‘Jackie’: a por el Oscar con un Chanel ensangrentado

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‘Jackie’: a por el Oscar con un Chanel ensangrentado

natalie-portmanCuando hace un par de años se anunció que el chileno Pablo Larraín (‘No‘, ‘El club‘) iba a dar el salto a Hollywood con un biopic sobre Jacqueline Kennedy protagonizado por Natalie Portman, solté un «NO» más grande que el del título de la película protagonizada por Gael García Bernal. De repente se me aparecieron Meryl Streep (‘La dama de hierro’), Nicole Kidman (‘Grace de Mónaco’) y Naomi Watts (‘Diana’) para recordarme lo que me esperaba.

Afortunadamente, no ha sido así. Por mucho que la Portman esté (merecidamente) nominada como actriz principal, ‘Jackie’ no es el biopic con lujuria por el Oscar que se podía esperar. Larraín ha conservado su personalidad y, como en la reciente ‘Neruda’, ha realizado una película biográfica poco convencional. ‘Jackie’ está articulada por medio de la entrevista que la ex primera dama concedió a la revista Life una semana después del asesinato de su marido. A través de continuos saltos temporales y acompañado por la turbadora música de Mica Levi (también nominada), el director narra los hechos que acontecieron en los días posteriores al magnicidio.

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Larraín se pone un Chanel rosa y, como él mismo dice, nos ofrece un acercamiento a la viuda de Kennedy «desde la intimidad de lo privado». Por un lado, reconstruye de forma brillante la realidad documentada (el célebre tour por la Casa Blanca, la película de Zapruder, las imágenes del funeral) y, por otro, imagina lo que ocurrió de puertas para adentro. Este contraste entre realidad y ficción le sirve al director como metáfora de la propia imagen de Jacqueline, de la creación de su mito, y como vehículo para reflexionar sobre la (re)(de)construcción de los relatos históricos.

En este sentido, ‘Jackie’ es como un retrato cubista de la ex primera dama; el reflejo fragmentado de un icono que, tras vivir un enorme trauma, se encuentra tan desorientado ante el futuro como, en algunos momentos, el propio espectador ante lo que está viendo. Esa es la paradoja de este biopic: cuanto más se acerca el director a la persona (hay una abundancia de primeros planos de la actriz) más lejos se queda el espectador de ella. La distancia emocional que impone es tan grande como la que hay entre la imagen mítica y la real de la viuda de Kennedy. Como dice ella misma mientras da una calada a un cigarrillo: «yo no fumo». 6,9.

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