Brett Anderson, inagotable sobre el escenario… ¿cuántos años después?

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Brett Anderson, inagotable sobre el escenario… ¿cuántos años después?

Confieso que cuando imaginaba mi regreso a los macrofestivales sin mascarilla, no me visualizaba comenzando en el IFEMA. Pon a una pelagatos a leer chorradas y chascarrillos en una tarjeta y los madrileños nos esforzaremos muchísimo en votarla durante 20 años, pero jamás nos pidas que hagamos 2 trasbordos en la línea de Metro sin rechistar.

Tomavistas, que mantiene su sede en el encantador Parque Enrique Tierno Galván para su ciclo veraniego Tomavistas Extra, ha logrado por otro lado montar un espacio cuco en este sitio más inhóspito. Los conciertos no son en los gélidos pabellones, sino en el exterior, en una explanada con lugar suficiente para 3 escenarios y mucho espacio para comer mientras sigues escuchando un show o para descansar huyendo de las multitudes. Sin rastro de las colas en las barras de las que se oyó hablar el jueves, solo quedaba disfrutar de un cartel de exquisito gusto, uno de nuestros favoritos, con la misma filosofía «solo la crème de la crème» de los catalanes Vida Festival y Primavera Sound.

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El cabeza de cartel era Suede. No recuerdo cuántos años han pasado desde su último disco, pero no ha pasado ninguno para Brett Anderson, que sigue como siempre ha estado, jaleando, desganitándose, subiéndose a bafles, chupando y robando cámaras, mientras se van desplegando canciones tan memorables como ‘She’, ‘Trash’, ‘Animal Nitrate’ -las 3 primeras, tremendo arranque-, ‘We Are The Pigs’, ‘Can’t Get Enough’ y para terminar ‘Metal Mickey’ y ‘Beautiful Ones’. Finalmente, un bis con ‘New Generation’.

Arrolladores en las primeras filas, algo más flojos de volumen y potencia para las últimas, Suede volvieron a arrasar como si fuera 1996, llevando a la conclusión de que Brett Anderson, que mantiene su rostro anguloso, mítico flequillo y piernas del grosor de mis muñecas, ha logrado su objetivo de convertirse en un digno sucesor de David Bowie sobre las tablas. Sí, las comparaciones son odiosas pero esto es lo que nos queda: disfrutémoslo porque sigue siendo una fiera en el escenario, a sus casi 55 años, y frente a un público variado.

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De hecho, por las primeras filas se hizo visible un post-adolescente que al llegar allí tuvo a bien proclamar, bien alto: «Hemos bajado mucho la media de edad viniendo», sin aclarar a nadie si aquello era bueno o malo. Bueno, porque es la hostia ver a Suede por primera vez. Malo, porque se perdió sus días de gloria en La Riviera. También hubo otro que decidió hacer una llamada durante ‘Trash’ para compartir con alguien su disfrute de la canción en directo a pesar de la distancia. En la pantalla de su iPhone podía leerse claramente la palabra «Papá». «Because we’re young, because we’re gone», cantaría Anderson después, como había hecho 30 años antes, de manera premonitoria.

A punto estuvieron Carolina Durante de robar la noche un par de horas antes. Los «cuatro chavales» salieron a por todas desde la primera canción y su escenario se convirtió en un pogo continuado en las primeras filas durante los 60 minutos que duraba su concierto. Su segundo disco, más sólido que el primero, nos dejó grandes momentos como ‘Granja Escuela’, ‘Famoso en tres calles’ o ese temazo llamado ‘La planta que muere en la esquina’. Diría que su punk pop es tan funcional en vivo que en cualquier momento podrían dejar de tocar ‘Cayetano’ y hay quien no se daría cuenta. No fue el momento más aclamado de su show, como sí «Perdona» o ‘La noche de los muertos vivientes’, que les sirve como épico cierre, en el que Diego Ibáñez, esa persona que ya solo con figurar en el escenario vestido de cualquier manera, tiene gracia, se tira al público para una ronda de «lo-lo-los» extras. ¿Cuándo tocan de nuevo?

