Por si se te había olvidado, Coldplay han conseguido llenar CUATRO Estadis Olímpics de Barcelona con la gira de ‘Music of the Spheres’. Es imposible no pensar en este hito cuando te vas acercando al Estadi: a eso de las 19.00 de la tarde, a punto de tocar las primeras teloneras, Hinds, a las que no alcanzo a ver, el metro camino a Plaza España ya va lleno de fans arreglados para la ocasión; después, el autobús especial que lleva al Estadi también. Camino a las taquillas -donde recojo mi entrada- hordas de gente desfilan en las inmediaciones del recinto, hacia arriba, hacia abajo o en múltiples direcciones al mismo tiempo, como fans de Take That perdidos en el multiverso, buscando su acceso. Cuando, empezado el concierto, Chris Martin da las gracias a su público por el «esfuerzo de esperar durante horas en largas colas», es obligado pensar que se refiere a las virtuales.
La pista está prácticamente llena a simple vista cuando Chvrches, el segundo grupo telonero, aparece en el escenario. Las gradas aún muestran calvas pero estas se van rellenando poco a poco a medida que Lauren Mayberry y los suyos van disparando las canciones de su repertorio. Es inaudito ver a Chvrches tocar para un público tan tremendamente masivo… y no es que no mereciera igual destino. Al contrario: cuanto más canciones toca el grupo, menos entiendes por qué no está llenando un Palau Sant Jordi.
Chvrches sabe calentar motores con ‘Forever’ o ‘Leave a Trace’ y cada canción es más himno. Pero Mayberry parece algo insegura, afectada quizá por la indiferencia de un público que no les espera: Mayberry pide “perdón” por tocar una canción lenta y a continuación toca ‘How Not to Drown’. Nada, solo su mejor canción. O una de las mejores, al menos. Inmensa. Después llegan a las del primer disco y recuerdas por qué Chvrches como mínimo se han ganado el derecho de telonear a la banda más masiva del mundo, y la catarsis de ‘Clearest Blue’ te hace soñar con que sean ellos quienes ostenten ese título.
En la entrada al recinto se entrega al público una pulsera blanca que emitirá luces de colores durante el concierto. La pulsera, hecha con material compostable, es uno de varios elementos ecológicos del show: no hay que olvidar que la gira de ‘Music of the Spheres’ es sostenible. O todo lo sostenible que puede ser llenar cuatro Estadis Olímpics no solo gracias a la población barcelonesa, que aquí somos fans de Coldplay, pero no sumamos 220.000 solo entre nosotros. La gente ha cogido aviones y trenes y ha dejado su huella de carbono para venir a ver a Coldplay, y más sostenible aún habría sido directamente no realizar ninguna gira, pero a la banda más famosa del planeta no le puedes pedir que no toque, pues hay una demanda que satisfacer y, sobre todo, un mensaje que transmitir. Chris Martin y los suyos defienden la importancia de cuidar el medio ambiente y, sobre todo, predican con el ejemplo: todo la energía que hace posible el show de ‘Music of the Spheres’ es renovable y con la compra de la entrada el público pone su grano de arena en la reforestación y en la limpieza de los océanos, entre otras acciones.
Este escenario hace que Coldplay sea una de las bandas más progresivas de nuestra época, y no cabe duda de que pasará a la historia por esta y otras razones. El concierto de ‘Music of the Spheres’, sin embargo, no pasará a la historia porque ya forma parte de la historia, en el sentido de que ya lo has visto antes. En 2016, Coldplay dieron un concierto casi idéntico en el mismo recinto, con los mismos efectos, el mismo concepto interactivo, el mismo despliegue de luces de colores, confeti, globos, hilos de colores quilométricos, petardos, fuegos artificiales… Hasta las carreras de Chris Martin por la pasarela que anticipan el subidón de muchas de sus canciones eran las mismas (lógico, el efecto es emocionante). Pensaba escribir sobre todos estos golpes de efecto en la crónica, pero ya lo hice hace años.
