La multitud del sábado se hace muy patente en Sónar de Día; llego a Nicola Cruz pasadas las cuatro y cuarto y el SonarHall está a rebosar. Una sesión tribal con audiovisuales rojos o azules, muy intensos. Muy tropical y subyugante, aunque ojalá disfrutarla con menos gente y calor. Mireia Pería
No es tan novedoso el “nuevo” show que Bad Gyal presenta en Sónar, pero sí está un nivel (o varios) por encima de sus anteriores espectáculos, como cabría esperar. Alba Farelo está dispuesta a demostrar que, tras su fichaje por una multinacional, es necesariamente una artista mejor en todos los aspectos, y aunque encima del escenario no es la artista segura de sí misma al 200% que es en sus canciones (se la ve algo insegura en ciertas coreografías o posiblemente ante el feedback del público), la cantante catalana sí puede presumir de haber diseñado un espectáculo de dancehall divertidísimo y que no puede llevar más su marca como insiste esa voz pre grabada que, a lo largo de todo el show, anuncia que estamos presenciando el ”Bad Gyal Soundsystem”.
Cuando aparecen en el escenario las bailarinas de Bad Gyal sujetando varias banderas queda claro que el show no va a ser una sucesión de hits sin orden ni concierto, sino que va a estar atado de principio a fin. Ante el calor sofocante de SonarVillage, Farelo ejecuta sus coreografías con soltura mientras el público perrea con los ritmos de ‘Jacaranda’, ‘Open the Door’ o la reciente ‘Hookah’, para la que Farelo pide “amor” ya que acaba de salir. En un momento emotivo, la artista dedica ‘Yo sigo iual’ a su familia, presente en el concierto, y en varios puntos del show, no duda en encenderse un porro, provocando comentarios entre el público tipo “puta jefa” con los que es difícil no asentir.
Y como este es el nuevo show de Bad Gyal, también se suceden en él varios temas nuevos que permanecen inéditos. Y no suenan nada mal. Hay un tema con rap e instrumentación aflamencada, y otro con un ritmo acelerado próximo a la champeta colombiana. Al menos el segundo tiene pinta de que triunfará en los directos de Bad Gyal cuando la gente se la sepa. En definitiva, un show de “dancehall” clásico, con sus alarmas, sus “dance breakdowns” y su olor a maría, pero que Bad Gyal ha hecho a su imagen y semejanza, resultando tan entretenido y macarra como sus propias canciones. Jordi Bardají
Menos público espera a Actress, al menos de entrada. Darren Cunningham sale, se pone a fumar, dispara un par de ráfagas y… se para. Hay algún problema que le impide empezar, aunque él no parece sufrir. Se repite el mismo riff, se escucha flojo y las luces de la sala permanecen encendidas. Tras unos minutos de incertidumbre, arranca definitivamente. Los audiovisuales son obra de de Young Paint Live, que es otro alias del propio Darren. Son de un 3D bastante tosco y representan la rutina creativa de Darren, aunque no deparan mucho interés. Lo mejor, lo que va generando musicalmente Actress. Un loop repetitivo, al que se suma un fragor bélico que se va viendo tamizado por una bella voz soul. Sin abandonar el fondo de ruido, Actress deja caer leves ráfagas de jazz asoman. Incluso se acerca a los ritmos tropicales. La música se va humanizando; sin abandonar los bpm, va perdiendo el factor estruendo. Incluso llega a recordar a Arthur Russell. Hay un momento en que el ritmo me recuerda tanto a ‘Mi fabrica de baile’ que la acabo cantando por encima. Pero Darren va virando cada vez más hacia un house más canónico y va perdiendo atractivo. En el último tramo hay un potente giro; suena un sampler de batería y se encamina hacia el prog. Pero no puedo quedarme a ver cómo acaba porque he de acercarme a Cecilio G. Mireia Pería
Tal y como sospechaba, la entrada al XS está colapsada… ¡un cuarto de hora antes! Tras unos minutos de zozobra, consigo entrar. El XS es un escenario minúsculo para tamaña expectación. Durante la rueda de prensa de cierre del Sónar, Ricard Robles, uno de los directores del festival, nos había explicado que le iban a dar a Cecilio la bienvenida que merecía. ¡Y tanto! Porque Cecilio llega… ¡a caballo! ¡Y se mete con él entre la multitud que abarrota el XS! Después de tan triunfal entrada, la cosa solo puede ir cuesta abajo. El escenario está abarrotado de gente: Lima Beatz a las bases, bailarines y amigos de Cecilio… Suena la música, todos se agitan, pero Cecilio no canta. Es desconcertante. “Empezamos, ¿no?”, nos suelta tras cinco minutos de pantomima. Y con su voz asmática nos lanza ‘Hahahah’ y ‘Tú no’ y el caos del escenario empieza a ordenarse. Hay muchos botes y muchos parlamentos de Cecilio, especialmente contra la gentrificación de Barcelona. Pero cuando parece que la actuación coge buen ritmo, llegan los parones. Hasta que Cecilio echa a todos los colegas que estaba en el escenario un poco con cajas destempladas y se queda solo. Y entonces arranca con la maravillosa ‘Million Dolar Baby’: “a los 16 me colé en el Sónar / ahora el Sónar me paga por cantar”. Concentrado y solo, consigue un momento mágico y emocionante. Auténtico. Pero la magia se rompe cuando regresa su Crew y vuelven las pausas. Estoy al borde del desmayo (una vez más, el calor es horroroso), pienso que quizás ya he vivido el momento cumbre del show y me voy. Craso error. Me chivan mis fuentes que después se sacó una lechuza (?!) para cantarle y que ha aparecido Lil Moss. Mireia Pería