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Entre Suede y «Carolina», fue un acierto programar algo diferente. Con más flecos encima que el mismísimo Elvis, Kevin Morby apareció junto a una amplia banda, delante de una gran cortina en la que podía leerse el título de su nuevo álbum, el excelente ‘This Is a Photograph’. El concierto empezó con canciones cortas e interpretadas casi sin descanso, con un ritmo muy ágil e inesperado. Enseguida apareció la divertida ‘Rock Bottom’ y fue preciosa y detallada la puesta en vivo de ‘A Random Act of Kindness’. Después, el show se fue entregando a cierta languidez, al masajeo de composiciones largas como la final ‘Harlem River’, y tampoco fue oro todo lo que relucía, como sí lo era el saxofonista en primera línea. La voz de la corista femenina apenas tuvo protagonismo alguno, por ejemplo. Aun así, Morby fue todo encanto e ilusión en la que al fin y al cabo era la primera noche de toda su gira mundial.

Javier Rosa, Tomavistas

La noche se cerró con Slowdive en una decisión arriesgada, pero probablemente consciente, pues es 100% Tomavistas. Tampoco es que pegara mucho por allí de repente Steve Aoki. Ni siquiera Justice. Contemplativo y algo fumeta, el concierto de Slowdive fue exactamente lo que imaginabas. Rachel Goswell y Neil Halstead continúan siendo icónicos a su manera; ella bailando con las manos apoyadas en el regazo; él casi totalmente oculto detrás de una gorra y un montón de pelo. Embriagador e hipnotizante en momentos como ‘Sugar for the Pill’, música más bien de fondo en otros, en todo caso fue un buen concierto de una de las bandas más queridas del shoegaze y el dream pop. Uno de esos shows que otorgan personalidad al propio festival en el que actúan. No creo que acepten tocar en cualquier lado.

Javier Rosa, Tomavistas

Otros conciertos vistos antes, durante la tarde, fueron el de Goat Girl, con un volumen y una apariencia más propia de una prueba de sonido; el show mono de indie pop de Rolling Blackouts Coastal Fever, más pizpireto cuando enchufaban los teclados new-wave, y un concierto de Biznaga en el que no pararon de pasar cosas. Les tocó cara al sol a las 18.35, pero allí había ya un montón de gente para probarles el buen momento de popularidad que viven, por si les cabía alguna duda. Se les rompió una cuerda -«la más importante»- que les jodió las dos o tres primeras canciones, mostraron poca bravura para comentar el problema, presas de los nervios que les produce Madrid, se quejaron de la hora, recordaron que lo importante es «ir a las salas, con todo el respeto al festival» y aseguraron a 34 grados centígrados ni más ni menos que lo siguiente: «vamos a morir hoy».

Pero en definitiva Biznaga triunfaron gracias a un repertorio que incluye ya canciones tan reconocibles como ‘Espíritu del 92’ -con su divertido guiño a The Cure-, ‘Una ciudad cualquiera’ y ‘Madrid nos pertenece’, esta última con saludo a Carolina Durante, que estos devolvieron diciendo algo así como «nos queremos y luego nos pegamos», debido a su guiño a ‘Joder, no sé’. Entiendo este pedazo de himno como una llamada contra la inacción, un recordatorio de a quién pertenecen realmente las calles de la capital, quién las llena de vida y de cultura, digan lo que digan las urnas, y su concierto fue toda una llamada a moverse, sí. La de «Todos somos putas», sobre todo.

Buen balance del regreso a los festivales, por tanto, incluso en lo (poco) malo. Se me había olvidado ya lo que se siente explicando a un camarero que el vino blanco no se sirve con hielo sino frío, cenando croquetas del tamaño de una uva por un nada módico precio -muy ricas las del foodtrack de Carmen, eso sí-, qué era que una persona borracha se te cayera encima varias veces… y también recordar que otro día fuiste y serás tú quien se caiga encima de otre. No estuvo tan mal ni lo de tener que salir de allí en el momento exacto y preciso -ni un minuto antes ni después- en que se cerraba el Metro. Solo había que andar 10 o 20 minutos hacia cualquier lado para pillar taxi en otro sitio. Tomen nota para esta noche, cuando tocan Jarv Is, JUNGLE, La Plata, Kings of Convenience, Kokoshca, Confidence Man, etcétera.

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