¿Por qué? ¿Por qué me dejaría embaucar por esas promos del nuevo canal DKiss que insinuaban que ‘Algo pasa con Ana’ tendría aquello que no tuvo ‘Las Campos’? Me dispuse a ver el docu-reality centrado en la figura pública y privada de Ana Obregón, que “se fue de la televisión porque ella quiso” y que “solo volvía porque el proyecto era interesante”, confiando en reencontrar la frescura de la primera temporada de ‘Alaska y Mario’, en descubrir en la actriz, bióloga y pija profesional un personajazo (para bien). Y menuda pérdida de tiempo y luz eléctrica, rediós.
La idea era, quizá, descubrir a alguien divertido, estrambótico o interesante detrás de la mediocre actriz que es, gracias a un formato teóricamente más desencorsetado que el que ella domina (la gala televisiva de Nochevieja o similar). Muy al contrario, ‘Algo pasa con Ana’ desaprovecha esas ventajas y, precisamente, rechaza la frescura del docu-reality guionizándolo todo hasta la parodia. Quizá es que Ana lleva tantos años metida en esto que ni siquiera puede resultar desinhibida ni creíble en su propia casa. No hay el menor atisbo de chispa, y sobreactúa en todo lo que hace, ya sea fingiendo que le preocupa haber perdido un disfraz de óvulo para la obra de teatro sobre la menopausia que representaba, fingiendo que lleva toda la mañana fregando a mano los suelos de mármol del salón (cómo está el servicio, ¿eh, Anita?) o que ve un partido de fútbol de la Selección Española junto a Aless Gibaja, supernormal.
La Ana que vemos en ‘Algo pasa con Ana’ no es nueva, ni excitante ni divertida: es «Anita La Fantástica», la que se inventó una carrera en Hollywood, la misma que veíamos en sus posados o en sus guionizadas meteduras de pata televisivas. No, ese “masa de multitudes”, soltado en uno de los interludios cuidadosamente grabados en estudio, tampoco resultó creíble. Para colmo, tampoco encontramos el más mínimo interés en los secundarios del programa: ni sus ex compañeras de función teatral, ni su hijo Álex, que por más solidario o rapero que pretenda ser seguirá siendo un pan sin sal, ni su perverso ex marido Alessandro Lecquio, al que echó sin venir a cuento algún capotazo sobre sus líos de faldas, ni su amigo Ra, que por guapo que sea no podía evitar que se palpara lo preparadísimo de sus diálogos. Ni siquiera su asistente de hogar filipina, a la que pone a bailar sevillanas como si la pobre mujer no tuviera bastante con aguantarla. De verdad, ¿dónde está el interés? Es decir, si el reality de María Teresa y Terelu Campos te pareció un bluff, ni te acerques a esto. Al menos allí descubrimos la implacable voracidad de Terelu, un personajazo en sí mismo.