Mad Cool ha celebrado su jornada de bienvenida sin los incidentes organizativos de ediciones anteriores (la mayor queja pareció la negativa de cambiar o lavar los vasos de plástico por parte de los camareros), convocando a 39.721 personas gracias en gran parte al incentivo de contar en el cartel con Rosalía. Ninguna tontería, pues se trataba del primer show de la cantante en Madrid desde que publicara ‘El mal querer’. Lo presentó en Colón en un concierto gratuito un par de días antes de que se editara el disco, sí, pero después no había vuelto a actuar en la ciudad. Fotos: Andrés Iglesias.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pues ahora Rosalía cuenta con más números 1 en las listas y más colaboraciones internacionales: ahora la voz de James Blake va enlatada en su set cuando interpreta ‘Barefoot in the Park’, y ‘Malamente’ ya no es su mayor hit, pero el show no ha tenido ocasión ni necesidad ninguna de cambiar tanto. Lo que vemos es un set en el que todo el peso musical cae en los pregrabados y las percusiones de El Guincho, sin más instrumentos en vivo, pero con coristas y palmeros, y sobre todo con un cuerpo de baile muy inspirado en las coreografías de la admirada Beyoncé. Quizá demasiado.
Todo esto provoca algún momento puntual de decepción. Cuando en la inicial ‘Pienso en tu mirá’ una base se atasca y suena corrupta, predomina el caos durante esa estrofa. Las bailarinas, aunque disciplinadas y entregadas, tampoco añaden tanta personalidad. En realidad, cuando mejor es el directo de Rosalía es cuando depende de ella misma: cuando se merienda el (más o menos) a capella de ‘Catalina’ o ‘Milionària’; cuando se tira al público en la celebradísima ‘Aute cuture’, un hit mayor de lo que muestran las listas de éxitos (“madre mía, Rosalía, bájale”) o cuando se fusiona con fondos rojos y rosas en ‘De aquí no sales’ o ‘Maldición’. Mención especial para la actuación de todo el conjunto en ‘Que no salga la luna’. Que se quite ‘Con altura’ o la breve versión de ‘Brillo’ y Las Grecas, la canción de «boda» fue uno de los grandes trabajos de equipo, sobre todo en cuanto a palmeros y coristas.
A continuación y por contraste en un escenario perpendicular, Lykke Li se benefició de contar con una banda real que diera cuerpo a las canciones de su repertorio. Se notó tan pronto como en la segunda canción, en la fuerza de la batería al final de ‘No Rest for the Wicked’. Curiosamente, la cantante sueca optó también por un repertorio in crescendo que fue pasando de temas más sinuosos e intrigantes a la traca final. ‘Little Bit’, ‘deep end’, su favorito ‘bad woman’, ‘sex money feelings die’ y ‘I Follow Rivers’ (en una versión distinta, pero no la de la remezcla, ¡gracias!) sonaron todas en la segunda mitad. La noticia, quizá, lo bien que quedan en directo sus temas con ligeras bases trap, en principio no demasiado santo de mi devoción en su caso particular.
Cuando todavía era de día y pegaba el sol de lo lindo a las siete en punto de la tarde, Metronomy presentaban bastantes canciones del disco que publican en septiembre. Varios miembros de la banda tuvieron la simpatía de presentarse durante el instrumental de la primera canción, aunque fueron por supuesto clásicos como ‘The Bay’ y ‘Everything Goes My Way’ en el primer cuarto de hora de show; y ‘The Look’ en el último los que levantaron por completo al público. Hay que destacar no obstante la buenísima aceptación de su reciente single ‘Lately’, que se va creciendo desde que suena amparado casi solo en la guitarra eléctrica hasta que la baterista se vuelve loca aporreando su instrumento; la calidad y buen ritmo de ‘Salted Caramel Ice Cream‘ o el gracejo del guiño grunge de ‘Insecurity’. Así entendí por qué Joseph Mount en una entrevista que nos había concedido horas antes se había puesto a hablar de Nirvana.
La versatilidad definitiva en el cartel la habían puesto por la tarde The Cat Empire y la remataron por la noche Bring Me the Horizon. Los primeros alternaron dos cantantes, el uno un galán salido como de los Premios César, el otro como de la carroza de osos del Orgullo en la que se quería meter Antonio Ferreras; pero ambos contribuyendo a una amalgama deliberadamente pachanguera de ritmos eurovisivos, reggae, son, scratches, trompetas híperaceleradas y mil cosas más, mientras las primeras filas lo daban todo en un pogo perpetuo no matter what. Todo valía también para Bring Me the Horizon, a medio camino entre Muse, Rage Against the Machine, Marilyn Manson, My Chemical Romance y Alfred García. Porque aquí cupieron proyecciones de terror, coloridas, guitarras metaleras, cañonazos y chorros de fuego desde fuentes diferentes, baladas, algún ritmo urbano y hasta una mención a Rosalía. Su cantante, tatuado hasta las cejas casi literalmente, Oliver Sykes, se mostró agradecido de que la gente se hubiera quedado a verlos después de «Rosalía». «This is fucking incredible», indicó antes de presentar ‘Drown’ y terminar con la épica ‘Throne’.
Mientras todo esto ocurría en el lejano Valdebebas, un millar de personas, totalmente ajeno a la música en vivo, lo daba todo en la carpa Vibra Mahou, un espacio de coches de choque pero con los coches de choque cubiertos e inhabilitados, donde sonaban hits de música dance de gente como C+C Music Factory o la banda sonora de ‘Los Cazafantasmas’. Todo un divertimento de refugio, a lo South Beach en el FIB, que se echa de menos en muchos festivales sesudos de más, tan mirado por encima del hombro como con envidia cochina. Tremendo fiestón había ahí liado…