El día en que OT se convirtió en ‘Black Mirror’ y Annie Wilkes se hizo fan de Eurovisión

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El día en que OT se convirtió en ‘Black Mirror’ y Annie Wilkes se hizo fan de Eurovisión

Entre las visitas de exconcursantes de todas las ediciones salvo ‘OT 3’ (¿qué es ‘OT 3’?) recibidas por los participantes de estos dos revival de ‘Operación Triunfo’, ha habido una ausencia especialmente “sorprendente”: la de Virginia Maestro. Es verdad que su caso no escapa de la “maldición del ganador y el segundo” (Bisbal, Manuel Carrasco y Pablo López frente a Rosa, Ainhoa y ella misma), pero sí podemos decir que cuenta con una base de fans más marcada que otros ganadores como Sergio Rivero, Lorena Gómez, la propia Ainhoa, o incluso Rosa en la actualidad, y todos ellos han visitado la Academia. No sabemos si Gestmusic no ha querido invitarla, ella no ha querido ir, o ambas, pero las comillas en “sorprendente” se deben a que realmente no lo es para quienes seguimos esa edición (la letra de ‘Let Me Talk‘ es bastante clara al respecto).

Ver a la por entonces jurado Noemí Galera echar leña al fuego de una concursante que estaba siendo marginada por sus compañeros diciéndole “el hecho de que hayas salido favorita significa que tendremos que nominar a alguien que no se lo merecerá tanto como tú” es de lo más heavy que habíamos visto en ‘OT’… hasta este año. Con una audiencia en caída libre que la mayoría atribuía a que los concursantes no daban juego (realmente son varios factores, como analizaba mi compañero Raúl), llegó el bautizado como “broncOT” como maniobra definitiva para subir los espectadores. Pero esto suponía un arma de doble filo que, en mi opinión, se terminó de cargar las posibilidades de que se repitiese lo del año anterior: ‘OT 2017’ fue ese fenómeno por el cariño que se le cogió a los concursantes, por lo que quizás no suponía la mejor idea poner a LOS CONCURSANTES, así en general, como “los malos”, consiguiendo que a los otrora fans ahora les cayesen mal.

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Ante esta mala decisión y, en general, esta cadena de malas decisiones, mi teoría terraplanista -que diría Jaime Altozano- es que se han querido cargar el programa desde dentro, por la razón que sea (barajo varias)… pero vamos a suponer que la intención era de verdad conseguir un revulsivo en audiencias. Tiene cierta lógica. Puede tener sentido como un giro en la relación de los espectadores con los concursantes del reality, un giro casi a lo ‘Dead Set’. Morir matando, ciertamente. Es decir: si los espectadores no se pueden identificar con ellos, si no les pueden querer, siempre pueden odiarles. El día del “broncOT” podías leer en Twitter a la gente deseando ver el momento en que Noemí subiese a hablar con ellos, podías leerles pidiéndole a Noemí que no fuese “blandita”, implorando algún que otro breakdown, y salivando cuando empezaron las voces temblorosas, los llantos y los abrazos para consolarse entre ellos (vaya panorama se encontró luego Sofía Ellar). Mucha gente iba a palomita en la boca por lágrima. Y sí, a todos nos flipa la maldita lisiada, ‘Revenge’ y cualquier momento culebronesco; la pornografía emocional y el morbo ante esas situaciones en ficción es lo que da tanto poder a películas como ‘Precious’. La cosa es que esto no es ficción. Seguro que a muchos estas palabras les parecerá exageradas: son concursantes de un reality, han firmado y su deber es dar juego, entretenernos. Si quieren ser muebles, que se vayan a su casa. Ok, es un planteamiento válido. Pero quizás no sea tan válido luego escandalizarse con ciertos ambientes de ‘Black Mirror’, porque tienes el caldo de cultivo de uno de ellos frente a tus narices. La verdad es que ‘Black Mirror’, acusada muchas veces de tecnofobia, jamás ha criticado la tecnología: nos ha criticado a nosotros y al uso que hacemos de la tecnología. Así, el acceso 24h a sus vidas ha permitido empatizar más con los concursantes, pero también ha permitido intensificar la relación de poder respecto a ellos. Otro ejemplo de eso lo hemos visto estos días al hilo de la selección de canciones para Eurovisión.

