Endel, un algoritmo informático, ha firmado un acuerdo con Warner Music para distribuir este año 5 álbumes de música creados por él. Parece el argumento de partida de un hipotético capítulo de ‘Black Mirror‘, pero es real y ha pasado hace unos días. Se trata de una app creada por un equipo de programadores alemanes (aunque entre sus accionistas está Jillionaire de Major Lazer, entre otros) que compone música en función del estado de ánimo, el clima, nuestro ritmo cardíaco o ubicación geográfica.
Endel, de hecho, tiene varios discos disponibles en Spotify: álbumes de música ambient con veintitantos cortes de unos dos minutos, especialmente indicados para «una noche despejada», «una tarde nublada» o «una mañana de niebla», según el caso. Todo esto puede parecer una auténtica bobada, pero lo cierto es que lo que escuchamos no suena nada mal. Apostaría a que fans de Nils Frahm, Fennesz o Max Richter pueden quedar encantados con ello.
Y planean no quedarse sólo ahí: como muestra esta demostración compatible con Alexa, planean crear nuevos álbumes destinados a poner fondo musical para concentrarnos en el trabajo o para caminar. Suponemos que será sólo cuestión de tiempo que Endel pueda crear música específicamente indicada para hacer deporte (distinguiendo incluso por cada disciplina, obviamente), para cocinar, para estar con amigos… Sólo en 2019 Endel creará 20 álbumes. Y nosotros que creíamos que sacar un disco al año era ser prolíficos.
Y me pregunto ¿dónde se detendrá? ¿Cómo de complejo será crear, digamos «artificialmente», música que guste a los fans que ya no pueden esperar lo nuevo de The Beatles, Roy Orbison, Queen, Whitney Houston, Michael Jackson o Prince? O aún más: ¿será capaz de emular los patrones que hacen que J Balvin, Shawn Mendes o Ariana Grande tengan éxito? ¿Qué detendrá a las discográficas a la hora de optar por contratar o incluso financiar ellos mismos algoritmos que creen la música pop perfecta para cada tipo de público?
Seguro que muchos pensaréis que en la creación de arte existe eso tan humano que no se puede replicar: «talento», «magia», «alma», «duende», «pellizco»… Muy bien, pero, ¿dónde está todo eso en el K-Pop o en el J-Pop, por ejemplo? ¿No existen ya, de hecho, estrellas del pop virtuales cuyas canciones son creadas por un equipo anónimo? ¿No podría llegar a ser emulado ese equipo creativo por un elemento igualmente virtual? De hecho, ¿no es eso, precisamente, lo que parece esperar el público de sus ídolos? ¿Que sean una réplica exacta de lo que esperan de ellos en cada momento, sin posibilidad de error? Podía parecer una posibilidad lejana, pero la puerta que abre Endel muestra que, quizá, no lo sea tanto. Quizá ese mundo en el que la gente olvide las canciones de los Beatles no quede tan lejano.