Fotografía por Rosario López
Lo de anoche de Arcade Fire en el Sant Jordi fue una pura verbena rock. Y lo de verbena va sin ánimo peyorativo. Los de Win Butler y Regine Chassagne son perfectamente capaces de hacer de todo una fiesta cargada de energía, hasta de los momentos más íntimos. A título personal me llegó menos el concierto de ayer que el del pasado Primavera Sound, pero ahí jugaron otros motivos subjetivos. Comparaciones aparte, por enésima vez volvieron a demostrar que, actualmente, son el mejor grupo de estadios que puedes llegar a ver.
Lo primero que sorprendía era el escenario. Una ingeniosa tarima cuadrada, simulando un cuadrilátero y coronada por pantallas que iba siguiendo al grupo, permitía una visión de 180 grados, lo que facilitaba enormemente el disfrute del espectáculo desde cualquier punto. Lo segundo, la cantidad de huecos en el recinto. Había gran cantidad de asientos vacíos y la pista presentaba un aspecto holgadísimo. Paradójicamente, fue esta falta de asistencia lo que permitió una mayor cercanía y conexión con el público. La entrada de la banda, divertida y espectacular, nos los mostró como púgiles a punto de salir a boxear, mientras una locución en catalán y en castellano los presentaba imitando a un locutor deportivo: “Desde Canadá, Estados Unidos y Haití y con 900 kilos de peso, ¡Arcade Fire!”. Lo de los kilos no es baladí; calculando unos 70 kilos por persona, arrojaba la nada desdeñable cifra de doce músicos en el escenario, aunque no los pude contar, porque parecía que había cada vez más gente.
La energía, una de las grandes virtudes de la banda, no tenía fin. No hubo tregua entre tema y tema, Win y Régine no pararon de dar vueltas toda la noche, animando, interactuando, para que pudiéramos gozarlos bien desde todas las esquinas y el resto de los miembros no pararon ni un segundo (especialmente el siempre animado Will). Gracias a eso, felizmente, te colocaras donde te colocaras, ibas a acertar la ubicación. Si estabas en grada, porque apreciabas el show en todo su magnitud. Y si estabas en pista, por el factor de integrarte de lleno con el brío del grupo.
El público se entregó al jolgorio desde el minuto cero. Nada más abrir con ‘Everything Now’, ya reventaron los la-la-las por doquier. El sonido fue algo variable dependiendo de la zona; por un lado los instrumentos se distinguían con nitidez (a Dios gracias, nada de engrudo sónico) y la ejecución rozó la perfección. Por otro, me sonó un poco a lata y algo falto de potencia, aunque me consta que en otras ubicaciones se escuchó mucho mejor. Y durante las dos primeras canciones, la voz de Win sonaba floja. De hecho, prácticamente lo tuve que adivinar en ‘Rebellion (Lies)’, que cayó la segunda. A la gente no pareció importarle, las palmas y los “Lies! Lies!” se corearon con ardor igualmente. Y la jarana se exacerbó con un ‘Here Comes the Night Time’ juguetón, en que no parecía que llegara nunca su orgásmico final. Pero para punto culminante, la colosal ‘No Cars Go’, tan épica y emocionante como debe, con todos esos “Let’s go!” y “ohhh” atronadores, aunque personalmente eché de menos algo de volumen. En comparación, ‘Electric Blue’ y la fantástica ‘Put Your Money on Me’ tuvieron una acogida más tibia.
Sin duda, las canciones de ‘Funeral’ y ‘Neon Bible’ fueron las más aclamadas, a ‘Neighborhood #1 (Tunnels)’ me remito, aunque la fantástica ‘My Body Is a Cage’ acabó pasando (injustamente) desapercibida. ‘The Suburbs’, probablemente mi tema favorito, me la reventó el imbécil que tenía detrás, que decidió que ese era un buen momento para ponerse a hablar a grito pelado. Suerte que esa apisonadora que es ‘Ready to Start’ se llevó por delante cualquier conversación y la cumbia y cencerros con la que abrieron ‘Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)’, con Régine, enfundada en un espectacular mono acharolado, ejerciendo de absoluta estrella, acabaron sepultando cualquier conato de charla. Pero, personalmente, el momento más emocionante fue ‘Afterlife’; por si no fuera ya lo suficientemente conmovedora, la cerraron con ‘Temptation’ de New Order y ahí casi se me paró el corazón. Se acercaron al final con un ‘Creature Comfort’ cegador literalmente; el efecto niebla ocultó la visión del escenario durante un buen rato. Sin embargo, no resultó todo lo aplastante que debiera. Nada que no solventara la desatadísima ‘Neighborhood #3 (Power Out)’, culminada con un estupendo ‘I Give You Power’.
Los bises abrieron con una maravillosa y melancólica ‘We Don’t Deserve Love’ coronada por el ‘Bird on the Wire’ de Cohen, pero muy perjudicada por el cotorreo del respetable; lamentablemente, escuchar canciones íntimas o desnudas en estos recintos siempre es un drama. Así que para compensar, subieron los teloneros, Preservation Jazz Hall Band, a acompañarlos en el reprise de ‘Everything Now’ y, claro está, el colofón a la fiesta mayor, ‘Wake Up’, pura epifanía pop. Y así se marcharon Arcade Fire, poco a poco, desfilando, mientras se desgranan alegremente las melodías de los dos últimos temas en versión fanfarria, entre la alegría del público. Alegría genuina; veinte minutos después de acabado el concierto, la gente aún pululaba por el exterior del Sant Jordi entonando lo-lo-los a pleno pulmón.