Los eurofans comenzaron a enfurecerse al ver las caras de los triunfitos durante la charla sobre Eurovisión (aunque ya se sabía el desinterés general de los concursantes, salvo Famous… en un caso parecido al del año pasado, donde Agoney era lo que aquí representaba Famous). La tensión aumentó tras conocerse que especialmente Alba, Natalia y María (las dos últimas, favoritas en las encuestas) no estarían contentas yendo, debido al significado político que tiene el festival este año. Ante esto hubo distintas reacciones. Por un lado, quienes defendían que no hay ningún significado político: el festival es de música, no hay ningún interés político. Evidentemente Eurovisión es un festival de música, pero es simplista decir que no hay intereses políticos cuando los dirigentes de Israel sacaron toda su artillería de pinkwashing para Eurovisión -incluso pretendían celebrarlo en Jerusalén como golpe en la mesa frente a Palestina-, y cuando el recelo (con razón) hacia la participación de Rusia no venía precisamente por sus melodías… así lo veían también las tres chicas, que se han enfrentado por estos comentarios a muchas críticas, e incluso acusaciones de antisemitismo (¿?).

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Pero, por otro lado, estaban quienes consideraban, y consideran, que da igual si tienen razón en lo que argumentan o si no la tienen: han firmado un contrato, así que ellos, a la hora de votar, no van a tener en cuenta si quieren ir o no, van a tener en cuenta la calidad de la canción. Este argumento se ha expuesto con mayor o menor agresividad: desde la opinión en sí a los “quiénes se han creído estas niñatas que son, si queremos que vayáis, vais a ir, que para eso votamos nosotros”, “yo voto lo que me gusta, y ellas me gustan, las amo, así que que vayan ellas”, etc. “Ellas me gustan, las amo”: las amas, pero te da igual su opinión y si están realmente bien… cuando hablaba este verano de la toxicidad en los fandoms, me refería también a este tipo de comportamientos, que tratan al artista no tanto como una persona sino como un personaje, como explicaba Marina Diamandis en las declaraciones que dieron lugar a ese artículo. ¿Quién se atreve a discutir que Annie Wilkes, la protagonista de ‘Misery’, era muy fan de Paul Sheldon? Por supuesto que lo era. Era su fan número uno.

“Si queremos que vayáis, vais a ir, que para eso votamos nosotros”. Es cierto: si tenemos el mando (y literalmente, tenemos el mando de la tele), tenemos poder sobre quienes aparecen. Se habla mucho de que hay quienes, tras estar todo el día subordinados a sus jefes, experimentan una sensación momentánea de poder cuando le ponen por la noche una estrellita al repartidor de Glovo, quejándose de que ha tardado en traer la comida a casa. Salvando las distancias, quizás ese componente esté también en lo que nos lleva a ver a artistas, y más si están envueltos en formatos de este estilo, como un mero vehículo de entretenimiento. Si te tienes que comer tus ideales con papas, te los comes, y me das la actuación y el brilli-brilli que yo quiero. Si estás mal porque tienes un familiar enfermo, no te lo guardes para ti, llora cuando hay cámaras, que quiero verlo. Si tienes recuerdos dolorosos de tu infancia, cuéntaselos al público, dales pena para que ellos me den a mí audiencia. Si estás mal porque echas de menos a tu pareja, exprésalo cuando yo esté mirando, que quiero sentirlo contigo – si es posible, líate con otro compañero mientras tu pareja te ve desde casa. Y, si tienes un ataque de ansiedad, báilalo. Espectáculo. Entretenerme es tu deber, que para eso te doy audiencia. Hay que darle al público lo que quiere ver, que decía el profesor de ‘Tesis’. Ojo, de nuevo: no estoy diciendo que este planteamiento sea absurdo. Si lo pensáis, realmente no hay falta de lógica en él. Lógico es, claro. Empático, e incluso humano… pues quizás no tanto.

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