de cásting abogan por la «normalidad», por personajes de a pie alejados de la astracanada. Y, ciertamente, con los líos de faldas y los escándalos que ha habido en las últimas ediciones, este prototipo de concursante es mucho más agradecido e impredecible para el espectador.

A todo esto, la boda exprés de Ivy y Carlos que se ha oficiado en el primer programa ha sido de auténtica vergüenza ajena (hasta nuevo aviso, tendrán que actuar dentro de la casa como si no se conocieran). Pero lo mejor de este año, sin duda, corre a cargo de otros concursantes. Ahí está la cachonda Maite de 46 años, toda una devorahombres que mandó a su último marido de patitas a la calle al tercer mes y que, además, ha entrado al reality con su hija. Y, sobretodo, Han, el chino gay granadino que no puede articular ni una palabra en español por órdenes del programa y que, desde ya, es una auténtica revelación. Que nadie ponga en duda que él será la estrella absoluta después de ver ese divertidísimo vídeo de presentación en el que, entre otras tantas perlas, ha afirmado que usa gafas sin cristal por puro postureo y que su madre trabaja en un bazar once horas seguidas al día porque “somos chinos”. Lo sentimos, Yong Li, tus días de gloria ya han pasado a la historia.

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También veremos dentro la vivienda más ilustre de Guadalix de la Sierra a una madre que vivirá con su bebé, una tal Amanda que se cree una diva por ir vestida como un cuadro de comedor, una periodista que ya llevaba cuatro días viviendo dentro de la casa (topo no, lo siguiente) y un tal Muti de Sevilla que de momento no ha dado la cara y es “invisible”. Todo muy sinsentido, sí, pero todos los Grandes Hermanos acaban prometiendo poco cuando arrancan y al final acaban convirtiéndose en un guilty pleasure para voyeristas. Puede que el formato esté obsoleto después de tantos años, pero Mediaset no tiene ni un pelo de tonta y realiza los castings con una precisión envidiable: en cuestión de días el buen rollito brillará por su ausencia.

Calificación: 5/10
Lo mejor: Maite, la madre que va más salida que el canto de una mesa, y Han, el chino con más pluma que Sema
Pronóstico: el rollo de las falsas apariencias puede dar mucho juego si no se trata de un invento sólo para los primeros días

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