En este marasmo de programas televisivos dedicados a la música que vivimos y que no sabemos cuánto durará (me apuesto una bolsa de pipas a que el nuevo gobierno que llegue fulminará de cuajo la “moda”), anoche se estrenaba en La 2 –a continuación de la 2ª temporada ‘Planeta azul’, impresionante serie documental de la BBC– ‘Un país para escucharlo’, serie de producción propia en la que el músico argentino Ariel Rot recorrerá España para, junto a un invitado-guía, conocer de primera mano la música de cada región. Como punto de partida es algo tan amplio que uno no sabía mucho a qué atenerse.
Sin embargo, el primer programa, dedicado a la Baja Andalucía (Sevilla y Cádiz) y con Kiko Veneno como “sherpa” cultural de Rot, ya dejó claras sus intenciones y alcance: lo que se pretende, en suma, es conectar la tradición musical con el eco que aquella mantiene en grupos jóvenes. Esto último, sin duda, es lo más ilusionante –algo que muchos ehaban de menos en ‘La hora musa’, por ejemplo– de un espacio cuidado al máximo tanto en el aspecto técnico como en el documental.
En este último plano cabe destacar la mano como co-guionista del compañero, magnífico periodista y crítico musical David Saavedra, que emplea sus amplios conocimientos para dar voz a artistas muy interesantes, sean más –Rocío Márquez, Brisa Fenoy, Pájaro– o menos –Rosario La Tremendita, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Furia Trinidad, Bronquio– conocidos. De manera hábil, muchos de ellos eran introducidos por nombres experimentados como el propio Veneno, por el mítico productor Ricardo Pachón, o por el archiconocido en esta página Paco Loco, enlazando ese pasado (reciente) con el presente/futuro.
“Un país” es una delicia también en el aspecto visual, arrancando desde la Isla Mínima con preciosos planos aéreos que evocaban la película de Alberto Rodríguez, y recorriendo Sevilla, Cádiz y Jérez con una fotografía, realización e iluminación de calidad cinematográfica. Y es bastante definitorio de las intenciones de la serie que en casi todo momento huyera de los espacios más resobados de esas ciudades, pero huyendo de paisajes atiborrados de turistas y presentando la auténtica cotidianidad de plazuelas, tabernas y corralones. Por eso, la serie muestra un país que no sólo es para escucharlo, sino también para verlo.
También, de manera quizá inesperada, funciona el guitarrista de Tequila y Los Rodríguez como conductor. Nunca pretende ser el foco de atención, preguntando con discreción y escuchando con atención, interviniendo en un segundo plano en las interesantes jams en directo que se plantean, con gran valor documental (puesto que revela cómo las músicas de distintos orígenes pueden entrelazarse de manera natural) pero lamentablemente demasiado editadas por cuestiones de duración. Ahí está el único gran pero del programa: hay tanto que abarcar que 50 y pico minutos se hacen cortos, muy cortos, y hay charlas que piden a gritos una edición extendida para empaparse más de los conocimientos y experiencias de, en este caso, Veneno, Márquez, Pachón o Raimundo Amador. Si bien es cierto que el territorio que se pretendía acotar en este debut era amplísimo, que se vayan pensando lo de lanzarlo en DVD/Blu Ray con extras.
Por eso algunas secciones de este primer capítulo vuelan y saben a poco mientras que otras, en cambio, se extienden de manera desigual. Casi siempre de manera justificada: las historias de Tomasito en el modesto patio de su casa jerezana sobre sus inicios con Lola Flores, padresnuestros rapeados y su singular filosofía daban casi para un programa completo. Y ahí llega otra de las gracias de ‘Un país para escucharlo’: dio la sensación de que el guión está vivo y se adapta a lo que presentador y guía se encuentren en su camino. Parecía imposible, por ejemplo, recortar esa impresionante juerga (con toda la pinta de ser improvisada) en casa del amigo de Joe Crepúsculo, y a la que se sumaron como el que pasa por allí Juanito Makandé y El Canijo de Jerez (de Los Delinquentes), dando buena cuenta de lo que explicaba Kiko al principio del programa: la música en Andalucía está en la calle, emerge naturalmente, imparable.
Así, ‘Un país para escucharlo’ es un espacio documental fantástico. Quizá demasiado somero –aunque hay que reconocer que la duración inferior a la hora es la perfecta para su emisión nocturna–, pero verdaderamente ilustrativo de lo que ha sucedido y sucede más allá de la superficie y los tópicos en la música de cada rincón de nuestro país, mostrando su riqueza y su realidad. Un programa que, en suma, dignifica lo que debería ser siempre la producción propia de nuestra televisión pública. Puedes verlo completo aquí. 8.