Parece una evidencia ya que Coldplay van a vivir el resto de su carrera –con suerte, porque eso significará que siguen siendo relevantes– dividiendo al mundo entre los que les aprecian incluso en pasos de cuestionable calidad (‘Mylo Xyloto’, ‘A Head Full of Dreams’ y su epílogo ‘Kaleidoscope’), los que les repudian a pesar de que aún sean capaces de publicar discos notables (‘Ghost Stories’) o los que aún les respetamos en su condición de grupo de estadios que de vez en cuando nos sorprende y/o conmueve. Y, ya que este nuevo trabajo se vertebra en un espíritu cocacolesco de llamamiento a la unidad de todas las razas, clases y creencias, pueden estar satisfechos. Porque con ‘Everyday Life’ logran congregar a esas tres facciones y satisfaciendo plenamente las expectativas de todas.
Los primeros gozarán con la dosis de catarsis colectiva, presta para corear a voz en cuello e incluso bailar, innegable en varios de los temas del disco. La ya archiconocida ‘Orphans’ (bastante grower, a qué negarlo), ‘Church’ (con su caja de ritmos en plan breakbeat noventero y ecos de U2 en sus coros; dejaremos de mentarlos cuando ellos dejen de recordárnoslos) y la fantástica ‘Champion Of The World’ son, por más predecibles que puedan parecer, estupendos ejercicios de pop rock. A buen seguro funcionarán de perlas en sus mastodónticos conciertos que, si es que algún día vuelven a ofrecer, definitivamente no cabrán en recintos de medio-gran tamaño como el WiZink Center o el Palau Sant Jordi, donde les hemos visto hace no tanto tiempo.
El segundo grupo de reacciones hacia Coldplay ya habrá encontrado, con las canciones antes citadas y sumándoles cierta pretenciosidad ya inherente al grupo, el hueso donde roer: lo de los conciertos vía Youtube desde Ammán (ya que se ponen quisquillosos con la sostenibilidad de sus giras, ya hay estudios que señalan la huella ecológica de ver vídeos en streaming), la foto de portada en la que se integran en la Original Dixieland Jazz Band (considerado el primer grupo de jazz de la historia), la coartada literaria de los fragmentos de poemas en árabe o igbo recogidos en ‘بنی آدم (Children of Adam)’ (y que sus seguidores probablemente no leerán/leeremos), el impepinable tufo colonialista de cualquier privilegiado blanco que nutra sus canciones con folclore ajeno a su arraigo cultural… Un largo etcétera, vamos. Todos los argumentos que se enarbolen contra ellos en esos sentidos son comprensibles, pero también hay que pensar algo: dada su incontestable posición de privilegio, ¿es mejor que, a su manera, aporten un granito de arena a la convivencia y al entendimiento entre pueblos y culturas o que simplemente miren hacia otro lado y se dediquen a hablar de lo bien que les va todo como adinerados hombres blancos con problemas del primer mundo?
En cuanto al más escéptico tercer grupo de espectadores de la carrera de Coldplay, entre los que me incluiría, ‘Everyday Life’ es una muy grata noticia. Básicamente porque a estas alturas no creíamos que pudieran presentar un disco tan desenconsertado y libre: dentro no hay un disco experimental y otro comercial, como se especuló, sino que ambas cosas conviven en armonía (¿lo pilláis?) en toda su extensión. Es, sobre todo, una agradable sucesión de sorpresas que, lejos de esconderse, comienzan enseguida. El tercer corte del disco, sin ir más lejos, es una maravillosa ‘Trouble In Town’ que con delicadeza remite a una veta que, en lo melódico, podríamos identificar próxima a los mejores The Police. Mientras que en lo lírico Martin alude al racismo dejando un poso de tristeza en la escena final, una espeluznante outro que retrata una cruenta identificación policial a una persona de una etnia minoritaria. Y, seguidamente, ‘BrokEn’ es un liberador góspel (dedicado a su exproductor Brian Eno, por cierto) que busca cobijo en lo espiritual a las injusticias y el dolor.
Esto ya ha sucedido cuando apenas media la primera parte de la primera parte de ‘Everyday Life’ –la llamada «Sunrise»–, en la que también se engloba uno de los momentos más poderosos, y a la vez experimentales, del álbum. Hablo de ‘Arabesque’, con esa increíble coda arropados por el buen hacer de Femi Kuti y su banda. Y antes de ella, Martin nos había dejado absolutamente afligidos con la preciosísima ‘Daddy’: una canción que se dirige a sí mismo desde la perspectiva de su hijo, que lamenta que muchas veces no esté cerca de él por su trabajo y su situación personal. Pero que, a la vez, le abre sus brazos y le dice “está bien, no pasa nada”. Por naíf que resulte, hay que tener el corazón muy negro –al fin y al cabo todos somos hijos o padres, si no ambas– para que termine sin dejarnos con una enorme congoja.
La tónica es similar en «Sunset». Si bien contiene la citada orgía de coros de ‘Orphans’, el precioso homenaje (y jugosa donación a sus herederos en forma de royalties, a qué negarlo) para Scott Hutchison que es ‘Champion of the World’ y un final de emoción desbordada como es el bonito tema que da nombre y cierra el disco (que además, curiosamente, comparte acordes con la apertura de ‘Church’), también contiene intríngulis inesperados. Por ejemplo, el folk blues de ‘Guns’ que, entre referencias explícitas a Dylan, cuestiona la segunda enmienda de la constitución de EEUU con ironía, llamando a fundir los trombones y trompetas porque, definitivamente, “necesitamos más armas”. En cierta sintonía, ‘Cry Cry Cry’ es una coqueta aproximación contemporánea al “oldie” de Garnett Mimms & The Enchanters, ’Cry Baby’ –aquel que años después, con mucho más éxito, versionó Janis Joplin–, con bonitos arreglos (y voz apitufada) del interesante Jacob Collier. Mientras que ‘Old Friends’ vuelve a recurrir a lo íntimo y acústico para sacarnos otra vez la lagrimita. Esta vez recordando a un amigo de la infancia de Chris Martin que, si es cierto lo que dice en su letra y entendemos la parábola, le salvó la vida una vez y ahora ha fallecido. Si andabais pensando en llamar a esa persona que hace tanto que no veíais, no lo dudéis.
Hay, por supuesto, algún momento supuestamente inocente hasta lo irritante en todo esto que desgrano y Martin es (o parece) excesivamente simplista en su enfoque. Por ejemplo en ‘Everyday Life’, la canción, habla de aferrarnos a la aburrida rutina para mantenernos enganchados a la vida… como si no hubiera «rutinas» que lo hacen todo infinitamente más fácil que otras. Del mismo modo, también nos cuelan boutades como la sacra ‘When I Need a Friend’ o una ‘WOTW / POTP’ presentada en formato demo e inacabada (en sus conciertos desde Jordania se presentó, “al fin”, la letra acabada) junto a cortes que son tan monos en lo estético como inanes en el fondo (‘Èkó’). Pero, siendo positivos, lo mucho bueno que contiene este trabajo supera con creces sus flaquezas y, aún más, estas también contribuyen, con sus vaivenes, a hacer de ‘Everyday Life’ un disco imperfecto pero icónico, de esos cuya secuencia recuerdas perfectamente con pocas escuchas. No duelen prendas en decir que estamos ante el disco más completo, honesto y sustancioso de Chris Martin, Will Champion, Guy Berryman y Jonny Buckland desde ‘Viva la Vida’.