Bruno Mars colapsa Montjuïc

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Bruno Mars colapsa Montjuïc

Como si de un acto de chulería se tratara, Bruno Mars trajo su 24K Magic World Tour de nuevo a Barcelona apenas catorce meses después de su primera visita, esta vez en el Estadi Olímpic. “The bigger, the better”, habrá pensado el hawaiano. Y ojo, que casi llena. Alguna grada vacía, pero al final hasta el Golden Circle luce bastante repleto. La contrapartida es que la actuación dura 80 rácanos minutos, agravado por el hecho de que, encima, Bruno empieza más de media hora tarde; ¡a las 22.35h! La peor parte se la lleva la pobre DJ Rashida, que tiene que soportar una monumental pitada por algo de lo que no tiene la culpa. Y eso va a implicar olvidarse del metro, con el subsiguiente problema de movilidad que comporta: largas esperas para unos buses nocturnos atestados y un monumental colapso viario en Montjuïc. Imagino que al equipo de producción del artista no le preocupa cómo van a regresar sus fans; deben de vivir instalados en la idea de que somos felices simplemente viendo a nuestro ídolo y que lo demás nos da igual. Ejem, pues no. Y más cuando el Estadi está repleto de familias con niños. Foto: Doctor Music (show de Tokio)

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Quejas sobre el horario aparte, Mars es un buen entertainer con una jugosa cartera de hits que no brillan por su originalidad, pero sí por su pasmosa efectividad, gracias a su capacidad de reciclar sonidos añejos –r’n’b noventero, funk, pop ochentero-. Para compensarnos por la espera, empieza el concierto con espectaculares fuegos artificiales -un punto a favor del Estadi frente al Palau Sant Jordi-. Sin haberle visto en su anterior visita, pero comparando los setlists, compruebo que el repertorio es casi idéntico, hasta en el orden. La diferencia estriba en que eliminan ‘Straight Up & Down’ y ‘Grenade’, lo que hace que el show gane en ligereza. Arranca con ‘Finesse’ versión álbum (por suerte no hay pregrabados de Cardi B). El sonido es potente y bastante bueno para el espacio. El show es buenrollista y milimetrado; uno de sus puntos fuertes es el dinamismo, ya que la primera parte está dedicada a ‘24 K Magic’ y la segunda a los clásicos. La escenografía se crea a base de bonitos juegos de luces y las pantallas. Pero el espectáculo básicamente son él y la banda. Los músicos tocan estupendamente, reproduciendo fielmente los originales; Bruno va horriblemente vestido (un uniforme de los Dodgers que le queda fatal), pero se le perdona porque baila bastante bien y canta aún mejor.

Ya para ‘24k Magic’ hay aullidos. Y más fuegos. Pero muchos, muchos más. En ‘Perm’, menos los teclados y el batería, el resto del grupo está bailando y botando con Bruno. Y, por supuesto, el público. Bruno aprovecha para lucirse en solitario ante el delirio del personal. En la muy Boyz II Men ‘Calling All My Lovelies’, Bruno se calma agarrado a la guitarra. Los coristas se lucen, el público (muy predispuesto) enloquece con los “te quiero mucho cariño” que suelta su ídolo. Pero le dura poco el momento tierno. En ‘Chunky’ es interesante la conjunción de letras sobreimpresas en las pantallas alternadas con las imágenes de banda y público. Las canciones menos famosas se compensan con mejores efectos de luz… y con Bruno roneando al público. Para ‘Versace on the Floor’, uno de los puntos álgidos, los asistentes cumplen con el ritual de encender la luz de los móviles, en tal cantidad que casi sobrecoge. Pero Bruno se despierta, todos rompen a bailar y el escenario se llena de haces de iluminación y dorados para parar un tren.

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Con ‘When I Was Your Man’ se muestra en modo baladón romántico, bastante impresionante, por verla (y oírla) coreada por casi 50.000 personas. Y él la canta muy bonita, cierto. Pero todas estas buenas impresiones se desvanecen gracias a un solo de piano que parece una invitación a que vayamos al lavabo o a por birra. Tras cinco minutos de sopor, despertamos de repente con ‘Locked Out of Heaven’, en que de nuevo impresiona ver a tanta gente cantando y botando. Y hay más fuegos. Y confeti. Tras un breve conato de despedida, Bruno se marcha definitivamente con ‘Uptown Funk’. Cero sorpresas, pero hay alegría y baile, fuegos y luces en tropel para subrayar el fin de fiesta. Fiesta tocada e interpretada de modo impecable. Demasiado. En estas macroproducciones no conviene jugársela ni fiar nada a la improvisación. Y Mars es un tipo serio al que se le nota que no le gusta correr el riesgo de que algo salga mal. Pero al final se echa en falta más fuste, más alma. Algo que haga que merezca la pena regresar a casa más de dos horas tarde sobre lo previsto.

Los teloneros DNCE, la aventura de Joe Jonas, abre -ellos sí- con escrupulosa puntualidad. La banda luce pintas variopintas y excéntricas, como de dibujos animados. Joe Jonas trata de mostrar hechuras de rockstar, se pavonea, se tira al suelo, grita: “make some noise!” y exhibe una buena voz. Como Bruno, son otra máquina de fagocitar sonidos. Y en directo dan el pego, aunque su calculado muestrario de skate punk-power pop resulte inofensivo. Tocan unos cuantos hits ajenos (‘7 Nation Army’, ‘Wannabe’ y la canción más repelente del universo, ‘Are You Gonna Be My Girl’ de Jet). Es a lo que aspiran, a conseguir esos hits estéticos y reconocibles. Algo que ya consiguieron con ‘Cake by the Ocean’, tema con el que cierran con pasmosa efectividad. Acabar el concierto, por eso, con ‘We Are the Champions’ ya sí que resulta tópico e innecesario. Pero son simpáticos y eso a la gente le gusta.

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