El Sónar de Noche abre con RRUCCULLA, metiendo ruidaco industrial en el SonarLab. ¡Parece que estemos en una factoría soviética! Pero Izaskun González no solo mete tralla con sus aparatos; se sienta a la batería a arrear tremendos redobles. “Un poco de calor para tocar la batería”, comenta irónica. Y vuelve al ruido infernal; a lanzar acordes épicos y ráfagas terroríficas que se convierten en excitantes y muy bailables. Incluso dibuja divertidos raptos tropicales o algún momento de melancolía. Falso espejismo, porque regresa a lo industrial… pero como si las máquinas quisieran ejecutar electrocumbia. Pero también hay momentos de puro gozo happy core y delirio punk acelerado a la batería, para cerrar. Mireia Pería
Caterina Barbieri con sus sintetizadores modulares consigue uno de los conciertos más emocionantes de toda esta edición. Su actuación tiene mucho de experiencia mística, porque exige comunión por parte de los espectadores. Y lo consigue. Su rostro permanece en la penumbra, con lo que destacan los audiovisuales de paisajes aparentemente anodinos que, sin embargo, acaban casando a la perfección con su música, porque reflejan el misterio de lo cotidiano. Como los paisajes electrónicos, pero tremendamente palpitantes que va creando Barbieri. Caterina se ensimisma con sonidos melancólicos y espaciales. Pero los mancha y machaca con ruidos hasta que, de repente, rompen voces celestiales: es Caterina cantando. Y ahora suena a hangar de aviones, ahora recuerda a un órgano de iglesia distorsionado, ruidoso y furibundo. Acongoja un poco. Y todo se va conjuntando, uniendo, subiendo, con un punteado de cuerdas marcando el camino. Y todo es tan magnético y hermoso que quedo atrapada. Mireia Pería
Con Fake Guido haciendo la vez de telonero oficioso, Sónar de Noche se prepara para asistir al concierto más importante de la 26ª edición del Sónar, el de Bad Bunny. Dentro del meollo el calor es sofocante, pero la sensación que reina entre el público es que la espera va a valer la pena. Con media hora de retraso, el artista sale al escenario con una gorra, gafas de sol y la cara completamente cubierta con una tela, un look extraño para el calor que hace pero que termina siendo lo de menos mientras Benito va desgranando sus hits acompañado por unos espectaculares visuales en 3D.
En cuanto suena la primera canción del concierto, Bad Bunny tiene al público a sus pies, cantando cada frase a pleno pulmón. Su energía encima del escenario es desbordante, sobre todo teniendo en cuenta que va literalmente tapado de la cabeza a los pies. ‘Ni bien ni mal’, ‘Soy peor’ o ‘Caro’ provocan el furor general y Bad Bunny interactúa con su público en varias ocasiones. No deja de agradecer a sus fans el apoyo, aunque a veces sus palabra suenan a falsa modestia (“gracias por hacerme exitoso”… ¿de nada?) mientras en varias ocasiones anima a su público a sentirse orgulloso de sus raíces. El cantante, un gran animador, también busca entre el público a sus fans latinas y a las “chicas solteras”, pero también a los “chicos solteros” (buen gesto; toma nota, J Balvin).
Sin embargo, y pese a la cantidad de hits que se suceden, el ritmo del concierto es extraño: Bad Bunny claramente abusa del formato “popurrí” y no interpreta de principio a fin casi ninguna canción. Puede haber sonado tan solo 1 minuto de muchas de ellas perfectamente. A menudo la idea funciona, como cuando Bad Bunny canta temas menos conocidos como ‘Una noche en Miami’, pero otras veces no. Seguro que Benito puede dar con una manera mejor de integrar sus partes de ‘Te boté’ y ‘I Like It’ en el concierto que la actual, porque en este caso suenan totalmente metidas con calzador.
De manera fascinante, solo al final de concierto Bad Bunny destapa su rostro y lo hace para hablar de Puerto Rico. El cantante explica que ha viajado al estado boricua esta semana para manifestarse contra su presidente Ricky Rosselló y anima a su público a que se una a él en protesta. Él grita “Ricky” y pide que su público responda “renuncia” (la petición queda satisfecha). No es el final del concierto, que termina con más música y fervor fan. Un concierto lleno de energía, pero que habría agradecido una estructura un poco mejor. Jordi Bardají
Neo soul, reza la pantalla, cuando se inicia la sesión de Kaytranada. Y neo soul es lo que suena, en una sesión deliciosa, que hubiera sido perfecta en el SonarVillage al atardecer. Bellas proyecciones en blanco y negro, música elegante, el ‘Kiss of life’ de Sade y el SonarPub repleto de cuerpos sudorosos, moviéndose acompasados. Mireia Pería