Pero el texto no se puede reciclar, no cuando el primero de los cuatro conciertos de Coldplay programados en Barcelona estará marcado para siempre en la historia por suceder en el día en que murió Tina Turner. A la autora de ‘Private Dancer’ el guitarrista Jonny Buckland, el bajista Guy Berryman y el batería Will Champion, además de Martin, dedican el concierto. En el tramo final, Coldplay improvisan una versión de ‘Proud Mary’ acompañados de los Gypsy Kings, a los que han invitado en realidad para cantar ‘Bamboleo’ y otras versiones. La idea parece random pero tiene sentido, pues diría que hasta Coldplay se cansan de ser Coldplay cuando llevan hora y media de concierto, y se permiten el lujo de hacer otra cosa, de desviarse brevemente de toda la épica que han construido en la hora anterior.
El show no puede empezar más arriba. Es imposible. Con los decibelios alcanzando otra galaxia de lo ALTA que suena la música (pero nunca incómoda, se nota que el equipo es bueno), Coldplay arrancan con el trío de ases de ‘Higher Power’, ‘Adventure of a Lifetime’ y ‘Paradise’. Como el de hace unos años, parece que el concierto de Coldplay ha empezado por el final: las pulseras entregadas al público se utilizan desde el segundo cero, dibujando un océano de pequeñas luces que cubre absolutamente todo el estadio. Ya al inicio atendemos a las típicas explosiones de confeti y chorros de fuego. Llevamos 5 minutos. Coldplay es de los pocos grupos capaces de hacer que claves la mirada en el público más incluso que en el propio escenario. Y no es que no pasen cosas en el escenario: pasan muchas, todo el rato, sin parar. La sobreestimulación es continua y constante. De alguna manera Coldplay te hacen conectar con un lado infantil, impresionable, en el que todo lo que sucede a tu alrededor es motivo de asombro. Si no lo habías visto antes, claro. Si lo habías visto antes, el asombro es menor.
Para cada canción Coldplay tienen un golpe de efecto. En ‘Clocks’ se impone el color verde y los rayos láser inundan la pista. En ‘Human Heart’ solo los laterales de las gradas se iluminan dibujando sendos corazones. En ‘A Sky Full of Stars’ la primera explosión de fuegos artificiales pega un susto. Las canciones épicas y las lentas se alternan. Ellos no piden perdón por tocar una balada, ‘Fly On’: invitan a una fan al escenario. La chica se sienta con Chris Martin al piano e intenta llamar a su madre, pero su teléfono no funciona. En otro momento fan, Martin debe interrumpir su interpretación de ‘Yellow’ (con el estadio iluminado de amarillo, claro) cuando advierte a una muchacha levantada a hombros, completamente de pie y recta, como si estuviera levitando o midiera tres metros de altura. “Esto es lo mejor que he visto nunca, ¿eres acróbata?”, le pregunta. La chica, de repente el foco de todo el estadio, balbucea algo emocionada, y Martin continúa con su canción como estaba previsto.
En el concierto “blockbuster” de Coldplay, que se desarrolla con la intensidad y los efectos especiales continuados de una película de ciencia ficción de Hollywood, también ocurren escenas de relleno. Es desconcertante la entrada de Angel Moon, el monigote de Coldplay, en ‘Human Heart’. Más inexplicable es la sección “alienígena,” en la que Coldplay se pegan unos bailoteos de electrónica metidos dentro de sus cascos de humanoides con antenas. No cabe duda de que el show está medido para que sea lo más dinámico posible y es evidente que todas y cada una de las secciones tienen su razón de ser. Es solo que la parte alien bordea el universo de Barrio Sésamo (aunque los golpes de cadera de Martin vale la pena verlos) y la de los Gypsy Kings es perfecta para aliviar emociones y también riñones.
De todas las baladas de Coldplay, ‘Fix You’ sigue siendo la más efectiva de todas y, por lo tanto, ellos la reservan para el final, pero el show no termina tan arriba como empieza. Después de menear las emociones del público sin parar, llevándolas arriba y abajo de manera constante, de la estratosfera al subsuelo, Chris-Martin-y-los-suyos clausuran con su propia «canción de créditos»: la bonita y serena ‘Biutyful’ ayuda a reposar las emociones y a recomponerse después de la intensa experiencia de ver a Coldplay en directo. Con el metro cerrado pasadas las doce de la noche de un miércoles, el nitbus petado y cientos de personas que buscan taxi desesperadamente repartidas en diversos puntos de la zona, el regreso a casa también es la «aventura de una vida».