Qué gran año, 1997. Mi primer FIB (el de la tormenta infernal), algunos de mis discos favoritos, como el ‘Homogenic’ de Björk, el ‘The Boatman’s Call’ de Nick Cave… Sin embargo, 1997 pasará a la historia del pop por ser el año en que Radiohead parieron ‘OK Computer’, su obra magna; aquella que les catapultó del pelotón del brit-pop (a pesar de poseer un hitazo como ‘Creep’) a la primera línea del rock mundial, los consagró y los convirtió en artistas masivos y de culto (no, no son categorías excluyentes). Pero en 1997 pasé completamente de ‘OK Computer’. A día de hoy, sigo pasando. Del disco en particular y de la banda en general. No me gustan Radiohead. Bueno, “no me gusta” es una expresión poco adecuada, porque implica disgusto. Los de Oxford no me disgustan. Simplemente, no me dicen nada. Pero… ¿por qué un disco y un grupo cargado de argumentos para encantarme me genera tal indiferencia? ¿Por qué una banda que, por edad –‘Creep’ arrasó cuando yo tenía 16 años, ‘OK Computer’ me pilló con 20-, debería apelarme, no lo hace? Generacionalmente hablando, me los comí de pleno. Y sin embargo…
Sin embargo, no hay manera. Para escribir este artículo he escuchado por enésima vez ‘Ok Computer’, tratando de que me subyugue. Y nanay. En ‘Airbag’ ya obtengo la clave de mi resistencia; es la voz de Thom Yorke. Esa voz… Sus gorgoritos, ese cantar atormentado que, imagino, conmoverá a muchos, a mí me repele y me aleja del grupo. Las letras sobre alienación urbana serán excelentes, pero soy incapaz de prestarles la atención que requieren. A la voz de Yorke hay que sumarle el trauma que me suponía ver y escuchar constantemente el vídeo de ‘Paranoid Android’ en el Sputnik de la televisión catalana (¡hace 20 años ya!). Odiaba el clip, me agobiaba la canción. Y encima tan larga… ’Exit Music’ me aburre soberanamente. ‘Exit Music’ y casi todas las demás. Hasta la belleza de ‘Let Down’ que, de verdad, por estructura, melodía, melancolía, lo tiene TODO para arrebatarme, se me resiste. Hay otro elemento que me repele, no sólo la interpretación de Yorke; la ausencia de sentido del humor (aunque en esto haya discrepancias). No puedo con tanta existencia torturada. Joy Division o The Cure tampoco es que sean la alegría de la huerta precisamente (por comentar dos de mis grupos favoritos), pero la amargura vital de Robert Smith o Ian Curtis sí que me hiere directamente. La de Yorke, no. El agujero negro emocional de Radiohead no me genera catarsis alguna. Conozco a gente a la que ‘OK Computer’ le toca la fibra tan profundamente que no lo puede escuchar sin hundirse en el abismo. Yo el abismo ni lo huelo. Es todo tan triste, tan trascendente, tan falto de esperanza, que soy incapaz de creérmelo. Los demonios de Yorke no me estremecen. Peor, es que ni me los creo. Siempre he visto algo postizo a su sufrimiento.
Han pasado veinte años y mi mejor amigo de vez en cuando me sigue insistiendo en que ‘OK Computer’ “es-un-discazo”. Mi hermano, que se reía de ellos (aunque era muy fan de ‘Pablo’s Honey’ y ‘The Bends’), acabó rindiéndose al álbum. ¡Hasta la Rockdelux, que en su momento lo cuestionó (no aparece en su lista de mejores discos de los 90), le acabó cediendo un puesto de honor entre los discos más importantes del período 1984-2014! ¡Todo el mundo ama ‘OK Computer’! Todo el mundo… menos yo. Pero como en todo, siempre hay excepciones. En mi caso son ‘Karma Police’ y ‘No Surprises’. ‘Karma Police’ es tan buena que logra superar ese piano tan solemne y la voz arrastrada de Yorke. Cuando la tocaron en el FIB 2002 fue impresionante. Sin duda, el arranque de canción más coreado y emocionado del que he sido testigo en mi vida. Ese recuerdo fue el que me empujó a asistir a su concierto en el Primavera Sound de 2016; quería volver a ver vivir esa emoción colectiva, aunque fuera desde muy lejos. Lamentablemente, el sonido escaso me lo impidió. Y me largué a los diez minutos. De lo único que me arrepiento es de no haberme quedado en Dinosaur Jr en el Ray Ban, pero al menos fui al chiringuito techno y me encontré cinco euros.